Diario de Teruel, 12 de junio de 2008
Hace unos días, liado como estoy con el folletín del próximo verano, quise citar una frase de Chéjov que me gusta mucho y que todos los rusos se saben de memoria: “La buena educación no consiste en que no viertas la salsa sobre el mantel, sino en no darte cuenta cuando alguien lo hace”. La frase la tengo subrayada en mi sobadísimo tomo de Chéjov, y sé bien en qué estantería lo guardo. Sin embargo, por primera vez en mi vida, me dio pereza levantarme y tecleé las palabras Chéjov y salsa en Google: de inmediato tenía ante mis ojos todas las posibles versiones de la frase en castellano, y en la memoria me brotó un título, El Aleph, el objeto de Jorge Luis Borges donde podía verse todo lo conocido y por conocer y que yo, antes de los ordenadores, me imaginaba como una bola de discoteca con innúmeras facetas, un poco verdosa.
Google fue la gran intuición de Borges, y aplaudo la audacia de quien ayer le concedió el Premio Príncipe de Asturias. Google es una Biblioteca de Babel pero útil, abierta y regenerable. Aquellos sabios que le entregaban su vida y sus ojos a buscar y concordar saberes en peligro deben de tener una sensación parecida a la que tuvieron los labradores octogenarios cuando se inventó el tractor. Como no todo podía ser bueno, la marabunta de pseudonovelas históricas (datos reorganizados, más bien) es culpa directa de Google, pero también le deberemos el hecho de que copiar se generalice hasta el punto de que las novelas sean como un magma que rueda por la red y se alimenta de las nuevas incorporaciones. La televisión destrozó la cultura popular, pero Google la está rehabilitando en cuatro días. Los libros vuelven a ser anónimos porque son de todos. Las bibliografías al final pronto serán una ridícula antigualla, y los derechos de reproducción el fraude que siempre han sido. Al mismo tiempo, los directores de tesis tienen que andar muy listos si no quieren que les endosen el mismo refrito de siempre pero a la vista de todos, y eso sólo puede redundar en un triunfo del ingenio, de la originalidad del género humano, no del individuo refreidor. En Google nada tiene más misterio que la paciencia y la curiosidad. Nos permite la fácil superchería y nos invita a la gran obra de arte. Por sí mismo es inmóvil, como la memoria de Funes, pero la información, al contrario de las lóbregas visiones de Borges, nunca degenera tanto como la ignorancia.
Google fue la gran intuición de Borges, y aplaudo la audacia de quien ayer le concedió el Premio Príncipe de Asturias. Google es una Biblioteca de Babel pero útil, abierta y regenerable. Aquellos sabios que le entregaban su vida y sus ojos a buscar y concordar saberes en peligro deben de tener una sensación parecida a la que tuvieron los labradores octogenarios cuando se inventó el tractor. Como no todo podía ser bueno, la marabunta de pseudonovelas históricas (datos reorganizados, más bien) es culpa directa de Google, pero también le deberemos el hecho de que copiar se generalice hasta el punto de que las novelas sean como un magma que rueda por la red y se alimenta de las nuevas incorporaciones. La televisión destrozó la cultura popular, pero Google la está rehabilitando en cuatro días. Los libros vuelven a ser anónimos porque son de todos. Las bibliografías al final pronto serán una ridícula antigualla, y los derechos de reproducción el fraude que siempre han sido. Al mismo tiempo, los directores de tesis tienen que andar muy listos si no quieren que les endosen el mismo refrito de siempre pero a la vista de todos, y eso sólo puede redundar en un triunfo del ingenio, de la originalidad del género humano, no del individuo refreidor. En Google nada tiene más misterio que la paciencia y la curiosidad. Nos permite la fácil superchería y nos invita a la gran obra de arte. Por sí mismo es inmóvil, como la memoria de Funes, pero la información, al contrario de las lóbregas visiones de Borges, nunca degenera tanto como la ignorancia.
Borges viene a decirnos en este relato que los libros no resuelven el conocimiento del mundo. Babel nos invita a reflexionar sobre la importancia relativa de la cultlura. Al final todo conduce al caos, más allá de la apariencia de orden. La verdad es que se trata de un relato que me ha superado. Siempre que intento ir un poco más allá acabo rindiéndome...
ResponderEliminarLo mejor de Google es que nos devuelve a la infancia. Lo realmente interesante, lo divertido, no es encontar lo que andamos buscando, sino el acto mismo de regirar en la basura. Siempre se encuentra algo sorprendente, inesperado.
ResponderEliminarBolo
¿Dije encuentra? Quise decir tropieza.
ResponderEliminarReza la regla: escribir siempre bien descansado.
Bolo
Borges es un estado de ánimo. Su tragedia es la imposible codificación completa de la realidad. Recordad el cuento aquel de los cartógrafos que se ven obligados a dibujar un mapa 1:1, a escala real, o de Pierre Menard, que hace lo mismo pero con el Quijote.
ResponderEliminarMuy interesante, Bolo, el aire casi freudiano de tu interpretación, lo que introduce un concepto que a Borges también lo atormentaba, la estructura 'real' del azar, que yo sigo considerando afortunadamente imposible.
Salud a los dos.
Pués sí; eso de no levantarse porque encuentras antes la cita en google que en el libro...
ResponderEliminarEl individuo refreidor, cómo mola... el término.
Quizá lo bueno de google es también su mayor defecto; su inabarcabilidad; más de tres páginas ya es el infinito... Y las primeras posiciones de una búsqueda no son siempre por meritorias razones...
Google es la hostia, o el aleph, sí. Sin ir más lejos me topé con las bernardinas escribiendo "galdós", creo que era.
Gran artículo, Antonio. Me ha encantado.
ResponderEliminarSi te fijas la flecha de Borges siempre se dirige al infinito (esa copia imposible de la nada): el aleph, el mapa a escala real, Pierre Menard, Funes el Memorioso... Y sí, Google tiene una aire de familia con todo estos imposibles... pero es real y cotidiano.