Cuaderno de verano, 32

Los días están dando un respiro. No hay que cerrar la casa a cal y canto nada más que regresamos del paseo, para que el calor no se cuele con la luz, y los trinos mañaneros duran por lo menos hasta mediodía. Por las noches no hace falta abrir las ventanas de par en par, sino lo justo para que corra el aire, igual que en El humo dormido decía Gabriel Miró que le gustaba escuchar el armónium de la iglesia sin las puertas abiertas del todo, porque «abrir del todo es poder escucharlo todo, y se perdería lo que apetecemos en el trastornado conjunto». Yo también prefiero esa lejanía de entretiempo, que las cosas no suenen claras del todo, que la realidad asome, se entrevea, invite a entrar en ella, pero no se exhiba ni abrume. En todo caso es preferible disfrutar del concierto de pajarillos que de las chicharras que dan la sensación de que la tierra entera se esté asando, y de los gallos que se animan a cantar hasta bien entrada la mañana y no callan como acobardados durante todo el día. Hay una temperatura que pone a funcionar la vida, como si los animales saliesen de sus guaridas con ganas de charlar. Incluso se podían ver por el camino los caballos que no vemos casi nunca porque permanecen a la sombra, resguardados en un establo con el techo de hojalata, muertos de calor. Esta mañana, sin embargo, había uno pastando en el ribazo de la acequia y espantándose las moscas con la cola. Llevamos una semana de canícula, podía ser peor; pero las mieses ya se han secado después de las últimas lluvias intempestivas y también han salido a pasear las cosechadoras. La vieja John Deere de la masía del Campano, que siega los campos de trigo y de cebada, ya estaba aparcada debajo de un nogal, y la tierra con espigas granadas que temíamos que con las humedad les entrara el añublo ya son unas cuantas hiladas de paja limpia y seca. A lo mejor pasa mañana por aquí la empacadora, y por la noche algún animal duerme con la cama nueva, tan a gusto como nosotros. A partir de hoy escucharemos el trastornado rumor de las cosechadoras que trabajan por la noche, con focos potentes que van a ras de tierra y al principio suelen alarmar a los mastines, pero pronto se acostumbran.
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