14.3.24

Flojera

Cuaderno de invierno, 85


El primer pensamiento es el que vale. Más nos hubiera valido, como pretendíamos, cocinar el hinojo para la cena de anoche, que tiene variadas propiedades depurativas: antiguamente las madres lo mascaban y echaban el aliento a sus hijos en los ojos, para prevenirlos de complicaciones oftalmológicas, y todo el mundo sabe que no hay nada mejor para mitigar las cagantinas. No lo hicimos y me arrepiento, porque he amanecido atormentado por los retortijones, se conoce que por la miaja de fiesta que celebramos el otro día, seguramente por una lata de escabeche en malas condiciones; hasta el extremo de que me he tenido que quedar en la cama, leyendo una novela rusa que casi no podía sostener entre las manos. Por la ventana entraba el sol alegre y se oía cantar a los pájaros, pero no reunía fuerza suficiente para levantarme. Los antiguos labradores hacían de tripas corazón, si es que no podían dejar al rebaño en las majadas, con el gasto de forraje que supone, pero a veces, si caían víctimas de una grave alferecía o de un cólico agudo, con las fuerzas se les iba el ánimo y ya no volvían nunca más a levantarse de la cama. Son los célebres tumbados, a medio camino entre la siquiatría y la superstición, cuyas mujeres los trataban como una desgracia divina en vez de como a un zángano irrecuperable. Me acordaba en los ratos de mirar al techo, entre capítulo y capítulo, pero antes de dejar que entrasen los malos pensamientos volvía a los paisajes nevados y los gorros de piel de conejo, como tratando de aliviar con un frío ficticio esta temperatura tan extemporánea. Apenas he salido luego a que me diera el aire y acariciar un poco a los mastines, que se arremolinaban a mi lado sin tocarme, tan frágil y desvalido me sentían los animalicos. Y me he mantenido en pie el tiempo justo para ver las flores del melocotonero, que ya han cubierto el arbolillo, y, con más voluntad que brío, aún he abierto la manguera para regar los saúcos, cuyas hojas empiezan a brotar, y el albaricoque, de flores como perlas sonrosadas, prietas gemas que estos días empiezan convertirse en flores delicadas, pero el agotamiento ha podido enseguida conmigo y he vuelto a sentarme junto al fuego con una manta encima de las piernas, agarrándome al invierno como quien se agarra a un crucifijo.

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