29.5.08

ESTRATEGIA

Diario de Teruel, 29 de mayo de 2008
La célebre frase divide y vencerás no sólo no es de Julio César sino que no se sabe del todo bien qué significa. Si pensamos en un equipo contrario, o en un meteorito, es posible que lo que haya que dividir sea al otro para que su fuerza se desperdigue. Si pensamos en el sistema de guerrillas, la frase se refiere a dividirse uno mismo para vencer al enemigo. En el ámbito de la computación, es (tal cual, y en latín) una estrategia de trabajo que consiste en descomponer los problemas en sus unidades mínimas. Claro que no es lo mismo solucionar un problema que destruir al enemigo, pero Julio César tampoco habló de eso. La cuestión es que hoy en día no hay ninguna empresa medianamente seria que resuelva sus problemas a topacarnero, como ganaba Franco las batallas.
Por eso es tan llamativo que una de las dos grandes empresas políticas del país, el PP, no recurra a ese procedimiento cuando el problema es, precisamente, mantener un partido que se confunde con toda una ideología. La izquierda tiene sus respiraderos a la izquierda, pero la derecha no. Está toda revuelta, y sabe que en Europa no hay ningún partido conservador que gobierne sin otro partido más a su derecha. En estas circunstancias, y visto, entre otros, el persistente modelo italiano, lo más rentable para la derecha española sería dividirse a sí misma (líneas de corte tiene muchas, por contrastes no será); es decir, eso es lo que haría cualquier corporación empresarial solvente, y para ellos no sería la fragmentación de una empresa sino la creación de un grupo empresarial.
Quién sabe si no es eso lo que el PP ha decidido hacer para ganar las próximas elecciones: un gran cisma entre derecha conservadora y sosegada y derecha ultramontana y paragüera. Un abrir las puertas a la socialdemocracia tibia, a la izquierda corbacha: mirad, ya se han ido los extremistas, veniíd y vamos todos a la seguridad y las buenas costumbres, al respeto a vuestros derechos y al de vuestras familias y al progreso general. La cuestión es que, una vez abierta la brecha, no se caigan por ella los votos de nadie, que todos permanezcan fieles a algo. Bien sabe la FAES que el exagerado trauma de la división centra las atenciones y sirve de perfecto vehículo de propaganda. No, no creo que sea un desastre, los desastres son más íntimos. Bien pudiera ser una estrategia empresarial de riesgo medio. Y un gran espectáculo.

24.5.08

TRADUCCIÓN


He vuelto a dejar las Geórgicas otra buena temporada, por lo menos hasta después del verano. Me absorben demasiado, son un placer sin imperfecciones. Cuando despliego el tinglado traductor la velocidad se hace vertical. Tengo siempre al lado el comentario que escribió Mynors, el último editor oxoniense de Virgilio, un libro cuya lectura se impone muchas veces a la traducción y abre seductoramente puertas que me llevan a los tomos de Loeb de Plinio el Viejo, a las traducciones de Varrón o Columela o a la edición italiana de Catón, o al delicioso Farm equipment of the roman world, lleno de dibujos etnográficos de los aperos, con esa sencillez cautivadora que ya canté en estas bernardinas a propósito de Julio Caro.
Y, como también hay que avanzar, suelo tener cerca varias traducciones y algunos otros poetas cuyos alejandrinos me resultan más apropiados para Virgilio. Hablo de cuestiones rítmicas y de orden de palabras, porque forma parte del placer atenerse a la literalidad, no parafrasear ni adornar lo que es hermoso por sí mismo. Las Geórgicas apenas tienen más metáforas que las que surgen de la mitología o de la hipálage, ese sutil recurso que consiste en poner a las cosas adjetivos que no le corresponden, pero que las describen con extrema exactitud. Por lo demás, Virgilio se limita a describir la grandiosidad de la naturaleza y la laboriosidad del labrador. Es como una batalla que sólo puede ganarse con voluntad y con resignación, y da igual que se trate de fundar Roma como de plantar un campo de cebollas. Virgilio describe con emoción, pero no la desparrama, es como si fuese dando brillo a las cráteras de la vitrina, como si los versos hubiesen sido pronunciados con la naturalidad eterna de la lengua y las palabras hubieran ya nacido así dispuestas. No hay una pizca de barroquismo ni de alarde retórico, todo está ordenado para que el objeto más humilde luzca lo mismo que la selva más exuberante. Leo a veces a fray Luis de Granada, sus cosas de la Guía de maravillas, y entiendo que esa unción, esa reverencia por la naturaleza, porque los objetos se luzcan sin necesidad de ponerles flores, nace aquí, en Virgilio.
Por eso, la traducción ideal de Virgilio debería haberla hecho, aparte de fray Luis de León, Antonio Machado, y los alejandrinos de Campos de Castilla tienen la misma sustancia poética, esa mirada que se redime en las cosas, en el afecto y en la entrega a todo lo que nos pueden ofrecer las cosas sin necesidad de que nosotros las mejoremos con nuestras ocurrencias. Lo de fray Luis de León es aparte. Mientras traduzco no lo leo porque inmediatamente decido que es inútil continuar. Las demás traducciones, salvo la de Lorenzo Riber en prosa (de hace casi ya setenta años), que sí recoge ese espíritu virgiliano, machadiano, creo que se apartan del sentido último de este poema. La de Aurelio Espinosa, la única que ahora circula en verso, me parece demasiado embutida, frecuenta los versos hermosos pero le falta sencillez. Lo que nos deslumbra de Virgilio, siempre, es su arrebatadora sencillez, como si nunca hubiese una manera más bella de decir (de nombrar, más bien) los objetos que nos acompañan en la vida.
Sin embargo, como Machado acaba también desanimando, como fray Luis, frecuento algunos otros alejandrinos como los de Mariano Roldán para la versión de la Farsalia, que a Lucano le vienen muy bien porque Lucano sí es barroco, y que tiene una proporción muy ajustada con respecto al original; es decir, el número de versos que se emplean para decir lo mismo en una y otra lengua no marran en más de un 10 o un 15%. Eso es muy poco en Virgilio. Creo que el castellano, para sonar así de natural, tiene que respirar hasta un 20 o 25%.
Así suena, por ejemplo, en los alejandrinos de Antonio Colinas en Noche más allá de la noche (el célebre grabad sobre mi tumba un verso de Virgilio), y que durante tiempo pensé que eran el otro extremo de Machado, el verso que tiene que sonar por encima de todo, aunque por el camino pierda un poco de hondura. Estos días, leyendo Desiertos de la luz, el último poemario de Colinas, veo a Machado en muchas partes, incluso explícito en más de un poema, algo que no es nuevo en Colinas, pero que sólo ahora, después de su última trilogía de ascetismo cotidiano, ve a Machado de frente, habla con su misma hondura, como si Machado fuera el fin último en un camino de perfección para el que se necesita una valiente profesión de desnudez.
Sí, ese es el verso que le va a Virgilio, como si las palabras fueran flores del campo sin catalogar, margaritas diminutas que jamás han estado en los jarrones de los palacios ni en las tumbas de los héroes. Eso es lo que, mientras traduzco, intento que salga, pero sé que es imposible y ya no me preocupa. Lo importante es el proceso, la pluma, los libros. El camino de perfección es ese. Si ha de salir un verso bueno, ya saldrá.

ESPARAJISMO


Diario de Teruel, 22 de mayo de 2008

La gente grita como loca de alegría o gime desconsoladamente de amargura por motivos cada vez más pueriles. El fin de semana pasado, los espectadores del telediario nos dimos un hartón de ver llorar o de dar botes de entusiasmo. Unos, porque su equipo había quedado sexto, se arrojaban a las fuentes y se daban puñetazos en el corazón; otros, porque el suyo había descendido, se enfrentaban a la fuerza pública y lloraban como si una fuerza de ocupación hubiese asaltado su pueblo y asesinado a varios miembros de su familia; pero en uno y otro caso se trataba de un primario instinto teatral que nos devora, el de magnificar las muestras de afecto y de odio por un quítame allá esas pajas, como parte de la diversión, con tanta efusividad como poca consistencia. Al día siguiente se les ha olvidado. Pero al día siguiente besan y abrazan a la gente por la calle y se dedican mutuamente unos esparajismos fuera de toda compostura, o gritan como rufianes y se amenazan de muerte, y al día siguiente se les ha vuelto a olvidar.
Y la cosa, quieras que no, penetra. Y debes andarte con cuidado porque, al menor incumplimiento de las expectativas de mutuo amor, las cañas se vuelven lanzas y te ves en unos bretes de lo más embarazoso. Echo de menos el tiempo en que los jugadores de fútbol iban bien peinados y no mostraban más efusividad que los de rugby, cuando decir qué alegría me da verte significaba eso, y cuando un breve silencio incómodo bastaba como todo reproche. La incultura de un país se nota en el exceso de palabras que necesitamos para mostrar las emociones, en la necesidad de sentimientos fuertes y de rituales estúpidos, en nuestra potencia para el desmadre y nuestra permeabilidad al olvido, en este insano magreo generalizado, un poco paranoico, según el cual quien no te halaga exagerada y gratuitamente es porque te odia, y a quien, por tanto, hay que zaherir sin miramientos y cruzar los dedos para que tropiece y se parta la crisma.
La gente que ríe o llora por cualquier cosa no es mucho de reflexionar. En Santander salió un anciano diciendo que el domingo había sido el día más feliz de su vida. En Sevilla se pusieron en pelotas. Claro que en todos los espectáculos lamentables hay su punto de humor, en este caso una pancarta en el estadio donde perdió el Zaragoza, y donde un individuo había escrito: “Aragón no se rinde”. Ahí queda eso, barbero.

18.5.08

GEÓRGICAS 13


13. Tormentas de invierno y primavera. Ritos de fecundidad. 311-350.

Qué diré de las estrellas y las tempestades
del Otoño, y en qué han de reparar los hombres
cuando afloja el calor y los días acortan,
o cuando la primavera se mete en lluvias,
cuando en los campos se erizan las espigas
y el trigo en leche se hincha, sobre la caña verde.
Yo he visto muchas veces, cuando el colono
llevaba al segador hasta los trigos royos
y ataba las gavillas con frágiles vencejos,
cómo se juntaban a luchar todos los vientos
que arrancaban de cuajo la preñada espiga
y la echaban por los aires: de este modo
se lleva la tormenta, en remolinos negros,
las pajas livianas y las cañas voladoras.
Muchas veces también se derrama de los cielos
una tromba de agua tremenda y las nubes,
que ya están en lo más alto acumuladas,
recrecen el horrible temporal de lluvias brunas.
El cielo se derrumba, y anega el diluvio
los campos feraces y el trabajo de los bueyes.
Se colman las fosas y los hondos ríos crecen
estruendosos y revueltas sus profundidades
hierve el mar. Con su diestra lanza el propio Júpiter
rayos que vibran en la noche de tormenta,
la tierra entera tiembla con estos embates,
huyen las fieras y un pánico avasallador
se apodera del corazón de los mortales.
Júpiter quebranta con su dardo refulgente
el Atos o el Ródope o las cumbres Ceraunias;
arrecian los Austros y es densísima la lluvia,
bosques y riberas claman con el vendaval.
Sin dejar de ser con esto muy meticuloso,
observa del cielo meses y constelaciones,
por dónde se oculta la frígida estrella
de Saturno, en qué órbitas del cielo errante
va el astro Cilenio. Rinde culto a los dioses
ante todo, y ofrece a la magna Ceres
sacrificios cada año en los hermosos prados
al fin del invierno, ya serena primavera.
Entonces es cuando están gordos los corderos
y suavísimos los vinos, los sueños son dulces,
espesas entonces las sombras en las montañas.
Mozos agrestes a Ceres contigo veneren:
dilúyeles panales en leche y vino dulce
y por tres veces pase la víctima propicia
en torno a las mieses nuevas. Y el coro entero
y todos la acompañen entre aclamaciones
e invoquen con gritos a Ceres en sus moradas,
y que no arrime nadie la falce a las espigas
si antes no danza y entona sus cantos a Ceres
con ramas de encina la frente coronada.

16.5.08

GEÓRGICAS 12


12. Labores para el invierno. 287-310.

Cunden más muchas labores en la noche fresca
o cuando, al salir el sol, rocía los campos
el lucero del alba. De noche se siegan
mejor los rastrojos finos, la pradera seca.
No falta un húmedo relente por la noche,
y alguno pasa las veladas del invierno
al amor del fuego, y con falces afiladas
talla las teas en forma de espiga.
Mientras tanto la mujer, que alivia con canciones
la larga faena, va recorriendo las telas
con el peine cadencioso, o pone a cocer
el mosto dulce y con la ayuda de unas hojas
el caldo del puchero hirviente desespuma.
Con la fuerza del calor se siega el rubio trigo,
con calor trilla la era las tostadas mieses.
Desnudo has de arar, has de sembrar desnudo.
El invierno vuelve perezoso al labrador:
los agricultores, en cuanto llegan los fríos,
se dedican a gozar los frutos que acopiaron,
se convidan a festines llenos de alegría,
el invierno los invita, y aleja las penas,
como cuando tocan puerto las cargadas naves
y los marineros cuelgan flores en las popas.
Pero también es tiempo de coger bellotas,
bayas de laurel, olivas, mirto ensangrentado,
de poner las trampas a las grullas, y a los ciervos
redes, y de perseguir las orejudas liebres,
de tirarles a los gamos, de darle que restalle
a la cuerda de estopa de la honda balear.
Es el tiempo en el que cae la nieve profunda,
cuando los ríos arrastran témpanos de hielo.

14.5.08

PASIÓN DE LONGINOS


Cuelgo aquí los textos que dijo José Luis Esteban en el documental Cajas destempladas, de José Miguel Iranzo.
1.

El tambor es más antiguo que el silbido
El tambor es de la época del grito
El tambor es tormenta del cielo
El tambor es el coraje del soldado
El tambor es el llanto en la noche
El tambor es la llegada de la primavera
El tambor es el cadalso
El tambor son las entrañas y los huesos
El tambor es el final, y es el principio


2.

Por primavera, cuando en las montañas blancas
el hielo se derrite y la gleba reseca
se deshace con el viento, entonces empiece
el toro a gemir con el aladro bien hundido
y en el surco a brillar la desgastada reja.

3.

Mi tarea no era más que custodiar a un reo,
echar fuera del camino a los que se arrastraban
y asomaban entre el resplandor de las antorchas
y pedían milagros, o insultaban.
Era mi trabajo proteger al reo de los llantos,
Callar su cuerpo, si el alma le dejaba de latir,
hundir el hierro en ese cuerpo ya vacío,
y que ningún dolor fuera testigo de mi voz.
Allá en el monte iluminado por las velas,
mi obligación era el consuelo de la muerte.
De tantos ojos encendidos que me vieron,
de tantos bombos que atronaron en la noche,
Ninguno se apiadó de mi destino.


4.

Soy Longinos el que le clavó
Soy Longinos el que le clavó
Soy Longinos el que le clavó en el costado a Jesús una lanza en la cruz

A Jesús una lanza en la cruz
A Jesús una lanza en la cruz
A Jesús una lanza en la cruz cuando todos gemían y del corazón

Gemían y del corazón
Gemían y del corazón
Gemían y del corazón le manaba la sangre y el agua al Señor

La sangre y el agua al Señor
La sangre y el agua al Señor
La sangre y el agua al Señor que bañaron mi mano de ciega traición

Mi mano de ciega traición
Mi mano de ciega traición
Mi mano de ciega traición todavía vivía y la herida latió

Vivía y la herida latió
Vivía y la herida latió
Vivía y la herida latió y como fuente manaba el aguá del perdón

Manaba el aguá del perdón
Manaba el aguá del perdón
Manaba el aguá del perdón y lloraba la sangre que me hace sufrir

La sangre que me hace sufrir
La sangre que me hace sufrir
La sangre que me hace sufrir en la tumba de hierro que no ve la luz

De hierro que no ve la luz
De hierro que no ve la luz
De hierro que no ve la luz es la culpa que arrastro por verlo morir

Que arrastro por verlo morir
Que arrastro por verlo morir
De hierro que no ve la luz es la culpa que arrastro por verlo morir


5.

La plaza llena como ayer, igual que mañana.
La plaza llena como cuando eran niños.
En esta plaza seré joven, piensan, o aquí fui viejo.
Los mismos hábitos morados. Esta inquietud.
Nunca tocarán el tambor si no es en primavera,
sólo ahora ven el pueblo donde siempre viven,
mientras acarician los palillos, como siempre,
y ven pasar los bombos, la sangre, los amigos,
y ven lo mismo que vieron, lo mismo que verán.
El tiempo es el silencio roto por los pájaros,
presienten la emoción, viven el sueño y la nostalgia,
viven y sienten los preparativos del estruendo.


6.

Tocan los palillos en el borde de la caja,
y es como el sonido de los huesos

Tocan los bombos secos, lentos,
y marcan los pasos del ajusticiado

Tocan las cajas destempladas
como gritan las viudas o como rompen a llorar los huérfanos

Toca el tambor la imagen de la muerte
y su ritmo repetido nos despierta, nos recuerda, nos consuela.


7.

Pies desnudos, caras tapadas
entre guardias que custodian al cadáver.
Y las mujeres, con sus velos
con sus pies desnudos las mujeres
rezaban y su rezo era un murmullo
de tambores que retumban a lo lejos.
Así late, en el silencio, un corazón cansado.
Así suena la vida que nos deja un muerto


8.

¿Y cómo voy a pedir perdón si he nacido entre la ruina?
¿A qué viene todo este teatro, estos muros tristes, y tan bellos?
No, no soy digno de pedir perdón
Nadie lava mis manos.
Ningún consuelo ha de purificarme
No, no necesito perdón
Estas piedras no necesitan perdón
He nacido en el teatro de la ruina, aquí mi alma se purifica
Mi voz lleva siglos clamando por un hombre nuevo,
El que lucha por no pedir perdón
Sólo soy sincero cuando hago este teatro
Estaré toda la eternidad haciendo este teatro
Hasta que comprendáis lo que os quiero decir
¿Y si nadie lavase vuestras manos?
¿Y si fueseis sólo ruina y nadie lavase nunca vuestras manos?
¿Os las mancharíais? Decidme, ¿os las mancharíais?


9.

¿Cómo explicas lo que claramente han dicho los tambores?
No, amigo, la tierra no se purifica con palabras.
La tierra es golpe repetido, estación que se sucede.
La tierra es letanía, el trabajo es letanía
La vida entera es un danzar de ojos cerrados.
Lejos queda el pensamiento,
pero queda el corazón,
los golpes repetidos en el corazón,
los golpes repetidos de la azada y de los pájaros,
el llanto repetido de los niños,
la sonrisa repetida de los jóvenes,
el suspiro repetido de los viejos.
Corazón repetido que nos libra de nosotros
para encontrarse con nosotros, y decirnos
lo que no quiere decir el pensamiento.


10.

“Y, creyendo que ya estaba muerto,
un guardia le atravesó el costado,
y después lo vio suspirar.
El cielo tembló entonces
y estallaron sus terroríficas detonaciones,
y los truenos estremecieron la tierra…”

¿Esto es todo? ¿No había nada más que decir?
Oh, no. No fue solo eso.
Yo le clavé la lanza, sí,
el soldado Longinos le clavó la lanza,
estaba escrito que se la clavase.
Pero ¿y después?
Yo diré lo que pasó después.

Por que esos truenos estremecieron los huesos del soldado,
que temblaron de pavor.
Estremecieron esos truenos el vientre del soldado,
que sintió el vacío de la muerte.
Estremecieron el corazón del soldado, latían los truenos en su alma.
Y el soldado lo vio morir en la cruz y estallaban los truenos en su alma,
y sentía frágiles los huesos,
y un llanto eterno crecía en sus entrañas.


11.

Soy un verdugo vestido de hierro
que pasea entre las máscaras moradas.
Escucho respirar sus bocas de fantasma,
siento que me miran con los huecos de los ojos.

Rozan sus hábitos con mi armadura,
Su limpia seda, su áspera estameña,
los lienzos blancos de las madres
y los niños que se pierden en el duelo.

Me miran las mujeres vestidas de negro
que cargan el peso de un llanto sereno.
Me miran, todas me miran,
como se mira en un entierro al asesino.



12.

Sube la sangre con tantos tambores que suenan al mismo compás
Cientos de niños se queman los dedos de tanto tocar el tambor
Ruge la tierra y los bueyes destripan la pulpa que habrá de crecer
Flores de lluvia que rompen sus tallos y miran la vida salir
Cuántos tambores me arrancan el sueño que nunca he querido vivir
Esta armadura de hierro florece del agua que riega la paz
Rompo las bridas de un gran sentimiento y las rosas escapan de mí
Clavo la entraña del último vuelo que ven las campanas marchar
Suenan los huesos y sueña la tierra y me escuchan las horas gemir
Gente que ríe y sus hábitos brillan al son que calienta la luz
Todas las horas me esperan metidas en este sufrido temblor
Brote la vida y la sangre se encienda en latidos del más loco amor.


13.

El tambor es el momento
El tambor es cuero limpio
El tambor es sangre cuajada
El tambor es un dulce dolor
El tambor es la emoción y es el silencio
El tambor es el crujir del viento en los olivos
El tambor es rito antiguo, y culto moderno
El tambor es el final, y es el principio

FAJA


Me gusta mucho el jugo que ha sacado Begoña Villamón a las fajas de la Vaquilla para el cartel ganador de este año. No sé cómo serían los otros pero este me parece estupendo. La autora trata las fajas como lo que son, prendas de adorno, atadas a la fiesta de cualquier manera, los flecos revueltos como arterias en efervescencia, incluso como fuego, y las pinta con el rojo sangre de cuando están nuevas, y no con ese rosa palo que se nos va quedando y que no es amor a los aromas de la tradición sino la pálida mors, que se apodera de la faja.
Villalón ha declarado que quería jugar con los colores de la Vaquilla. Hubo intentos flojos hace años de añadir el azul moquero y el morado pendón que no prosperaron mucho, pero bueno, admitamos que esos colores sean el negro zaíno de la blusa, el rojo hemorragia de la faja y ese hallazgo de blanco que viene de desaturar la soga, de quemarla, de matarla, de convertirla en materia de cáñamo basto a la luz primera del amanecer. Hasta ahora todos los que se han empeñado en jugar con los tres colores le daban un protagonismo al blanco que lo estropeaba todo y lo rebajaba a símbolo de club de fútbol. Pero esta soga…, y no solo por la elipsis del toro, su curvatura de rabo, sino porque en realidad es eso, una cuerda de presos de la fiesta, de gineses y bacantes, con esa transparencia desabrida de los callejones, de las esquinas chorreantes como los flecos de las fajas.
Los carteles de las fiestas, además de ser buenos, de estar bien hechos, deben dar idea del ambiente en el que van a celebrarse. Y este cartel gusta sin esfuerzo, arrebata con la austera, descarnada intensidad de los colores. La luz con que guardamos los recuerdos tiene más que ver con este bodegón de telas ensangrentadas. Es la Vaquilla como naturaleza muerta, casi se huele el esparto, como en la tienda esa de aperos que había en el Tozal. Casi se ve la mancha roja desteñida de los pantalones, casi se ve el tendedero donde al día siguiente, en otra cuerda cotidiana, cuelgan los escombros de la fiesta y algunas fajas empiezan a perder color.

13.5.08

GEÓRGICAS 11


11. Días malos y buenos. 276-286.

Huye de la quinta luna: entonces nacieron
las Euménides y el Orco pálido, entonces
en parto nefando la Tierra echó al mundo
a Ceo y Japeto y al bárbaro Tifeo
y los hermanos que tramaron destruir el cielo.
Por tres veces intentaron levantar el Osa
por encima del Pelión, y dejar que cayera
sobre el Osa rodando el Olimpo frondoso;
por tres veces el padre, los montes levantados
desmoronó con un rayo. También es muy bueno,
el décimo séptimo día, poner las parras
y domar bueyes uncidos y zurcir la tela.
Mejor de viajes el noveno, de robos malo.

12.5.08

GEÓRGICAS 10


10. Trabajos para los días de lluvia, vv. 259-275.
Si la lluvia fría guarda en casa al labrador
da tiempo a preparar las muchas cosas que luego
habría improvisadamente que atender
con el cielo sereno: el labrador afila
y endereza el duro diente de la reja,
vacía los árboles y talla las artesas,
marca el ganado y numera los montones.
Otros sacan punta a las horquillas de dos perchas
y a las estacas, y avían mallas amerinas
para la flexible vid. Tejer sencillas cestas
es mejor ahora con las varas de las zarzas.
Si hay ahora que tostar el grano al fuego,
molerlo luego con la piedra es menester.
Hasta en días festivos algunos trabajos
pemiten las leyes divinas, y las humanas:
ninguna religión prohibió encauzar arroyos,
o tender la cerca en el sembrado, construir
las trampas de los pájaros, o quemar las yerbas
y al rebaño balador meterlo en agua sana.
Contino los lomos del cansino borriquillo
carga el arriero con fruta barata y aceite,
y al volver de la ciudad vuelve a cargar
una piedra de molino, o un montón de negra pez.

11.5.08

GEÓRGICAS 9


9. La lectura de los astros, vv. 231-258.

El sol dorado por esta razón rige el orbe
en partes concretas dividido, y a través
de los doce signos que habitan en el cielo.
Cinco son las zonas que ocupan el firmamento:
una siempre está roja del fúlgido sol,
abrasada siempre por el fuego, y a derecha
e izquierda se extienden los límites azules
cuajados de negras tempestades y de hielo;
entre éstas y la del medio, por obsequio de los dioses,
dos más fueron dadas a los míseros mortales,
y por todo el camino que corta ambas zonas
sobre sí gira el orden oblicuo de los astros.
El mundo, así como escarpado se levanta
hacia los montes Rifeos y la parte de la Escitia,
así también se hunde en pendiente hacia Libia,
por allá por donde soplan los vientos australes.
Este polo está siempre por encima de nosotros,
pero al otro lo contemplan, bajo sus pies,
la Estigia siniestra y los Manes profundos.
Allí, según se cuenta, o la noche cerrada
calla para siempre y densas tinieblas la cubren
o vuelve desde nuestros límites la Aurora
y les trae un nuevo día, y entonces el sol
su soplo con caballos jadeantes nos envía.
Allí es donde enciende el Véspero brillante
las luces de la tarde. Y con esto podemos
predecir el tiempo incluso en el incierto cielo
y el día de la siega y la hora de sembrar
y cuándo batir con remos mármol traicionero
nos conviene, cuándo armadas sacar las naves,
o cuándo hay en el bosque que talar el pino;
no en vano escrutamos el ocaso de los astros
y su nacimiento, y el año, a partes iguales,
en cuatro diferentes estaciones dividido.

10.5.08

FOTO


La foto es de finales de los años sesenta o principios de los setenta. La boda es en un restaurante con sillas de formica. Los comensales beben vino con sifón. El vino es a granel, la botella vacía termina en un reborde para enganchar luego un tapón como el de las gaseosas. Ya ha terminado la comida. Las sillas están vacías, los comensales han debido de ir a bailar al fondo oscuro, sobre la mesa queda un clavel y un palillero de plástico, el borde de dos vasos vacíos, un plato de café con una cucharilla que ahora sirve como cenicero. El niño está dándole su primera calada a un cigarro. Es una gracia.
El niño está muy concentrado en lo que hace. Sujeta el cigarrillo con el índice y el pulgar, y los otros tres dedos los mantiene muy cerrados, como en posición fetal. El niño baja la cabeza y entorna los ojos, y la otra mano está un poco levantada, como presta a ayudar a la que sostiene el cigarrillo, en una edad en la que casi nada se hace con una sola mano. Esta mano tiene sin embargo la misma posición que la otra, también juntos el pulgar y el índice y cerrados los otros tres. Las dos manos hacen lo mismo. Las dos fuman, las dos siguen cerradas.
Tras él, la mano de la madre también está preparada para coger el cigarrillo, o como si no la hubiese relajado después de dárselo. No está dispuesta a que el cigarro esté en esa boca más tiempo del que se necesita para la foto. Es una broma habitual de aquella época, cuando el tabaco se juzgaba en términos sociales, no médicos. La madre sonríe porque acepta la broma pero es una mera sonrisa ocasional, aunque también, con esa misma curvatura de los labios, representa su punto de fastidio. No le hace ninguna gracia, la tolera pero mientras la está tolerando le parece que ya vale de tonterías, y la mano no se separa de su acción inmediata, quitarle el cigarro al niño, no jugar con fuego. La madre ha prescindido de la foto. Los ojos que debían estar mirando a la cámara están tan concentrados en su hijo como los del niño en el cigarrillo. Sólo mira al niño y ese momento está siendo demasiado, y una mano endurecida, con las falanges marcadas por la incipiente artrosis o por el trabajo, está para garantizar que todo va a durar lo mismo que la foto pero ni un instante más. Ni siquiera se ha molestado en subir hasta su cabeza y peinar esos mechones que le caen sobre la frente, y que tanto la favorecen.

7.5.08

BATIDA


El mundo del eufemismo es fascinante. El otro día, un agricultor del Jiloca, afectado por los saqueos de grano que perpetran los jabalíes, hablaba en este periódico de la necesidad de “hacer esperas nocturnas para reducir la superpoblación”. Sólo le faltó añadir con la de los ojos negros, como si fuesen lobos. La información detallaba un catálogo de ingeniosos dispositivos que, según los afectados, no eran sin embargo tan rentables como freír a tiros a los animales. Uno habló de poner música en los bancales recién sembrados para espantarlos, así como farolas de colores y bengalas, aunque, si no quiere convertir el campo en una discoteca, le bastaría reproducir con un altavoz una conversación humana, porque eso está probado que los aterroriza.
En ningún rincón del largo reportaje vi escrita la palabra valla: es demasiado costoso y exige conocer las rutas de los jabalíes, estudiar sus comportamientos y disponer obstáculos a su campar o alternativas a su gazuza. En concreto, un pastor eléctrico sencillo sale a unos dos euros por metro lineal, y entre tres personas pueden instalar, como mucho, dos kilómetros al día. En algunos sitios son los propios dueños de los montes, públicos o privados, los que cierran las manchas de caza, porque saben que en tiempos de sequía no sucede que los jabalíes se apareen con más afición sino que pasan más hambre, y eso no tienen por qué pagarlo los agricultores.
Si esos mismos jabalíes no se comieran el grano recién plantado no se hablaría de superpoblación (que la hay, dicen, por desequilibrio entre depredadores) sino de fauna autóctona y de hambruna, y en todo caso podrían recurrir a métodos tradicionales de probado efecto. Muchos agricultores dejan las escopetas en su casa y ponen bolas de alcanfor, zotal, aceite quemado, prendas impregnadas en colonia o incluso alguna piel de jabalí. Pero hay un método que, según mis averiguaciones, sigue dando resultado: el cabello humano. Los hay que recogen grandes bolsas de cabello en las peluquerías y lo esparcen contra el viento por las lindes del bancal, y los jabalíes no las traspasan. El método, no obstante, no es tan rápido como entregarse al rito de la sangre y de paso llenar la andorga, porque exige cambiar el pelo cada pocos días, sobre todo si llueve y se disipa el aroma del ser humano, que para ellos es como el aroma de la muerte.
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