23.9.08

BALONTIRO


Bajo a la calle con el podenco y veo que en los jardines de enfrente, en una pista de cemento descarnado, hay unos niños de no más de diez años jugando a balontiro, eso que otros llaman, creo, balón prisionero. Dos mujeres mayores (madres o cuidadoras o ambas cosas) les están explicando cómo se juega. Ellas rondan los cuarenta, seguramente están probando a ver si los juegos perduran o sencillamente no saben cómo entretenerlos y tiran de biografía.
Al principio me ha llamado la atención porque me costaba incluso acordarme del nombre. Luego ha venido una ola de recuerdos callejeros. No, no es un juego tan inocente. El que pierde paga con el peor de los castigos, no jugar. Un niño tira el balón al alto y dice el nombre de otro niño, que tiene que recogerlo sin que caiga al suelo para eliminar al que se lo ha tirado. Si el balón bota, cuando por fin lo coge todos los niños, que corren desperdigados como si en vez de un balón fuese un bomba, tienen que quedarse donde están. El dueño del balón, entonces, da tres pasos hacia uno de ellos, el que le pille más cerca, y le tira un balonazo que el otro debe esquivar sin mover los pies o cogerlo sin que caiga al suelo. Si le aciertan de cintura para arriba y no lo coge, se va a la calle.
Es tan implacable como todos los juegos callejeros. Los primeros que se quedan sin jugar son los gordos y los torpes, los unos porque nunca van muy lejos con su descontrolado perneo y los otros porque nunca cogen la pelota sin que caiga al suelo. O los tontos. Recuerdo uno que hacía flexiones y se cimbreaba para despistar al lanzador, pero el lanzador, si era listo, sólo tenía que esperar hasta que se cansase, y después darle de lleno.
Los niños, afortunadamente, siguen siendo niños. Esta tarde casi todos eran zagales veloces y flexibles, pero había una niña, algo más joven que ellos, que siempre se quedaba a tiro. La primera vez ha tenido suerte porque el lanzador era más torpe que ella, pero la segunda vez le ha tocado a un chaval con cara de pito, de estos que jugaban estupendamente al fútbol y en las peleas siempre desaparecían, que no eran los jefes de la pandilla porque no necesitaban halagos ni pleitesías, pero tampoco se dejaban llevar por nadie; es más, solían tener bastante mala leche.
A un chaval de estos lo han nombrado y él ha salido como una liebre a coger la pelota antes de que cayese al suelo, tan ligero que otro niño, algo más alto que él, se ha quedado a unos cinco metros, más cerca de él incluso que la niña, que estaba tres o cuatro metros más lejos, pero también a tiro, como siempre. El chaval del balón ni se lo ha pensado. Ha puesto rumbo a la niña y ha dado tres pasos que lo han dejado a pocos metros de ella. La niña no pensaba en coger el balón al vuelo ni mucho menos en esquivarlo. Se limitaba a estirar los brazos y enseñar las palmas de las manos y los dedos apretados para protegerse del golpe. Pero el niño no ha dudado. Es más, creo que se ha regodeado en apuntar, ha estirado el cuerpo todo lo que podía para coger el mayor impulso posible y luego, al más puro estilo Laudrup, mirando para otra parte, le ha estampado en la cara un balonazo al chico que tenía más cerca, y que hasta entonces miraba la escena relajado y sonriente, testigo excepcional de una de esas escenas de abuso que tanto gustan a los imbéciles.
No sé cómo habrá seguido la contienda, porque el perro ha terminado de mear y hemos seguido camino. No sé qué habrán dicho las madres.

1 comentario:

  1. Ese niño era un justiciero... Muy bien hecho. Acabará tirándose a la niña en los próximos años (con perdón).
    Laudrup, qué grandes esos pases mirando al tendido...

    ResponderEliminar

Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.