31.3.19

Efectos del sueño


No me gustó Dolor y gloria, pero sigo pensando en ella. Salí del cine renegando, pero el sueño ha hecho sus efectos. No me gustó la sobreactuación de Penélope Cruz, quien se empeñan en que imite a Sofía Loren paseando por la carretera polvorienta, ni los despistados secundarios, casi siempre víctimas de sus esfuerzos por ceñirse a las órdenes del director. No me gustaba la historia (por otra parte, ¿cuántas veces hemos podido hablar de una historia en Almodóvar?), y ese final, tan aclamado por crítica y público, es un antiguo lugar común especialmente indicado para cuando no se sabe cómo cerrar. Y luego estaba la cuestión estética y también la moral.
La estética me resultó algo estridente. Si es verdad que esa es su casa, el desasosiego tiene que ser algo cotidiano. El abuso del primer plano dentífrico era una estridencia proporcional, y la composición tan absolutamente medida resultaba contraproducente porque añadía distancia a lo que estaba claro que no la requería. El desapasionamiento de la rigidez escenográfica no se aviene con el apasionamiento arrojado de sus personajes, que por regla general navegan entre una cosa y la otra sin encontrar un punto que abarque a las dos. Y, si de estética hablamos, el trabajo de Gati con ese interludio infográfico es muy aparente, muy aquellos tiempos, pero también con los tonos extremos, como vigilados por el negro. Eso sí, las camisas de Banderas son ideales.
Pero luego está la cuestión moral. No me suelen gustar las autobiografías, casi siempre me parecen un recurso más o menos desesperado contra la falta de imaginación. El creador de ficción es un creador de mitos, de temas. Aquí el tema, el ocaso de las viejas glorias, el asomo de la decrepitud, acaso una incómoda rendición de cuentas ante quien ya no nos puede escuchar, su madre en este caso, plantea la pregunta de si puede trasplantarse ese dolor a cualquier persona que haya pasado por lo mismo o si ese nivel de sufrimiento es algo que solo se conoce cuando se es un triunfador. Y ese narcisismo le quita a uno las ganas de emocionarse. A veces piensas: pues si no llega a irte tan bien no sé cómo lo habrías pasado, y cuando eliminas de ese pensamiento todo lo que se corresponde con la natural envidia queda una ética de la lástima que melodramea un poco. ¿Qué necesidad?, se pregunta uno, y se echa a dormir sin darle mayor importancia. 
Es un error escribir las crónicas de cine la noche del estreno, con la primera impresión. Yo, por lo menos, necesito el sueño. Y así, esta mañana, veía la película con ojos de lluvia. Es de reconocer, por ejemplo, que Banderas está muy bien, y además es una actuación que tiene de memorable sus propias deficiencias. Al principio no me lo creía, pero es como si el actor hubiera ido metiéndose en el personaje con las mismas precauciones un poco empanadas de los otros actores (no de Asier Etxeandía, estupendo), y en la segunda mitad se dejara de historias, abriera de par en par las puertas del personaje y dejases de ver a Banderas o Almodóvar para pensar en el personaje, en el mito. 
Lo que incorpora Banderas es ese ir a tumba abierta que implica cualquier despojamiento así de crudo. El pasado es peligroso. Recuerdo que en las memorias de Juan Goytisolo, que no me gustaron, a cada capítulo le precedía, en cursiva, una larga parrafada autoinculpatoria que era como una confesión religiosa en términos ateos, ese revolcarse en un barro que, después de ver cómo le han ido las cosas, tampoco era para tanto. La visión del propio pasado como un sitio del que hay que sacar los trapos sucios para recobrar la paz es algo bastante común después de Freud pero a mi modo de ver dice más del regodeo en el dolor del que recuerda que de la verdadera importancia de lo que recuerda. Sin embargo, y al contrario de lo que pasaba con Goytisolo, que lo empedraba todo con las culpas de los otros, aquí el ejercicio es integral, sin pamplinas. Podemos pensar que los hechos elegidos no deberían ser tan importantes para un artista culto como él, porque si algo hemos aprendido es a defendernos de lo que ahora haríamos de otra manera. Pero queda lo no digerido, el dolor oculto de la estrella, lo que la iguala y la hace tan frágil. La estrella puede fundirse de dolor; eso sí, si adopta el lema de Montaigne y elige ser protagonista de su obra, no puede hacerlo tan solo para mayor gloria. Almodóvar ha hecho un ecce homo en el que pienso que va a sentirse tristemente representada mucha gente. Sí, no hay más que dolor, y no siempre hacemos lo que luego habríamos querido hacer, y no nos parece justo que se ceben en nosotros los impedimentos para ser felices. 
Creo que esa cruda desnudez me irritó anoche porque no podía admitirla tan de inmediato. No se puede decir que Almodóvar haya aprovechado la cosa para echarse flores. En absoluto. No se echa más que espinas, es el negro que parece rodearlo todo, y dice cosas que no tenía por qué decir, a estas sus alturas, pero las dice de un modo tan claro que solo inspiran respeto y comprensión. El sueño ha evaporado la condición lastimera que me hizo moverme anoche en el asiento del cine con demasiada frecuencia. Entonces me resultó algo tediosa. Esta mañana me parece un hermoso y nada ventajista ejercicio de desnudez, con cuadros ciertamente bellos y soluciones narrativas (la heroína en este caso) que dan sentido al todo: lo que fue tóxico lo sigue siendo, y quizá no haya catarsis sin abismo. La mala salud nunca es una ventaja, puede derrotarte y hacerte convivir con tus peores pesadillas. Se diría que con la condición física uno no solo se protege de los miasmas sino de los fantasmas, por aquello que tiene de resumen inmediato, de aviso de la Parca, y de las culpas, ese ácido corrosivo ante el que solo somos inmunes cuando tenemos buena salud y mala memoria. No es Dolor y gloria una confesión destroyer, pero tampoco importa al cuento que esa confesión sea sesgada. Los tres núcleos emocionales del dolor, el pretérito imperfecto, la incapacidad física de ser feliz y la necesidad de redimirse en aquello que da sentido a la vida de cada cual, son mitos trasplantables, motivos para recordar, quizá no de pronto, cuando asistes a aquello a lo que crees que ya has asistido, y tampoco te emocionó, pero sí luego, cuando en la vida real empiezan a aparecer las comparaciones. Muchos son los que se desgarran de lo que más quieren para ser quienes son, y que vieron el fondo del vaso, en ellos o en sus amigos. Sin tanto colorido, a veces sin blanquear siquiera; sin gloria, pero con un dolor muy cercano.
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