8.7.25

Alcorque

 Cuaderno de verano, 18


Cualquiera diría que hoy es un día de finales de agosto, la luz tamizada por nubes tranquilas, un estar agradable para pasearse junto al río; incluso, por la noche, ha habido que cerrar la ventana y ponerse una manta muy fina. Uno nunca sabe si es que se ha ido la ola de calor o es que la próxima tormenta está haciendo ejercicios de calentamiento. En todo caso hemos adecuado las faenas a la temperatura, pero en vez de aprovechar para grandes esfuerzos aplazados, hemos disfrutado de labores mínimas, clavar una estaquilla junto a los pimientos, o limpiar los alcorques de los frutales, que después de segar el césped estaban rodeados de hierbajos. Ha sido como hacerles la pedicura, arrancar primero las hierbas que nacen junto al tronco y casi llegan a las ramas bajas, hasta que solo quedasen las cortezas de carrasca con que cubrimos la tierra, y luego, con una maquinilla, ir recortando las que salían entre los bolos de río, para dejarlas a la altura del césped recién cortado. Con un rastrillo de alambre se limpia el contorno igual que el barbero, cuando termina con un cliente, barre con un cepillo los alrededores del sillón. 
No durarán muchos días. Nada dura nada. Pronto los pájaros, que ya empiezan a reunirse con voraz algarabía, empezarán a picotear las frutas más altas y el suelo se llenará de albaricoques en proceso de putrefacción que habrá que retirar si no queremos que esto se llene de bichos. Pero así, limpios y aseados, no con esa perfección artificial de los campos de golf pero sí con la irregularidad de un prado por el que ya han pasado las ovejas, uno siente también cierta limpieza interior. Ya sabemos que las praderas hay que dejarlas a su aire, que salgan las flores silvestres y vengan los insectos a libar, que el sistema de la naturaleza siga su complejo funcionamiento. Pero lo cierto es que paisaje es aquello que el paisano ha conformado, que nos sentimos más a gusto con un cierto grado de domesticación de la naturaleza, no tan excesivo y rectilíneo como en la jardinería francesa, quizá más desmañado, más inglés, pero nunca con el desconcierto del abandono. Los gruesos piedrolos que pusimos alrededor de los frutales ya van hundiéndose en la tierra, llegará un momento en que apenas se vea la superficie, pero aun entonces haremos lo posible por tenerlos arreglados.


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