Fin de la Santísima Trinidad
Con la muerte de Miguel Delibes se extingue la nómina de novelistas de manual. Él, Cela y Torrente han servido durante los últimos treinta años para jalonar todas las épocas de la narrativa española. Los tres fueron, ejem, existencialistas, socialrrealistas, experimentalistas y posmodernos. En cada etapa había unos que morían o que no seguían escribiendo, y otros que llegaban y los detestaban, o simplemente que se fueron. En términos de conocimiento, de popularidad, el gran perjudicado de esta tríada sagrada fue Ramón J. Sender, aunque creo que el tiempo está dejando algunas cosas en su sitio, incluso en los manuales. El caso es que todos están muertos y no muchas de sus novelas siguen vivas, y el recuerdo que se tiene ahora de ellos aún debe cambiar mucho en las siguientes décadas hasta que quede fijo su valor histórico.
Torrente, por ejemplo, al que siempre se le consintió que fuera un novelista clásico, a condición de que cumpliese con lo que se exigía en cada época, si permanece es sobre todo por su novelística tradicional. La Saga/fuga se pierde en el horizonte, pero al lector común le siguen resultando interesantes sus últimos divertimentos o su Regenta particular y gallega, Los gozos y las sombras.
De Cela yo estoy en que se va a quedar con lo puesto, esto es, con lo que escribió antes de tener cuarenta años. A mí lo que vino luego me gusta tanto y a veces más, pero sus esfuerzos por pasar a la historia han hecho que lo hiciera con tanta fuerza que se pasó de largo. Sigo siendo un incondicional del Viaje a la Alcarria o del Primer viaje andaluz, es decir, del Cela heredero de Solana. En casi todo lo que vino después sigo disfrutando de su bellísimo castellano, pero lo que dice no me interesa, entre otras razones porque no suele decir nada.
Y de Delibes, que está de cuerpo presente, tengo una visión algo contradictoria. Considero importantísimos libros como el Diario de un cazador, por cuestiones de técnica narrativa, sobre todo por la desaparición del autor, que es el único tema que debe resolver satisfactoriamente un novelista. En Cela no vemos más que a Cela y eso lo invalida como novelista. Torrente ya es más cuco, ya comprende mejor a Galdós, y de Delibes hay que decir que casi siempre obró con sentido de la medida, es decir, sin perder de vista que lo que estaba haciendo, por encima de cualquier otra cosa, era contar una historia y crear unos personajes. El mismo método lo empleó después en Cinco horas con Mario, que a mí, lo siento, me aburre. El Lorenzo y el Melecio eran animalillos del campo, pero la viuda parlante es una idea que está clara desde las primeras líneas y que no hace sino dilatarse muy penosamente hasta el final.
Me ha llamado la atención que en el telediario, en un generoso reportaje lleno de autoridades y medallas, se hablase de Delibes como de un literato rural, como un Félix Rodríguez de la Fuente de la literatura, un biólogo de las palabras, y se incidiera en el asunto de su hermoso castellano. Ni una palabra de aquello que durante décadas fue Delibes, el que ponía voz a los que no la tienen, aunque estuvieran muertos. O el que trataba de glosar la sociedad en la que vivía, y los niños que criaba. Sí, también había gente de ciudad en sus novelas, no sólo lentas historias rurales con muchos nidos de cigüeña. Ni siquiera de su curiosa contribución a la posmodernidad, con una estupenda novela de las de toda la vida, El hereje, y con lo que él llevaba haciendo desde siempre, contar cosas personales, sobre todo lo que veía cuando estaba de paseo.
Los tres trataron de ir al campo y a la ciudad, los tres consideraron al escritor como aquel que no solo escribe novelas sino que pone el mundo por escrito, empezando por su paisaje y por la lengua que hablan sus paisanos. Ese casticismo tan 98 lo representan mejor Cela y Delibes. Como novelistas, creo que Torrente es el mejor narrador de los tres, el de más talento. La verdadera gloria de un novelista obedece a su capacidad de creación de mitos y de arquetipos, de historias y de personajes. Cela, como contador de historias, era nulo. Delibes es como El Viti, adusto y aseado, pero sabe contar. Y en cuanto a personajes, de Cela queda, además de don Camilo, Pascual Duarte y quizás alguno de La Colmena; de Torrente, más que un personaje, queda la manera de ser gallega de su autor. Y de Delibes quedará, sobre todo ahora, el tipo rural. De hecho no me extrañaría nada que entre en el curioso círculo de los libros de casa rural, esos que hay al lado de la chimenea para cuando llueve. Podía quedar alguno de sus niños, repelentes o rapazuelos, o bien el muerto, o su señora, pero casi mejor que quede Lorenzo. A ver si con el achaque de los lutos se lee un poco más el Diario de un cazador. Hay ahora tan pocos novelistas capaces de meterse en el pellejo de un hombre común que resultaría, además de perfectamente neorrural, una pista sobre el hecho frecuente de que las mejores novelas nacen de lo más inmediato, eso que siempre parece poco para toda una novela, y que para resolverlo bien se necesita ser, además de buen novelista, buen escritor.
A LOS CHOPOS CABECEROS DE ALIAGA
ResponderEliminar“Testigos mudos
de aquellos escarceos
son tus entrañas”
Con Delibes creo que me pasa algo que escribe Luis Landero... "al lector le entra la morriña y recuerda la lejana edad en que el demonio de la literatura se le metió como una fúgura en el alma".
ResponderEliminarEs evidente que este haikú se ha equivocado de lugar
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