Dejé de escribir columnas porque ya había dejado de leerlas.
La columna tradicional, el artículo de
opinión, está pasando a mejor vida. Los domingos leo casi con nostalgia las
contraportadas de Vicent, que en los tiempos en que había buenas columnas me
parecía demasiado manierista y ahora me parece el último de Filipinas. Quedan,
sí, algunos articulistas interesantes, sobre todo en la red, pero no es lo
mismo.
La
columna de periódico, las veinticinco líneas diarias o semanales, sólo tenía
dos alternativas, o convertirse en un microensayo plagado de información
reciente, o aspirar al texto autónomo, alejado de la obviedad y
espectador distante de lo que ocurre no solo en las portadas de los periódicos.
La red ha facilitado el primer tipo de columna, la, digamos, erudita, pero el
segundo, que es el que a mí me gustaba, está en las últimas.
Sigo
leyendo, por ejemplo, las columnas de Diego Manrique, más bien
reportajes exprimidos, pero a una altura muchos pies por encima del resto.
Salvo el domingo, ya digo, las columnas de contraportada de El País son pura
opinión gratuita, artículos retóricos, anuentes, cabeceantes, escritos en un
castellano plano correctamente redactado, pero nada más. No me interesa leer
que Elvira Lindo vive en Nueva York o que Almudena Grandes es de izquierdas. No
me interesan los opinadores ni aunque piensen lo mismo que yo, sobre todo si
piensan lo mismo que yo. Detesto esta retórica de lo obvio redactada con
lenguaje administrativo.
La crisis
está pegando fuerte en muchos sitios, y uno de ellos es el pelotón de
columnistas españoles no especializados, o sea, por completo ignorantes de
aquello de lo que hablan. Todos sabemos en qué consiste la crisis: en que, como
dijo Álvarez Cascos cuando era ministro, “si la gente compra tantos pisos, es
porque tiene dinero”. Todo lo que se añada a esa frase ya es materia de
experto, no de columnista. El columnista debe bajar al ultramarinos y escuchar
a las abuelas; debe ir, un poco umbralianamente, a comprar el pan. Pero los
columnistas españoles son demasiado soberbios como para reconocer que van ellos
a comprar el pan. Y opinan. Y dicen unas memeces que de tan patéticas empiezan
a tener una gracia insana, la risa que nos producen los tontos, a pesar del respeto
que tenemos a sus circunstancias.
Tampoco
ha jugado a su favor el hecho de que, como ellos hubieran deseado, todo el
mundo los lea. La red hace que consulte varios periódicos al día, nacionales y
provinciales, y que mi curiosidad enferma visite de vez en cuando las tonterías
y barbaridades que se dicen por ahí. Y, por si era poco, El País ha tenido una
gran idea, la de El ojo izquierdo, el
repaso a lo que dice el otro. Leer al ignorante de Dávila pontificar sobre la
situación financiera española sería divertido si no representase con tanta
nitidez un tipo de ciudadano muy español. Encontrarse, después de muchos años,
con algún párrafo amojamado de Alfonso Ussía o con los comentarios de borracho
de José Luis Alvite o con la nueva hornada de insultadores losantianos solo
produce tristeza. Esto es, piensa uno, lo que leen los abuelos en los centros
de día. Esta mezcla de esputo verbal y redacción pedestre dan de comer a los
peatones conservadores.
Como no
hay sitio para la opinión porque ya solo interesa la del especialista, el
columnismo español se ha especializado en hacer el bestia. Es el género del chúpate esa, subgénero con dos cojones, sujetos a los que les
pagan por atreverse a decir las burradas que piensan los editores del periódico
pero no se atreven a decir tan crudamente. El columnista que no dice alguna
salvajada no tiene sitio en estos periódicos nuestros tan dictatoriales, tan
rigurosamente contrarios a la libertad de expresión. El día que se murió
Umbral, su inefable señorito dijo, en el obituario, que Umbral también había
obedecido a lo que le mandaban, que había apoyado “las investigaciones de
nuestro periódico”, creo recordar que decía, o sea el 11-M. A Umbral se la
sudaba porque Umbral no era tonto, pero fue desagradable verlo tragar de esa
manera, y sobre todo cómo su jefe, aún de cuerpo presente, certificaba el
trágala.
Ya sabía
yo que acabaría hablando de Umbral. Todos estos deslenguados que hablan de lo
que no saben y dicen lo que les mandan proceden de Umbral, pero Umbral no era
como ellos, tenía un tipo diferente de ruindad, más bodeleriana que tabernaria,
más gauche, y por supuesto nada
franquista. Y escribía infinitamente mejor que ellos. Y sin embargo ahora la
columna Umbral, la columna ramoniana, la columna Pla e incluso la columna
Cunqueiro, el hermoso vuelo sin motor,
como decía González Ruano, la prosa rozagante, semoviente, perla de literatura
inútil en un fajo de papeles graves, mejor cuanto más irónica y distante,
cuanto más ajena, ese tipo de columna está en manazas de viejos latosos
convencidos de que tienen cierto gracejo, pero incapaces de volar, de
trascender, de sacudirse la cadena que les tiene presos en lo obvio. Parten de
la bananera concepción de que todo es susceptible de ser visto desde esa mezcla
española de liberalismo y totalitarismo católico tan genuina. Les ha dado por
ser sofistas, borregos cuya opinión modorra no se separa un milímetro de la
del resto de la tropa, cuyo trabajo consiste en darle la vuelta a cualquier
cosa. Umbral tenía una culturilla general con la que iba decorando las
columnas, pero estos bárbaros ya no han leído a Baudelaire. Estos bárbaros ya no han leído nada que merezca la pena.
Hoy he
visto las portadas en el kiosko y cualquiera diría que hemos ganado la Eurovisión o que nos ha tocado la lotería. Podía haber ocurrido exactamente lo
mismo en la otra acera y habría que estar haciendo acopio de laterío y
preparándose para ir al frente. Es ridículo. Pero es el ridículo alimento
intelectual de una porción incalculable (no por grande, solo por incalculable)
de ciudadanos convencidos de que saben lo que ocurre por boca de semejantes
mentecatos. Me comentaba esta mañana el kioskero que estos tontorrones de
las columnas le recuerdan al general que había en su escalera cuando era pequeño,
un señor mayor que tomaba todas las decisiones y opinaba de todo lo que hubiera
que opinar, el que decía, sin tener ni puta idea, que la viga aún podía
resistir, y lo decía con tal solvencia y autoridad que todo el mundo lo daba
por bueno. Hablan así. Y hablan para gente así.
Lo
cual, en todo caso, es asunto de los votantes. A mí lo que me fastidia es que
la columna umbraliana se haya muerto con Umbral. He echado un vistazo en el
Huffington y no había una jodida entrada que no fuese de rabiosa actualidad, casi todas bizantinizadas por el fácil
acceso a la información decorativa, y por supuesto (estamos en España) todas
firmadas por políticos y personajes de la tele. Cualquiera que haya visto el
Huffington inglés o americano sabe que por ahí no van los tiros, pero también
sabe que allí y aquí ha quedado desterrado el post inactual, llamémoslo así, el
texto literario que detiene al lector del periódico en un par de minutos de
abstracción, o le permite ver una esquina insípida de su vida como un reducto
más de la hermosura. Pero la columna que reparte juego, la que opina, debe afinar mucho si no quiere
desleírse; si, por comparación con las wikicolumnas, no quiere resultar irrelevante.
Unos salvan esta gratuidad con perspicacia y otros diciendo sandeces. Los
primeros están en franco retroceso. Yo ya solo los leo en los blogs. En los
periódicos no disfrutan de la suficiente libertad.
Álvarez Cascos estaba equivocado. Si la gente compraba pisos porque tenía dinero, no habría habido crisis. Lo que ocurrió es que se compraban pisos sin tener un duro. El trapicheo de toda la vida: los "listos" decían: pido prestado ocho, compro un piso,se lo vendo a un "tonto" por quince, le devuelvo once al banco (los ocho que me prestó más 3 de intereses) y yo me llevo cuatro de beneficio con los que me compro un buga nuevo. El problema gordo surge cuando no hay tonto para venderle el piso y le dices al banco que se lo quede a cambio de los ocho que le debes. El banco te dice entonces que el piso ya no vale ocho sino cuatro y que tú le sigues debiendo ocho más intereses.Ya no puedes comprarte el buga nuevo y estás endeudado hasta las cejas.
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EliminarA lo mejor el problema es que la prima no es tonta. Por lo demás, a Álvarez Cascos le daba lo mismo que la gente tuviese o no tuviese. Supongo que fue él el que estampó su firma en aquella indigna Ley del Suelo, la madre de todos los despropósitos. No creo que te caiga peor a ti Cascos que a mí, pero el problema real es ese, la gente que tragó. El gobierno puso una timba para que todo el que quisiera (sobre todo jóvenes) fuera convenientemente timado. Pero no te preocupes: las tonterías, los timos y los desfalcos los vamos a pagar todos. En eso sí van a socializar, mira.
EliminarA mí lo que me indigna y apena es que bitácoras de altísima calidad como la tuya no tengan apenas comentaristas...
ResponderEliminarLa cultura y la erudiciión no están de moda. Sobre todo donde impera la mediocridad...
Un abrazo y no claudiques, Antonio
Pues yo creo que tengo muchos comentaristas y muy buenos, Luis Antonio. 'Mucho buenos', que se dice por allá. En todo caso, los comentarios tienen algo de correspondencia, y en eso soy bastante poco regular. 'Mucho poco'.
EliminarFíjate que a mí el rechazo a leer columnas de las llamadas "de opinión" me lo trajo el propio Umbral.
ResponderEliminarEn aquellas fechas, andábamos con lo de las armas de destrucción masiva, los moros malos y la invasión de Iraq. Umbral, en contra de la línea editorial de su periódico, apoyaba la invasión. Con aquella perspectiva de literaturizar la vida y aquella desvergüenza de opinar sin tener ni repajolera idea de sobre qué (la "máquina de hacer Umbral" lo llamaba Javier Ortiz), se había construido un romance de lunas menguantes, alfanjes, cruces asturianas y raíces romano-católicas de la civilización que justificaba cualquier ataque contra Saladino.
Hasta que empezó la guerra. Hasta que apareció la sangre y los miembros arrancados. Entonces reculó. Entonces se dio cuenta de que la fantasía lírica con la que él se estaba luciendo acarreaba muertos de verdad.
Por supuesto, el nivel literario y la trayectoria vital de Don Francisco distaban mucho de las de miserables como, pongamos por caso, Ussía o Dávila. Pero en el fondo formaba parte del mismo juego. La de hablar de cualquier cosa y no tener más noción de verdad que la que sale de los propios cojones. La de lucir un estilo propio que, a poco que uno tenga superada la adolescencia, produce poco más que vergüenza ajena.
Un último apunte: el Ojo Izquierdo no es una idea de el País. La copió de Javier Vizcaíno quien, primero en Cocidito Madrileño, luego en Público y ahora en diestralandia, lleva bastantes años recopilando las opiniones de nuestra retrógrada derecha.
Gracias sean dadas a Javier Vizcaíno por su trabajo y a ti por informarme, Fernando. Y, con respecto a Umbral, es verdad lo que dices: en su época lo importante era la voz, más que decir algo consistente con ella. El carlismo estético de Valle-Inclán le inficionó en casos como el que nombras y en algunos otros, sobre todo en algunas traiciones inexplicables. Creo que fue Raúl del Pozo, acólito reidor y heredero de su solar, no de su prosa, claro, quien se extrañaba con aquel crudelísimo "marchita de cáncer" con que Umbral despachaba a una antigua amiga que aún no había fallecido. No era cinismo decadente, como hubiera querido. Era puro resentimiento, y eso le daba a su prosa, además de belleza "de sonajero", que dijo Marsé, cierto carácter, cierta condición de personaje.
EliminarAmigo Antonio. Cuánta razón tiene. Yo escribo mi columna dominical en el Diari de Tarragona sobre crítica y reflexión literarias y trato de encajarla en el molde de lo urgente para que mis artículos tengan algo de crédito entre los responsables de contenido. De tal manera que la columna, asfixiada en el corsé de la "rabiosa actualidad", acaba convirtiéndose en un producto caduco, de usar y tirar y pierde esa atemporalidad que hace atractivos a los textos de este tipo. Yo toreo esa limitación como puedo, pretextando cualquier tontería actual para hablar de lo que me apetece. Y parece que, de momento, cuela. Y, si no, tengo mi blog para ampliar. No estoy de acuerdo en que a usted no le lean. Lo que ocurre es que mucha gente no se detiene a opinar en sus entradas. Yo le sigo regularmente y me encantan sus artículos. ¿Por qué no prueba usted en el Diario de Teruel? Hasta ahora escribía ahí un amigo mío que se llama Javier Angosto, que ahora se ha dado una tregua. Yo creo que usted no busca, no obstante, difusión; que simplemente disfruta escribiendo sus reflexiones. Pero si alguna vez se plantea darle más difusión a sus artículos, piense en Facebook. Yo abomino de ella pero es muy útil si se la utiliza bien. Allí, por ejemplo, publica nuestro correligionario común, Marcelino Cortés. Yo, por el momento voy a hacer un enlace con su artículo allí. Un abrazo.
ResponderEliminarHe escrito cientos de artículos para el Diario de Teruel, y mi relación con ellos sigue siendo buena. De vez en cuando les mando algún artículo al que jamás han puesto ningún pero. Pero creo que acierta, oh Píramo, en la verdadera razón de que no haya hecho por volver: tengo bastante con esto, y no busco más difusión que la de los cuatro amigos que me leéis, a quienes siempre estoy igual de agradecido. No obstante, el tema de escribir o no escribir en el periódico me temo que aún no se me ha agotado. Alguna bernardina más caerá. Póngame a los pies de Tisbe.
ResponderEliminarBravo Castellote, aunque poco escriba, siempre te leeré.
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