Cuaderno de verano, 90
Todo este cuaderno se debe, en realidad, a los años que pasé, en un piso del centro de Madrid, traduciendo minuciosamente a un poeta antiguo en un verso anticuado, y recopilando no solo libros en torno a ese libro sino leyendo y escribiendo lo que yo llamo literatura campestre, que no tiene nada que ver con ese ruralismo jarrapellejo y degradante que de vez en cuando vuelve a ponerse de moda. Se trata, como nos enseñó Virgilio, de, por decirlo con una frase de Stendhal que también le gustaba a Baroja, ver en lo que hay, elevar a categoría lírica, épica incluso, las más humildes menudencias del discurrir de los días. Virgilio llevó a las uvas y a las cabras a donde antes solo habían pisado los héroes de las epopeyas, edificó una Arcadia presente, un mundo intemporal en el que solo cuenta el frío y el calor, el agua y el sol.
Y si me vine aquí a escribir este cuaderno acaso fue también por su enseñanza, porque quería ver y sentir lo mismo que cualquiera que haya estado cerca de la tierra y, como nos hace ver Virgilio quizá con un exceso de indulgencia, no sólo no haya sufrido por ello sino que lo haya convertido en el centro de su vida. Viajo al pasado mientras cuido los pimientos, elimino las fronteras cuando dejo el reloj en casa y me salgo a ver cómo maduran los membrillos. «Primores de lo vulgar», lo llamó Azorín, sin referirse a Virgilio, pero sí a la emoción del aire puro, al entusiasmo de la luz.
Y si me vine aquí a escribir este cuaderno acaso fue también por su enseñanza, porque quería ver y sentir lo mismo que cualquiera que haya estado cerca de la tierra y, como nos hace ver Virgilio quizá con un exceso de indulgencia, no sólo no haya sufrido por ello sino que lo haya convertido en el centro de su vida. Viajo al pasado mientras cuido los pimientos, elimino las fronteras cuando dejo el reloj en casa y me salgo a ver cómo maduran los membrillos. «Primores de lo vulgar», lo llamó Azorín, sin referirse a Virgilio, pero sí a la emoción del aire puro, al entusiasmo de la luz.
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