10.1.06
Sharon
Siente que respira, sabe que respira, aunque todavía no sabe si está o no está vivo. Su bienestar, su tranquilidad sin fuerzas es un sentimiento sin sensaciones que puede corresponder a la vida o a la muerte. Ha especulado tanto sobre la muerte a lo largo de su vida, sobre la tierra prometida y sobre el más allá, que está abierto a cualquier posibilidad. Pasa mucho tiempo, o poco, no sabe, el tiempo ha perdido sus dimensiones, se ha deformado en sueños y vigilias, y en una conciencia paulatina que alterna el presente y el pasado, los deseos y las verdades.
Durante mucho tiempo, días o minutos, se prepara para tomar una decisión, algo tan sencillo como mover un dedo, o abrir los ojos. No es consciente de que no pueda moverse. Alguien, hace tiempo, le hizo daño, sintió el dolor, un pensamiento fugaz como una bengala pasó por su cerebro lastimado, el pensamiento del dolor. Pero antes de dar la orden al dedo hay que salir de esta especie de marasmo sin aroma, este lecho blando como la tierra, seco como la tierra, poderoso y destructor como la tierra.
Cree que ya ha decidido mover el dedo, pero no sabe si el dedo se ha movido o no. Se ve obligado a conjeturar sobre las condiciones de su vida. Un leve, mortecino estremecimiento le sacude al contemplar la idea de que esté vivo pero no pueda moverse, ni hablar ni oír, tan sólo vivir en la conciencia de sí mismo, huir de aquellos bosques blancos llenos de vivos y de muertos, de aplausos y de gritos, de amores y de odios. Pero no le quedan fuerzas para juzgar, ni tampoco para desesperarse, ni para estar triste, ni para temer, ni para odiar.
De pronto, como una luz blanca que anunciase la belleza de la muerte, algo del mundo penetra en la caverna. Su cuerpo se estremece por primera vez; entre los músculos inertes de la cara, una lágrima busca los ojos con lentitud geológica. Pero esa luz se condensa en la nitidez de lo que es real, y no es luz sino sonido, no es la muerte, es la vida, es él, es Mozart. Y Mozart, ¿está en la tierra, o está en el cielo?
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