10.7.25

Contemplación

Cuaderno de verano, 20



El verano es más activo que contemplativo. Con estos calores son pocas las horas que pueden dedicarse al huerto y al jardín, y el resto es espera, descanso, lectura, es posible que meditación, pero no actitud contemplativa. La meditación no exige un objeto exterior, una mirada, un pasearse sin hacer gran cosa. La contemplación en cambio es lentitud, salir al jardín y sentarse a mirar, a captar el ritmo de las cosas y trasladarlo al propio ritmo interior. De aquella hermosa película, El sol del membrillo, recuerdo muchos momentos, pero sobre todo uno: cuando los visitantes le dicen al pintor Antonio López si no perturba su trabajo el hecho de que el peso de los frutos y el paso del tiempo haga cambiar el árbol que está pintando. López lo niega con firmeza, y luego se explica: «Yo lo acompaño». Es una definición perfecta de la actitud contemplativa, acompañar a lo que se contempla, transcurrir con ello. Y eso es posible en las épocas del año en las que no hay urgencias y uno puede entretenerse en mirar aquellos cambios que no exigen labores inmediatas, ver cómo cambian las hojas de color, cómo reposan los árboles desnudos, incluso cómo van despertándose las flores. El verano, en cambio, te aparta de la contemplación porque sería como estar mirando al sol, y luego hay siempre demasiadas cosas que hacer como para tomárselo con calma. Todo nace y se muere al mismo tiempo, crece y se agosta, fructifica y se pudre. Cuando ya las sombras caen sobre los brotes de judía y uno decide parar (los viejos hortelanos siguen buena parte de la noche, según las lunas y los vientos, y a veces riegan a las tres de la mañana o entrecavan antes de que amanezca), la sensación es de que todo sigue por hacer. No se puede mirar lo terminado sin conciencia de lo que aún está por empezar. Hay, más que mirada, miramiento, escrúpulos y precauciones, cálculos, vanos intentos de que cunda el poco tiempo disponible. Tan solo a la mañana siguiente, antes de que el sol nos vuelva a meter en casa, salgo a ver cómo han pasado la noche los pimientos. Los veo lozanos de rocío, tersos de suave humedad, hasta que el sol asoma por cima del seto de madreselva y la luz se hace excesiva. Es tiempo de trabajar en casa, de contemplar las sombras del hogar.

1 comentario:

  1. Vuelvo por casualidad después de meses (o quizá años, no sé) y me encuentro con esta maravilla de cuaderno de verano. Aquí hay una obra maestra que debería publicar Pre-Textos o similar. Un abrazo, Antonio

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