A finales de los setenta, en Teruel, en las iglesias se cantaban canciones de Bob Dylan, sentados en el suelo, con una guitarra. Era el Blowin in the wind y todo eso. "En este mundo que Cristo nos dio…", y en ese plan. Pero entonces los parroquianos no eran conscientes de que ese mismo domingo, al otro lado del mar, Bob Dylan cantaba piezas aún más religiosas y echaba sermones más encendidos, según contaba esta semana Diego Manrique. Ahora esos órganos portátiles de iglesia pobre vuelven a sonar en el volumen 13 de las Bootleg series, Trouble no more, en el que recorre actuaciones y descartes de los, quizá, tres discos seguidos más despreciados de Dylan, la época de Shot of love, Saved y Slow train comming. Este último tuvo mejor aceptación, al menos a esta parte del imperio cristiano, porque tenía una canción, Man gave names to all the animals, que, además de llevar a Mark Knopfler como guitarrista en la sombra, tenía un ritmillo reggae que entonces hacía furor: Bob Marley había publicado Uprising, el último gran disco antes de su muerte, que le sobrevino coronado como emperador del cambio de década entre los que antes habían oído también a Dylan o ese rock progresivo que ahora parece que quieren rehabilitar. Pero al mismo tiempo algún grupo de la Movida copiaba Caribbean wind y conseguía su mejor canción.
Luego, pasado mucho tiempo, cuando he escuchado, en orden y todo seguido, la discografía de Dylan, si hay algo que me sigue atrayendo es que continúa con ritmos, instrumentos y coros que desde el principio me gustaron mucho en Street legal, y que se terminaron cuando Dylan, escamado con la crítica con sus fracasos cristianados, empezó a producir mucho sus discos y dijo adiós al Gospel y al organo Hammond que subraya las palabras del predicador con fraseos de blues, y a ese coro de iglesia que nunca perdió su sensualidad. La voz femenina que se retuerce en In the garden es tremenda, y la forma de cantar de Dylan y la velocidad de las canciones, sus pocos instrumentos, su potencia sin posproducción es bastante más intensa que aquellos coros dirigidos por un cura con gafas de ceja que teníamos en España. El catolicismo, tan sensual en su imaginería, en su pintura y en su escultura, es infinitamente más mojigato en su música popular, al menos entonces, que cualquier reunión evangelista en el portal de al lado.
De modo que sabíamos que era música religiosa pero no la escuchábamos como tal, y no solo porque no entendiésemos la letra. Trouble no more, con mayoría de piezas en directo, es un placer que podría convivir en la memoria con cualquier banda de rock potente sin ningún problema, en un pub oscuro de aquel entonces, lleno de cojines y con un billar al fondo sobre el que bailan bajo la lámpara densas volutas de humo. Pero no lo escucho como un tributo a la memoria. Es buena música, que es lo que tiene Dylan, por encima o por debajo de sus letras. Y buena música sin tiempo, el rock con sus parientes más cercanos, con blues y con gospel, porque el rock es música de comunidad, igual que el flamenco, en el que los hijos se inspiran en los padres, y ello genera una corriente orgánica que va creciendo y desarrollándose pero siempre se preocupa de conservar su esencia. Siendo como es Dylan, el disco tiene algo también de eso, de toma un par de conciertos para que te enteres de qué es un concierto, anda, y que no me extrañaría nada que lo escuchásemos ahora en un bar, mientras cae la tarde, entre gente que no quiere recordar nada (ni mucho menos rezar) sino pasárselo bien, bailar a un compás asumible, decorar sus conversaciones con música que lo abandone un poco, llevar el ritmo sin querer, algo que difícilmente se consigue con las versiones de estudio.
Lo que son las cosas. Dylan está reconstruyendo su carrera en las Bootleg series, librándola de las traiciones, de la compañía, del productor (casi siempre él mismo), dejándola en lo que es, en lo que la gente pudo ver que era, algo, en casos como este, mucho mejor de lo que creíamos. Por un lado sigue sacando discos magníficos, y por otro vuelve a sacar los antiguos y no resultan piezas de museo. Los críticos de entonces le pegaron duro, pero ahora la revista Rolling Stone, citando a estudiosos del tema, dice que Trouble no more contiene los mejores conciertos de Dylan, y que en aquella época estaba "at the absolute peak of his powers", solo comparable a aquellos alucinantes mediados de los 60. Dylan va a su rollo y los críticos también.
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