18.3.25

Vejez

Cuaderno de invierno, 89



Están viejos los mastines. No nos hemos dado cuenta y hace ya casi diez años que trajimos a Galán. Dicen que los mastines no suelen rebasar esa edad, aunque nos consuela pensar que eso será lo más habitual entre los perros de trabajo, los que duermen sobre la nieve y comen de vez en cuando, los que se dejan los huesos en los riscos y en las cañadas, en viajes interminables de los que nunca se cansan ni parecen protestar. Estos viven bien, tranquilos, ladrándoles a las palomas. El otro día volvimos a casa y Galán se fue a uno de sus escondrijos y nos trajo un obsequio de bienvenida, un gato recién matado, joven pero no cachorro, pardo rayado, con los ojos azules. Metimos el cadáver en una bolsa de plástico y nos lo llevamos. Íbamos a reprenderle pero esas aprensiones son cosas de humanos, el animalico lo hizo con la mejor intención. De hecho al día siguiente les cambiamos las colchonetas del invernadero, que ya estaban viejas y con las cubiertas medio rasgadas, y no se las habíamos cambiado antes porque se muestran muy desconfiados con los olores nuevos y son capaces de dormir al raso antes de tumbarse en un colchón desconocido. Morena, no. Morena es más bajoca, que dicen los valencianos, más tranquila y contentadiza. Pisó con cautela la cama nueva y yo la estuve acariciando un rato, hasta que se decidió a posar los cuartos traseros y poco después ya se había tumbado. El otro es más cabezón. Galán se queda en el suelo de piedra y no consiente probar el lecho nuevo hasta pasados unos días. Lo hemos visto que cojeaba un poco pero después de que lo viera varias veces el veterinario hemos llegado a la conclusión de que se trata de artrosis, del desgaste de los viejos, que los hace andar a barquinazos. En su momento decidirá que la cama le gusta, igual cuando esté cansado de recordar la vieja. Y se tumbará y nos mirará con los ojos pequeños y esa mirada de tierna seriedad despeluchada que es como un aviso del tiempo. Este invierno, por lo menos, ya lo han pasado, y el próximo, si llegan y están malos, los meteremos a dormir en la cocina, si es preciso al lado de la chimenea. Aunque mucho me extrañaría que no conserven sus austeras costumbres hasta el momento mismo de morir.

2 comentarios:

  1. Precioso texto, qué gusto dar hablar de nuestros perros y reconocernos en ellos.

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    1. Ciertamente, y cuánto aprendemos de ellos.

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