18.9.25

Virgiliana

 Cuaderno de verano, 90


No es raro que cite tanto a Virgilio. En mi rutina campestre, nada más levantarme salgo a pasear, y de regreso, como dice Baroja de cuando está en Itzea, «me arreglo un poco» y me meto en mi cuarto. Y lo primero que hago no es escribir estos apuntes, sino avanzar en mis estudios sobre las Geórgicas, que empezaron hace años con una traducción en basto verso alejandrino, y continuaron con todo tipo de antecedentes, indagaciones y comentarios en los que todavía estoy metido y no tengo ninguna prisa en salir, porque más que un proyecto es una forma de pasar el tiempo. Durante el verano, además, desde que el sol está en lo alto no hay mucho que hacer fuera de casa que no sea socarrarse, de modo que Virgilio me acompaña casi toda la mañana.
Todo este cuaderno se debe, en realidad, a los años que pasé, en un piso del centro de Madrid, traduciendo minuciosamente a un poeta antiguo en un verso anticuado, y recopilando no solo libros en torno a ese libro sino leyendo y escribiendo lo que yo llamo literatura campestre, que no tiene nada que ver con ese ruralismo jarrapellejo y degradante que de vez en cuando vuelve a ponerse de moda. Se trata, como nos enseñó Virgilio, de, por decirlo con una frase de Stendhal que también le gustaba a Baroja, ver en lo que hay, elevar a categoría lírica, épica incluso, las más humildes menudencias del discurrir de los días. Virgilio llevó a las uvas y a las cabras a donde antes solo habían pisado los héroes de las epopeyas, edificó una Arcadia presente, un mundo intemporal en el que solo cuenta el frío y el calor, el agua y el sol. 
Y si me vine aquí a escribir este cuaderno acaso fue también por su enseñanza, porque quería ver y sentir lo mismo que cualquiera que haya estado cerca de la tierra y, como nos hace ver Virgilio quizá con un exceso de indulgencia, no sólo no haya sufrido por ello sino que lo haya convertido en el centro de su vida. Viajo al pasado mientras cuido los pimientos, elimino las fronteras cuando dejo el reloj en casa y me salgo a ver cómo maduran los membrillos. «Primores de lo vulgar», lo llamó Azorín, sin referirse a Virgilio, pero sí a la emoción del aire puro, al entusiasmo de la luz.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.