23.3.20

La contagión, 8


Mientras entretenemos la espera con acusaciones sobre lo que se debería haber hecho, me quedo con el misterio de por qué el virus no es tan agresivo en Alemania. Quizá sea cierto que su sistema sanitario está más preparado para las infecciones, pero en los testimonios de españoles allí residentes se notaba cierta estupefacción por la tranquilidad con que se lo están tomando. Yo tengo otra teoría irrelevante.
Parece ser que el virus afecta al sentido del olfato, pero no es al único. El sentido del tacto va a sentirse también alterado. La ventaja de los alemanes es, sencillamente, que se tocan menos. La asepsia en ellos no es solo sanitaria. Y mientras en Alemania se ha desarrollado un tipo de convivencia, digamos, no intrusiva, en España, y me imagino que en Italia también, se ha instalado en los últimos años, sobre todo en las generaciones jóvenes, una afición al contacto protocolario que al margen de sus consecuencias sanitarias siempre me ha parecido, sobre todo, hipócrita. Los amigos que se encuentran se dan besos y abrazos con palmada. Te presentan a alguien y lo primero que hace es juntar su cuello con el tuyo. En los pasillos del instituto, algunos alumnos se despiden con besos cuando toca el timbre de entrar en clase, y cuando salen vuelven a saludarse con toda clase de arrumacos. E igual que por cualquier nonada la gente ya está dando las muchísimas gracias (qué harán cuando les salven la vida), también por el mero hecho de haberse visto antes, o ni siquiera eso, se lanza a un toqueteo falso que por regla general no significa más que la adscripción a un grupo ideológico. No me imagino a los alemanes, cada vez que están de acuerdo en algo, cada vez que les presentan a alguien de su cuerda, lanzándose a un aparatoso besuqueo que más parece el reencuentro de dos hermanos largamente distanciados que el de dos individuos que se acaban de conocer.
Es cierto, y no sé por qué, que las culturas de climatología más benigna tienden también al tacto como demostración de afecto indiscriminado. Los que se contagiaron en aquellas dos inconscientes congregaciones de Madrid, la de Vox y la del Día de la Mujer, por no hablar del fútbol, se pasaron el rato dando abrazos políticos, ideológicos, sonriendo al afín, dándole la mano, tocándole el cuello, tosiéndole en la cara. Si algo bueno, poco, quedará de esta peste es que los abrazos y los besos quizá se reserven para cuando significan algo personal, no político.

1 comentario:

  1. ¡Bravo! Excelente artículo que aborda un aspecto de la cuestión que no se ha mencionado hasta ahora. Cuando en realidad, debemos de ser muchos los que, secretamente tal vez, estábamos hartos de tanto besuqueo absurdo. Y sí, esperemos que eso cambie a partir de ahora.

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