6.5.07

PERSPECTIVA


Alguna vez he comentado la sensación de maqueta gigantesca que me suele provocar buena parte de la arquitectura contemporánea, como si el arquitecto sólo hubiera trabajado con planos y con escalas y jamás se hubiese puesto en los ojos de quien debe pasar junto al edificio, o visitarlo, o habitar en él. Luego las autoridades legas inspeccionan la maqueta con las manos en la espalda y disfrutan otra vez más de su perspectiva poderosa, de su condición de Gulliver entre votantes diminutos. Es lo único a lo que aspiran, porque luego la parte real del edificio se rellena de vulgaridad, de atentados contra el sentido de la proporción y de copieteos de catálogo.
Por eso me gusta Moneo. Sus edificios son más hermosos desde cerca, y mucho más dentro de ellos. Todo aquello que sólo puede verse desde el cielo parece subordinado a lo que se puede tocar con la mano. La impresión que me causó el museo de Mérida, esa sencillez de infinita complejidad, esas tapias lisas sin dos ladrillos cocidos a la misma temperatura, aquellos majestuosos arcos, de antes de que las bóvedas pareciesen cañones, se puede percibir estos días, de un modo completamente distinto, en el nuevo Museo del Prado, desnudo de cuadros, antes de que lo inauguren en octubre.
Aquí lo que me impresiona es el sencillo respeto a dos edificios tan vulgares, pero tan representativos, como la Academia de la Lengua y la iglesia de Los Jerónimos, incluso a las pilmas y añadidos de Chueca Goitia, un arquitecto que se ha pasado la vida construyendo pastiches de un pasado falso que terminan por no ser de ninguna época. Y es también el respeto a los muchos edificios mudejaroides con remates de escayola y fachadas de ladrillo colocado a tizón que hay en Madrid, y particularmente por aquella zona.
Ah, los límites, siempre los límites. Desde que entras por la puerta de los Jerónimos se impone la sensación de un hermoso paseo entre perspectivas agradables, un recorrido por la dulce serenidad de quien cuida la nobleza de los materiales. Un estudiante de arquitectura explica las complicaciones de meter un museo bajo tierra para que su parte visible no desdiga de unos edificios lisamente dieciochescos. Comenta que Moneo suele recrear ambientes nórdicos, de limpios suelos de roble y puertas de bronce listas para iniciar su envejecimiento, su condición histórica. Allá donde te pares a mirar, notas que esa persepectiva tuya concreta también ha sido tenida en cuenta, de que el arquitecto sabe qué estarás mirando en cada momento del paseo, e incluso conduce amablemente tu mirada.
Pero hay algo todavía mejor. La desnudez de una rehabilitación consiste en que se respeten ambas construcciones, la rehabilitada y la que rehabilita. El claustro, así, parece uno de esos frisos traídos de oriente piedra a piedra y expuestos en su situación original dentro de un museo moderno. Es de lo que se trataba, porque el claustro estaba hecho una ruina. Lo han traído de lejos, lo han traído de la ruina, y lo han envuelto en luz. Además, lo han colocado donde estaba. Casi todas las arcadas exteriores de cemento, de las mismas que las antiguas e interiores de granito, llevan cristales biselados, precisamente para dirigir la perspectiva hacia otras que nos ofrecen las vistas que mejor cuadran con el aire que se respira en el museo. Lo que se ve es siempre parte del edificio, aunque sea el cielo.
Una de las arcadas del claustro antiguo está ciega, tapada por un muro de hormigón basto, sin pulir, casi con las rebabas del encofrado. Ese hormigón de color cálido es parte de la entraña del edificio, de lo que el edificio es, y también participa de la belleza del mismo modo que son bellos muchos enrejados de cimentaciones y muchas cimbras de puentes que luego se destruyen. No hay nada oculto en este cálido lugar. La obra es lo que fue y lo que ha sido hecho. La obra es tiempo, construcción. Desde la linterna del claustro también se ven pasillos acristalados donde circularán con batas blancas los restauradores. El arte no sólo se nutre de su función sino de su propia construcción, y cada nueva decisión transparentemente tomada, para que de ningún modo se oculte a nuestros ojos, es una forma más de disponer el cerebro en la actitud que requiere ver una obra de arte: ver lo que es, todo lo que es, sin trampa ni cartón, con la sencillez de una pincelada única y bastante, trazada con talento.

2 comentarios:

  1. Anónimo5:59 p. m.

    La obra es fantástica y ojalá cunda el ejemplo de enseñar la obra antes de la inauguración oficial y de explicarla y entenderla y finalmente ser capaz de criticarla.

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  2. Me gusta la arquitectura contemporánea, a pesar de que tiene enemigos acérrimos. Hay gente que en cuanto ve algo diferente, que se sale de la norma del paisaje circundate, pone el grito en el cielo. Moneo es un artesano de la arquitectura. Cualquiera que vea el interior del Museo Romano de Mérida, se debería sentir arrebatado por esa inmensa sencillez romana. Pero hay gustos para todo.

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