21.12.06

Barojianismo

Diario de Teruel, 21/12/2006

Se habla mucho últimamente de Navarra. O, para mejor decir, se habla de que se habla de Navarra. De vez en cuando, por esa querencia al verde que tenemos los de secano, voy a la parte de la que se supone que se habla, los valles del Bidasoa, la arkadia euskalduna, los vascos feroces. Uno se retiraría como Sánchez–Ostiz a los prados de Irurita, a disfrutar de ese organismo vivo que se llama caserío; da la impresión de que Sánchez–Ostiz, aparte de ser navarro, haya encontrado en el Baztán un balneario para su barojianismo militante y su amor a los paisajes encapotados. El mío es más un caso de carobarojianismo, porque siempre me llevo a esa parte de Navarra un tomo de sus Estudios Vascos, y recojo en su mirada de antropólogo todo lo que se junta por aquellos impresionantes andurriales: el mito geórgico, las ovejas latxas, los menhires horizontales de las jambas de las bajeras, las aguas desatadas en cualquier inmundo riachuelo, los robles espigados para las vigas, las apacibles vacas o las brumas azuladas. Disfruto la plasticidad exuberante del paisaje, y también una especie de lírica de los aperos, de contemplar las faenas del campo y a las gallinicas que pasean por el prado.
Todo eso es ficción barojiana, por supuesto. Uno viaja por paisajes memorables y escenarios en los que se imagina cosas, y echa unos troncos al fuego y al crepitar de las llamas se suman las esquilas de las ovejas que pastan al lado de la casa. Son ovejas de finas patas negras y largas melenas blancas. Pastan bajo la lluvia como si nada, y las vedijas se les quedan aún más largas y onduladas. Estas ovejas latxas viven en su alimento, no tienen que sufrir tediosas caminatas apelotonadas para buscar algún pasto reseco; ellas pasan tranquilamente el día bajo la lluvia y miran al viajero con un gesto un tanto altivo, como si fuesen ovejas más intelectuales, con más opulencia moral.
Pero lo más barojiano quizá sea cuando asistes, en un pueblo que no pasará de los quinientos habitantes, a una misa estrictamente bilingüe y abarrotada por vecinos de cuatro generaciones distintas. Escuchas rezar a los abuelos euskaldunes y a los jóvenes de aro en la oreja. Escuchas esa joya rara, ese tesoro infrecuente. Su sonido es como las piedras de las jambas de los caseríos. En tiempos de los Baroja esta Arkadia de baserritarras merecía su atención en la medida en que sufría el desprecio y la incomprensión de los demás. Ahora, convertida en altivo parque temático de sí misma, se dedica a una especie de esgrima de salón entre los conservadores de dólmenes y el Opus Dei.

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