Entre los pecios de este verano, hay uno la mar de genuino. Me gusta mucho la literatura de encargo, la solfa ocasional. Hace un par de semanas Marisa García, que, en ausencia trágica de Ramón Calvé, se ha ocupado de la Muestra de Folklore de Teruel, me encargó un texto para la ceremonia de clausura. Se trataba de cubrir el hueco que dejaban unos bailarines en el escenario mientras se cambiaban de atuendo. La cosa iba de unas máscaras de Carnaval que luego reaparecían como máscaras trágicas en danzantes de sirtaki. La música verbal, que no era otra cosa, ni creo que debía serlo, se acompañó, a su vez, con una bailarina enmascarada, una melodía bien elegida y unas imágenes del mar, porque el tema de fondo, el hilo de toda la Muestra, eran los pueblos del Mediterráneo. Cuelgo aquí lo que grabé con mi voz, tanto tiempo después de dedicarme yo a esas cosas, en los estudios de Puerto.
Máscaras de arena
Máscaras de arena
En la antigua Grecia, en la Grecia de Platón,
en la Atenas de las tragedias de Sófocles y Eurípides,
llamaban a las máscaras con la palabra personna.
Medea era el horror, su persona eran los celos y el horror,
el odio perturbó su corazón, su máscara sangraba.
Pero también, al tiempo que curaban el dolor,
brillaban de alegría las comedias,
las personas se reían, las máscaras danzaban.
Máscaras de arena dibujaron en costas alejadas
y máscaras de agua con sus negras proas.
Sonrisas y dolores dibujaron, personas y mentiras,
y cubrían con gritos de amor el cielo del Mediterráneo,
cubrían su gloria con púrpura de Tiro
cubrían su sangre con máscaras de tiranía.
Aguas de mil ríos bañaron sus manos inocentes
la sal del mar bañó sus águilas culpables.
La máscara de Edipo vio cómo en tantos pueblos
se mataban entre hermanos, desterraban a sus hijos.
Pero la máscara de un dios propicio los veía crecer,
arribar a nuevas playas, cazar venados de muchas puntas,
construir grandes ciudades, engendrar pueblos enteros,
Pero, sobre todo, los veía regar las noches de luna
con ritos heredados de sus padres
y bailes aprendidos en sus viajes.
La máscara de Ulises escuchó cantos prohibidos
y derramó, allá donde llegase, su amor a la tierra perdida.
La nostalgia se fraguaba en yunques de sabiduría.
Máscaras de un pasado mejor, sombras de una patria
que bailaban descalzas sus alegrías
y miraban al cielo como se mira el porvenir.
Máscaras de padres y de hijos, de rubios y morenos,
máscaras de tiempo derramado en las cosechas
lentas arenas que cuentan las gotas de la lluvia.
La máscara del gran imperio romano, sus personas,
cegaron su rostro de fe, por debajo de las brumas.
Carnavales de mil sangres respiraban bajo un rostro fingido
su alegría y sus pasiones, sus pecados y sus grandes ilusiones.
Pueblos enteros latían por debajo de los yelmos,
recién llegados a Roma, donde la fe vivía del teatro,
o lentamente venidos a Grecia, en cuyos atrios se bailaban
hermosas danzas orientales, cánticos de sangre nueva.
Fueron máscaras de arena, ritos de agua, personas de paz.
en la Atenas de las tragedias de Sófocles y Eurípides,
llamaban a las máscaras con la palabra personna.
Medea era el horror, su persona eran los celos y el horror,
el odio perturbó su corazón, su máscara sangraba.
Pero también, al tiempo que curaban el dolor,
brillaban de alegría las comedias,
las personas se reían, las máscaras danzaban.
Máscaras de arena dibujaron en costas alejadas
y máscaras de agua con sus negras proas.
Sonrisas y dolores dibujaron, personas y mentiras,
y cubrían con gritos de amor el cielo del Mediterráneo,
cubrían su gloria con púrpura de Tiro
cubrían su sangre con máscaras de tiranía.
Aguas de mil ríos bañaron sus manos inocentes
la sal del mar bañó sus águilas culpables.
La máscara de Edipo vio cómo en tantos pueblos
se mataban entre hermanos, desterraban a sus hijos.
Pero la máscara de un dios propicio los veía crecer,
arribar a nuevas playas, cazar venados de muchas puntas,
construir grandes ciudades, engendrar pueblos enteros,
Pero, sobre todo, los veía regar las noches de luna
con ritos heredados de sus padres
y bailes aprendidos en sus viajes.
La máscara de Ulises escuchó cantos prohibidos
y derramó, allá donde llegase, su amor a la tierra perdida.
La nostalgia se fraguaba en yunques de sabiduría.
Máscaras de un pasado mejor, sombras de una patria
que bailaban descalzas sus alegrías
y miraban al cielo como se mira el porvenir.
Máscaras de padres y de hijos, de rubios y morenos,
máscaras de tiempo derramado en las cosechas
lentas arenas que cuentan las gotas de la lluvia.
La máscara del gran imperio romano, sus personas,
cegaron su rostro de fe, por debajo de las brumas.
Carnavales de mil sangres respiraban bajo un rostro fingido
su alegría y sus pasiones, sus pecados y sus grandes ilusiones.
Pueblos enteros latían por debajo de los yelmos,
recién llegados a Roma, donde la fe vivía del teatro,
o lentamente venidos a Grecia, en cuyos atrios se bailaban
hermosas danzas orientales, cánticos de sangre nueva.
Fueron máscaras de arena, ritos de agua, personas de paz.
vi la clausura de la muestra, y el texto, acompañado de la bailarina, las imágenes y la música resulto magestuoso. Pero, sobre todo, lo que más me gustó fue su voz. Le parecera extraño, pero tiene una voz emocionante, clara, austera, solo es comparable a sus descripciones, que para mí son realmente increibles, te trasladan a lo descrito sin darte cuenta.
ResponderEliminarestoy de acuerdo con usted pecio la voz !!! magnifica doy fe
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