24.7.25
Noche
23.7.25
Tomate
Cuaderno de verano, 33
Pero aunque haya habido que esperar, y no estén listos unos tomates valencianos que en principio eran los que primero recogeríamos, no nos hemos resistido a probar dos más bien pequeños, de la variedad de corazón de buey, que es la que más me gusta, tanto por lo sabrosos que salen como por su propio nombre, que cuando se hacen grandes, con estrías, entre cónicos y helicoidales, les va que ni pintado. De hecho la primera vez que los plantamos fue porque nos llamó la atención que se llamasen de un modo tan entrañable.
Todo llega. Más de una vez nos hemos lamentado de tanto trabajo, tanto cavar la tierra, tanto clavar las varas y tan minuciosamente atarlas para que ninguna rama se descolgase ni, a ser posible, dañásemos ninguna flor al agacharnos para arrancar las hierbas. Pero al final ha habido al menos una muestra con que oficiar el rito, para que, pase lo que pase, el verano no sea del todo baldío.
22.7.25
Respiro
21.7.25
Caracol
Cuaderno de verano, 31
20.7.25
Maíz
Cuaderno de verano, 30
Las mazorcas salen de los nudos de mitad de tallo para abajo, y más de una vez he visto a nuestro vecino granjero que segaba la parte superior, cuando ya las espigas macho estaban pochas y las mazorcas fecundadas, para dársela a los animales. «Antes», me decía, «veníamos con la corbella por la vega para darles de comer a las vacas». Ahora se contenta con echárselo a las cabras, que se conoce que también las alimenta.
Pero esta imagen de salud y productividad ensombrece al mismo tiempo los recuerdos. Los maizales y las choperas, que exprimen el terreno, hicieron desaparecer años atrás muchos huertos en los que ahora estarían creciendo los tomates y las judías, y sin embargo quedan reducidos a piezas menores junto a las casetas. Aquí en casa hubo en tiempos un mediero que un año hizo de su capa un sayo y plantó entera de maíz la tabla donde están ahora los frutales. Contaba mi padre que se pasó el invierno arrancando cañas secas, no fuese que volvieran a salir. Las gallinas del mediero lo agradecerían.
19.7.25
Protección
Cuaderno de verano, 29
La uva recia, a pesar de los bichos y de las tormentas, parece que sigue adelante. Cubriremos los racimos con papeles amarillos para que no vengan los verderones a picotearlas, aunque las avispas, como por abajo hay que dejarlos descubiertos para que respiren, merodean y se meten y se sostienen en el aire como colibríes mientras van libando el zumo que gotea por los poros de la uva, quién sabe si ellas mismas las aguijonean para chuparles el azúcar cuyo aroma debe ya de estar flotando por el aire.
18.7.25
Judía
Cuaderno de verano, 28
Hincamos, en fin, tres en cada caballón, que se juntan en el extremo superior con otras tres del caballón siguiente, y quedan armadas con otra transversal que se apoya en la juntura, todas bien atadas con cordel de pita. Entre cada dos cañas clavo dos pares de varas de arce que se acoplan en la caña transversal, de modo que para cada caballón quedan siete rodrigones —entre varas y cañas— que se unen con los del siguiente caballón. Así salieron cuatro filas, es decir treinta y dos cañas (veintiocho clavadas en el suelo y ocho transversales) y otras treinta y dos varas (cuatro para cada caña transversal). La coincidencia, no obstante, no consistió en que hubiera que emplear el mismo número de cañas que de varas, sino en que no quedó una sola vara disponible de todas las que había retirado de la poda de los arces por tener la rectitud y la largura que necesitábamos.
Eso fue hace un par de días, y como si estuvieran esperando a que las pusiésemos, han empezado a brotar los zarcillos y a enroscarse en los tutores. En poco tiempo habrán llegado arriba, se harán más gruesos y llenarán de hojas la armadura, y pasear entre cada dos caballones recogiendo judías con la manchas cambiantes del sol de la mañana será otra vez una de las más bellas estampas del verano. Luego guardaré las cañas, pero las varas ya habrán cumplido su misión y servirán para encender la chimenea. Ahora voy podando las ramas de los arces que les salen demasiado finas o caídas, y me pregunto si el día que deje de podar quedarán vivas justo las que vaya a necesitar el año que viene. Deberíamos también contar las judías mientras las arrancamos, pero eso estropearía el placer de recogerlas.
17.7.25
Ajo
Cuaderno de verano, 27
16.7.25
Tresbolillo
15.7.25
Lagerstroemia
Cuaderno de verano, 25
Allí no cometieron el error que ha condenado a las lagerstroemias a la condición de arbolito en casi cualquier manual de jardinería. El rosa fuerte de sus flores, su resistencia y su maleabilidad han hecho de él una especie urbana, un árbol chupachups, de copas compactas, para que no molesten a los transeúntes que caminan por las aceras ni se metan por las ventanas de las callejuelas. Las plantan en hileras en las medianas, en minúsculos jardincillos, hasta en macetas donde crecen como árboles enanos. Se adaptan a casi cualquier terreno y no necesitan más que un poco de sol, suficiente para que se las trate como si fueran de plástico.
Sin embargo, como casi todas las especies que a su aire crecen como arbustos (los avellanos o los membrillos, sin ir más lejos, porque aquí tenemos unos cuantos), cuando se las deja que formen el porte que les es propio se convierten en ejemplares imponentes, frondosos, coloridos, con ese aire desparramado, esa rubusta languidez, digamos, que les da un aire romántico a medida que las hojas van cambiando de color, del ocre vinoso de cuando van creciendo al verde oscuro y brillante de cuando están en su apogeo.
La nuestra la hemos dejado tres o cuatro años que arraigase bien y rompiese a crecer como quisiera, hasta que ha ensanchado tanto por abajo que invade el paseo junto al que la plantamos, de modo que a finales del invierno que viene, sin domesticarla como el árbol que no es, habrá que quitarle las ramas horizontales más cercanas al suelo y dejar dos o tres mástiles derechos que crezcan hasta la ventana, desde donde ya se empiezan a ver las flores. En poco tiempo las cogeremos nosotros también con solo alargar el brazo en el balcón, y haremos también un ramo que llevar al cementerio.
14.7.25
Fiesta
13.7.25
Lluvia
Cuaderno de verano, 23
El huerto lo agradece. Las judías han tomado un verde más intenso, se las ve más tersas, como con más ganas de medrar. Si sigue lloviendo hasta la noche, mañana ya habrán crecido lo bastante para que saquemos las cañas viejas, pero todavía resistentes, y poco después de terminar las tomateras empecemos a rodrigar judías. Hoy, además, la tormenta viene sin violencia. No apedrea ni cae tan fuerte como el otro día, es lluvia fina y constante, rumor sin salpicaduras, los chorros no golpean en las piedras, tan sólo se oyen caer las gotas en las hojas de los árboles, sin moverlas siquiera, como si las acariciasen. Los truenos no desgarran el cielo, no vibran los cristales, es un rumor inofensivo. La lluvia no sólo nos ha dado fiesta sino que también nos ha traído paz.
12.7.25
Color
Cuaderno de verano, 22
11.7.25
Yucca
Las yuccas están enfermas, no las nuestras (solo algunas, y con el mal en fase inicial todavía), sino todas, parece ser, víctimas de un hongo, de algún bicho que les saca manchas marrones en las hojas y les va pudriendo el tallo hasta que las deseca. Sería una lástima, porque estas de casa son de las antiguas, de cuando llegó aquí mi familia y la yucca era entonces una de las pocas plantas de aspecto exótico que podían crecer en los jardines sin que una helada las fulminase. En esta tierra no pueden criarse magnolios ni mandarinos, y mira que lo intentan. Los hay, cada vez más, que plantan un olivo algo crecido y a la vuelta del primer invierno ya pueden hacerlo tarugos y quemarlos en la estufa. Esto no está lejos de los paisajes bíblicos, pero no tan cerca como para que aquí prosperen los palmerales. La yucca, en cambio, era planta con aires de oasis y de playas del Caribe o de valles con guacamayos, llenos de lianas en las que se columpian y dan gritos los mandriles. Tiene su gracia que una planta tropical resista bien la falta de humedad, como un lujo de terrenos pobres, como una alhaja del desierto. A mí, ya desde pequeño, me daban algo de miedo, quizá porque alguna vez me pincharía con una de esas hojas como cuchillos. Veo por ahí, de hecho, que la Yucca aloifolia también recibe el nombre de bayoneta española y planta daga, y no me extraña. Mis padres pusieron una al borde de un terraplen y con el tiempo se ha extendido hasta cubrirlo casi todo, allí convive con los álamos proliferantes, apenas protegida por un seto de aligustre; protegidos nosotros, más bien, de que al acercarnos nos pinche o nos rasgue la piel. A los mastines, a Galán sobre todo, les gusta buscar la sombra entre las yuccas, y yo me sorprendo de que en todos estos años no se haya sacado nunca un ojo con esas púas gigantescas.
10.7.25
Contemplación
Cuaderno de verano, 20
9.7.25
Negrillo
Cuaderno de verano, 19
Hay por el jardín media docena de negrillos, olmos que vinieron en macetas de otras plantas en las que el viento dejaba la semilla. Por grande que fuera el tiesto, en Madrid no crecían mucho, pero fue trasplantarlas a esta tierra y empezar a desarrollarse como árboles de mucho porte. Los podamos todos a una altura manejable, para que la copa quedara más tupida y redondeada, salvo uno que dejamos que creciese a su sabor, y ya hemos contado aquí que en pocos años se hizo enorme y que sus ramas pujan con las nubes, por encima de los nogales y de las catalpas. Había crecido en forma de Y, pero en el tronco le salió una rama que se hizo más robusta que las otras dos. Quién sabe si por el meneo de la fronda con los vientos y las lluvias, o porque el tronco no la sujetaba, pero ayer vimos que empezaba a desgajarse, y una brecha desgarraba el nudo y amenazaba con arrancar un buen tajo del tronco hasta el suelo. Temíamos, además, que cayera de improviso, con los perros debajo, echando la siesta, o encima de la parra, o que rompiese un cristal, conque a cosa de un par de palmos de donde estaba la raja empecé a serrarlo, y no había llegado siquiera a la mitad de la rama cuando sentimos que crujía. No tardó mucho en venirse abajo y dejar un muñón astillado que ojalá no llegue a secarlo entero. La rama, un árbol en sí misma, con una viga gorda como una chimenea, cayó amortiguada por la hojarasca, sin más daños colaterales que un arriate de dondiegos que murieron por aplastamiento. Lo peor vino luego. Exagera la Biblia sin necesidad cuando para hablar de grandes números nombra los granos de arena del desierto; bastaría con que nombrase las hojas de un negrillo. A base de sierras y tijeras hubo que desnudar las ramas que bien secas aprovecharán para la estufa, las finas para encender el fuego, las gruesas para mantenerlo, y clasificarlas en montones, y recoger las que quedaron con hojas e ir llevándolas hasta la compostera. En poco más de dos horas no quedaba ni una hoja por el suelo. Tan sólo el muñón de madera tierna, húmedo de savia, que taparemos con barro, que vendaremos con un saco, algo intentaremos para que la vida no se le salga por la herida.
8.7.25
Alcorque
Cuaderno de verano, 18
No durarán muchos días. Nada dura nada. Pronto los pájaros, que ya empiezan a reunirse con voraz algarabía, empezarán a picotear las frutas más altas y el suelo se llenará de albaricoques en proceso de putrefacción que habrá que retirar si no queremos que esto se llene de bichos. Pero así, limpios y aseados, no con esa perfección artificial de los campos de golf pero sí con la irregularidad de un prado por el que ya han pasado las ovejas, uno siente también cierta limpieza interior. Ya sabemos que las praderas hay que dejarlas a su aire, que salgan las flores silvestres y vengan los insectos a libar, que el sistema de la naturaleza siga su complejo funcionamiento. Pero lo cierto es que paisaje es aquello que el paisano ha conformado, que nos sentimos más a gusto con un cierto grado de domesticación de la naturaleza, no tan excesivo y rectilíneo como en la jardinería francesa, quizá más desmañado, más inglés, pero nunca con el desconcierto del abandono. Los gruesos piedrolos que pusimos alrededor de los frutales ya van hundiéndose en la tierra, llegará un momento en que apenas se vea la superficie, pero aun entonces haremos lo posible por tenerlos arreglados.
7.7.25
Pervivencia
Cuaderno de verano, 17
Pero así son las cosas. Nos pasamos la vida haciendo lo que dentro de muy poco tiempo parecerá que nadie ha hecho. La mayor parte de nuestro trabajo se escurre por el sumidero. Son pocos los oficios que se dedican a lo tangible, a lo perdurable. Casi todo el mundo se pasa la vida haciendo cosas necesarias que no van a ninguna parte, a veces ni al recuerdo de quien se benefició de ellas. Cuando uno ve una ruina, alfombrada de moho, amortajada de yedra, es posible que imagine los días en que estuvo habitada y había geranios en las ventanas, pero no la infinidad de horas que alguien dedicó a vencer el implacable avance de la mugre, el descansado pero constante crecimiento de la dejadez. Y así será en este verano de mares calientes, aplastados por temperaturas saharianas o doblados del esfuerzo por que no queden rastros de las deshechuras que provoquen las tormentas, huellas que nieguen nuestro paso por la vida.
6.7.25
Tormenta
Mientras nos hacíamos un vermú, veíamos las pavorosas inundaciones del río Guadalupe, en Texas, con casas enteras flotando por la carretera, árboles descuajados y vecinos desaparecidos, cuando al pinchar una oliva sentimos descerrajarse un trueno justo encima de nuestras cabezas. Lo que hasta entonces había sido un liviano sirimiri se convirtió de pronto en un tremendo aguacero. Empezamos a ver una cortina de agua que caía de las canaleras desbordadas, cómo el huerto se inundaba y ya sólo se veían las plántulas de las judías asomando en una balsa de agua rojiza. Pero lo peor estaba en la entrada. Medimos la violencia de las tormentas por la capacidad de los desagües, y el del porche ya no daba para más: una abertura de más de un palmo de ancha no tragaba los chorros que caían del tejado, de modo que hubo que sacar agua, y daba igual que estuviéramos debajo del porche porque la lluvia era tan fuerte y racheada que nos empapaba como si estuviéramos al descubierto. Con cubos y escobones empujábamos el agua hasta el aliviadero, que salía despedida y al caer en el jardín de abajo esparcía la tierra como si hubiera caído una bomba. Nos sentíamos como marineros en mitad de una borrasca, achicando la sentina, acelerando los movimientos para no darle tiempo al agua a que alcanzara el umbral de nuestra casa. Fue un intenso trabajo, pero antes incluso de que la tormenta empezase a remitir ya teníamos controlada la situación. Luego, empapados de agua y de sudor, solo hubo que aguardar a que amainase, mientras comentábamos las obras que urgentemente habrá que acometer para ensanchar el aliviadero del rellano y reconducir las aguas del tejadillo con un canalón más capaz. Luego dimos una vuelta para ver los desperfectos. La acequia no se había desbordado, pero el agua estaba descarnando los caminos de bajada. Un reguero de cantos rodados se extendía por el césped recién segado. Unas cuantas plantas de pimiento se habían acostado. Los tomates, afortunadamente, estaban recién atados, pero los ajos ya esperábamos que se acabasen de secar para sacarlos, ojalá no los pudra tanta agua.
5.7.25
Vestigio
Cuaderno de verano, 15
Otras huellas de otros tiempos han salido al desmontar un terraplen o cavar un hoyo para plantar un árbol. De vez en cuando aparecen cascotes de ladrillo viejo, macizo y esmerado, de una arcilla clara, que tardará menos que el hierro en fundirse con la tierra y aun así puede que sea más antiguo que esta barra. Otra vez, al desenterrar la antigua canal de riego, salieron unos fragmentos de cerámica tradicional, con pinceladas moradas de manganeso que parecían las alas de algún pájaro, y que podrían ser aún más viejos que el ladrillo, de cuando el antepasado mudéjar regaba sus ajos o sus coles, o quizá ya sus alcachofas y sus berenjenas, pero aún no todavía los tomates.
Esas piezas pueden haber levantado una pared o formar parte de un escombro medieval, pero la barra de la máquina de coser es de un tiempo antiguo en el que es posible que yo ya estuviera vivo. Lo intrigante es cómo pudo llegar hasta aquí, para qué quisieron emplearla, desarmar la mesa de la máquina, arrancarle las patas de hierro y dejarla tirada en un paraje donde sólo se escuchaban los silbidos de algún hortelano.
4.7.25
Achicoria
Cuaderno de verano, 14
Siempre ha sido comida de pobres, y no solo por el sucedáneo del café, que en España llegó a ser el símbolo de la penuria. En la historia de Baucis y Filemón que nos cuenta Ovidio en sus Metamorfosis, aparece un menú muy sencillo con el que estos aldeanos obsequian a dos mendigos que llaman a su puerta. Primero les sacan olivas y bayas de cornejo, con achicoria, rábano, queso fresco y huevos pasados por agua, y de postre les ofrecen nueces, higos con dátiles, ciruelas, manzanas y uvas tintas. Tampoco tan austero, desde luego, sobre todo porque al centro de la mesa ponen, junto al vino, una jícara de miel. Zeus y Hermes, los dioses disfrazados de mendigos, no solo disfrutaron del banquete sino que libraron a sus anfitriones de la inundación con que más tarde habían de castigar a los demás vecinos del pueblo que se negaron a darles cobijo. Y no sólo eso, porque antes de seguir camino les dijeron que pidieran un deseo. Pero a Baucis y Filemón ni siquiera les hacía gracia el templo de mármol y oro en que Zeus convirtió su humilde choza. Ellos sólo pidieron vivir juntos muchos años, y no morir el uno antes que el otro.
3.7.25
Grosellero
Cuaderno de verano, 13
En esta comedia nosotros hacemos todos los papeles. Es una delicia ver cómo el limpio sol de la mañana brilla sobre las esferas diminutas, que ya empiezan a colgar entre el follaje como racimos de perlas coloradas. Bajamos al jardín con una cestilla de mimbre colgada del brazo y un paño limpio extendido en su interior, y la vamos llenando con esos manjares menudos que por la tarde mezclaremos con yogur en un cuenco de porcelana antigua. Lástima que no tengamos también un hato de cabras para que el señor del bigote las ordeñe y su santa esposa cuaje la leche con flores de cardos marianos.
Mejor sin cabras, porque al lado de los groselleros a la hierba ya le va haciendo falta una pasada, y empiezan a brotar, aquí y allá, los odiosos ailantos, que habrá que arrancar sin más demora, y caminamos con cuidado porque por esa zona les gusta cagar a los mastines. Y todo hay que tenerlo limpio y arreglado, y yo soy el esteta pero también el del chaleco, y toda la faena se concentra en las dos o tres horas escasas que a la caída de la tarde se puede salir sin que te dé un vahído, la mayor parte de las cuales se consumen en regar. El banco inglés bajo la sombra en el que los personajes se sientan a gozar de la brisa de la tarde entre comentarios corteses y moderadamente jocosos, no sólo está vacío sino que si te descuidas lleva un manchurrón blanquinoso de las torcaces que anidan en las ramas, que también habrá que limpiar.