11.10.19

Acequia


En 2025 se cumplirán 700 años de la primera mención documentada de la acequia de Valdeavellano, que es la que da de beber a nuestras flores. Según un erudito local, en tiempos de Alfonso II las acequias de Valdeavellano y del Cubo, que bordea el jardín por su cara sur, "ya recorren el término", y riegan las partidas de Valdeavellano y de la Sissa, lo que adelantaría su existencia por lo menos hasta finales del siglo XII. Siglo arriba, siglo abajo, estas aguas limpias ya regaban las berzas de algún labrador medieval. Y en todo ese tiempo han sido igual de delicadas. ¡Cuidado con la acequia!, era el aviso de mi padre cada vez que yo venía solo. Pero no es la acequia, el agua va donde le dejan, sino el zabacequia que no siempre corta el azud cuando se avecina tormenta, o algún vecino aguas arriba, que hasta hace unos años continuaba la tradición medieval —supongo— de tirar a la acequia las tripas de los animales muertos; o incluso el labrador indolente que no corta las capitanas antes de que se hagan grandes, cuando llenan el ribazo con su falso verdor, antes de que se desequen y el viento las haga rodar y caigan al cauce, en el que son capaces de armar un buen tapón.
Por unas causas o por otras, el gran percance con la acequia fue hace poco tiempo, un tormentón desaforado alimentó las aguas del azud abierto y en algunos tramos se desbordaron. En la Edad Media, si estas cosas sucedían, se quedaban en un bancal de pimientos inundado, y si se llevaba por delante alguna construcción, los laboriosos albañiles mudéjares recrecerían las paredes, en el caso de que las canalizasen, aunque, por lo que nos encontramos nada más llegar, lo habitual era que al limpiarlas de cañas y tarquín las ahondasen, porque discurría flanqueada por dos terraplenes de tierra fosca, uno de los cuales hubo que desmontar para acceder al antiguo tajadero.
A veces me siento con los perros a la sombra húmeda de su reflejo, en estos días de canícula otoñal, como un tiempo de otro mundo en el que las hojas caen pero no hace frío. Las acequia discurre sinuosa, hermosa y tranquila. Las lluvias de la sierra mantienen el pantano casi lleno. A la sombra de los avellanos y las arizónicas, tumbados en la orilla, nos dejamos refrescar.

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