Diario de Teruel, 13 de septiembre de 2007
Entre los personajes que manejé para el folletín de este verano, casi todos falsos en sus nombres o en sus vidas, hay uno cuya peripecia -no así su forma de hablar- es rigurosamente verdadera. Me refiero al hermano Etienne, que sí existió y tuvo ese nombre, y en efecto se dedicaba, a principios del siglo XX, a poner orfanatos en funcionamiento en aquellas ciudades en las que había muchachos desatendidos.
El personaje me fascinó por la energía literaria que liberaba su presencia. En todo caso, remito al libro de Pablo Pérez Tello sobre la historia de La Salle en Teruel para quien tenga interés en la persona o en la época. Mi interés, entonces y ahora, era llamar la atención sobre aquellos individuos que se tomaban la enseñanza como una misión sagrada. Desde luego que ya no hay -espero- huérfanos desatendidos en esta progresada sociedad, en este “país de ricos”, como decía el otro, pero sí hay muchos chicos que llegan de un país lejano a mitad de curso, que necesitan un poco de tiempo para desenvolverse con una lengua nueva, o que, sencillamente, no se merecen que un país de acogida los estabule a todos juntos en determinados centros, casi siempre públicos, a base de artimañas que por más que se denuncien no parecen conmover los cimientos ideológicos de quienes las usan para que en los centros concertados haya el menor número posible de extranjeros.
Ignoro cuál es la dimensión del problema en Teruel, pero en ciudades como Madrid ya resulta escandaloso. Alguna vez he comentado que hay un colegio de franciscanos en determinado barrio que empezó a estar mal visto entre el vecindario porque asistía a extranjeros sin recursos, y que apareció un buen día forrado de pintadas en las que se les conminaba a que se largasen de allí. Así se escribe la historia: gente que defiende la religión católica obligatoria insultaba a quienes practican el Evangelio.
Me pregunto qué pensaría el hermano Etienne de todo esto. Si le parecería bien que la escuela concertada filtrase a sus alumnos con sibilinos métodos censitarios. Si pasaría las tardes tranquilo mientras en algunos colegios se acumulan los alumnos con necesidades académicas suplementarias. No hablo de La Salle. Hablo de la escuela concertada en general, y hablo, ya puestos, de la infumable contradicción de que determinadas congregaciones religiosas se abracen al neoliberalismo discriminatorio como si con ello fueran a salvar el Santo Grial. Tras el fantasma de la Educación para la Ciudadanía, me temo que muchos van a colar su fe de marca, su vocación clasista, su religiosidad ideológica, su propensión al privilegio como si fuera un derecho divino.
El personaje me fascinó por la energía literaria que liberaba su presencia. En todo caso, remito al libro de Pablo Pérez Tello sobre la historia de La Salle en Teruel para quien tenga interés en la persona o en la época. Mi interés, entonces y ahora, era llamar la atención sobre aquellos individuos que se tomaban la enseñanza como una misión sagrada. Desde luego que ya no hay -espero- huérfanos desatendidos en esta progresada sociedad, en este “país de ricos”, como decía el otro, pero sí hay muchos chicos que llegan de un país lejano a mitad de curso, que necesitan un poco de tiempo para desenvolverse con una lengua nueva, o que, sencillamente, no se merecen que un país de acogida los estabule a todos juntos en determinados centros, casi siempre públicos, a base de artimañas que por más que se denuncien no parecen conmover los cimientos ideológicos de quienes las usan para que en los centros concertados haya el menor número posible de extranjeros.
Ignoro cuál es la dimensión del problema en Teruel, pero en ciudades como Madrid ya resulta escandaloso. Alguna vez he comentado que hay un colegio de franciscanos en determinado barrio que empezó a estar mal visto entre el vecindario porque asistía a extranjeros sin recursos, y que apareció un buen día forrado de pintadas en las que se les conminaba a que se largasen de allí. Así se escribe la historia: gente que defiende la religión católica obligatoria insultaba a quienes practican el Evangelio.
Me pregunto qué pensaría el hermano Etienne de todo esto. Si le parecería bien que la escuela concertada filtrase a sus alumnos con sibilinos métodos censitarios. Si pasaría las tardes tranquilo mientras en algunos colegios se acumulan los alumnos con necesidades académicas suplementarias. No hablo de La Salle. Hablo de la escuela concertada en general, y hablo, ya puestos, de la infumable contradicción de que determinadas congregaciones religiosas se abracen al neoliberalismo discriminatorio como si con ello fueran a salvar el Santo Grial. Tras el fantasma de la Educación para la Ciudadanía, me temo que muchos van a colar su fe de marca, su vocación clasista, su religiosidad ideológica, su propensión al privilegio como si fuera un derecho divino.
No hay comentarios:
Publicar un comentario