Ayer mañana, en la parada del
autobús, la vecina con la que coincido todos los días, que trabaja en Servicios
Sociales en el barrio de San Blas, me contaba que el primer concierto que hubo
en Las Vistillas fue de Miguel Ríos, cuando Tierno Galván accedió a la
alcaldía. Tierno Galván murió con 68 años. Miguel Ríos, con 71, ha vuelto a dar
esta noche un concierto en Las Vistillas.
Esta vez no era por las fiestas
sino por el cierre de campaña de IU, o más bien de su amigo Luis García
Montero, que minutos antes estuvo dando un mitin. Nosotros hemos bajado cuando
hablaba la candidata a la alcaldía, Raquel (estas son unas elecciones de
nombres de pila), que no sabía dar un mitin. La viperina Aguirre le reprochó
que no tuviera estudios. Miguel Ríos tampoco los tiene y ha dado un mitin mejor
que el de Luis García Montero. De nada importan los estudios de Raquel. Importa
que no sabe hablar, que lee sin intención, que aburre con tópicos manidos, que
nadie la escuchaba. Es más, la gente estaba pendiente de que no se equivocase y
terminara cuanto antes, igual que en la fiesta del colegio sale el alumno
voluntarioso que no vocaliza y todo el mundo aprieta en silencio para que
termine, da igual lo que diga. Una pena.
También había hablado, y nos dio
tiempo a ver el mitin casi entero, el juez Baltasar Garzón, que se limitaba a
hablar lentamente, como si estuviera dictando a unos alumnos, separando
artificialmente las palabras, y rellenando los tiempos muertos con el ridículo todos y todas que luego, cuando habló el
poeta, llegaron a su máxima y más absurda expresión. Pero Garzón tampoco sabe dar un
mitin. Aquello era un rollo de frases correctas. Desde el punto de vista
retórico, Pablo Iglesias ha ganado esta campaña por goleada, porque se ha
limitado a respetar el abecé de la dialéctica mitinera: gritar no es hablar en
voz alta, gritar es dar gritos, no subir la voz. García Montero se desgañitaba
inútilmente con un equipo de sonido excesivo y casi daban ganas de decirle que
bajase la voz, que le entendíamos bien, que no chillase frases que no eran
gritos. El grito, y eso debería saberlo un poeta, es otra cosa. Pablo Iglesias
habla en un ritmo dactílico isócrono que le permite instalarse en el grito
permanente, y por eso sus mítines tienen la sintaxis del grito y la fluidez de
los versos de Homero, que es el que usa el rimo dactílico: no sómos los únicos hártos de tánta injustícia…, tenémos que echár a
los píjos de siémpre…, y así
sucesivamente, con una melodía rítmica que une las epopeyas antiguas y el rap
de las plazas duras. En eso ha consistido el éxito de Iglesias, y parece
mentira que un poeta tan rematadamente poeta como Luis García Montero no haya
sido capaz de aprender la lección.
Antes de que terminase de hablar,
de subir el tono para palabras que no son gritos, esto es, de chillar, nos
hemos metido en la Trastienda a tomar unas cervezas, pero al salir ya habían
terminado los lánguidos discursos y ya estaba actuando Miguel Ríos. No había
mucha gente. Izquierda Unida es una reliquia de domingo en el Rastro, de sacos
con bocadillos para la sentada, de tradiciones obreras que parecen asociaciones
de coches antiguos, con una dirección descuajeringada y ni una sola persona que
diga quién es y no es un buen candidato, con independencia de su linaje
ideológico.
García Montero había dicho cosas
aparentes, sencillas y emotivas, pero como no gritaba, como hablaba, y hablaba
chillando, la cosa era forzada, innecesaria, un esfuerzo desgañitador
perfectamente gratuito, trufado además hasta la parodia del género doble: “porque
vosotros y vosotras tenéis hijos e hijas que todos y todas queremos que salgan
adelante y adelanta”. Qué complicación hablar así, qué atraso. El idioma está
por encima de la ideología, oiga.
El caso es que nos hemos vuelto a
parar con Miguel Ríos. Llevaba un buen grupo y él estaba rechoncho y tarrete,
con el cardado ceniciento y un muy medido bailoteo. Y cantaba de puta madre, y
las canciones sonaban bien y uno tenía la sensación de que el público mitinero,
el de los sacos de bocadillos, no estaba celebrando la consistencia del artista
sino la esperanza del partido pobre. Muy bien, muy entero en el escenario.
Compárese con Tierno Galván, de terno cruzado, más joven que Ríos y dictando
discursos clásicos.
La música era buena, pero
la sorpresa ha llegado al acabar la canción. Se le notaba jadeante del esfuerzo
pero no ha dado un segundo de tregua al silencio, recuperaba las
fuerzas sin dejar de hablar en el tono en el que debería haber hablado Luis
García Montero, charlando, modulando, ahora bajo para una broma, ahora subo
para una presentación, ahora grito una consigna, no la digo, la grito, y
estalla entre el tono moderado como una flor en el prado. Yo he aplaudido un
poco antes de comenzar la siguiente pieza, cuando ya se había recuperado y otra
vez perneaba con estilo. He aplaudido el discurso, el buen discurso, el buen
mitin del artista.
Me encantan las entrevistas que Pablo Iglesias hace en La Tuerka. Tono pausado de cercanía y lo más importante, deja hablar a su interlocutor.
ResponderEliminarUn abrazo, Antonio