Geórgicas, III, 49-72
Tanto el que a criar caballos se dedica,
cegado por los premios de la palma olímpica,
como quien cría fuertes novillos de arado,
escoja con esmero los cuerpos de las madres.
Son de torva mirada las vacas mejor hechas
y tienen la cabeza fea y mucho cuello,
y del morro a las patas les cuelga la badana.
La lomera es larga y desproporcionada:
todo lo tienen grande, incluidas las pezuñas,
las orejas peludas bajo la cuerna vuelta.
No me disgustaría si luce manchas blancas,
o la que se resiste alguna vez al yugo
y tira gañafones con estampa de toro,
y la que al andar toda engallada barre
sus huellas con la punta de la cola. La edad
de pasar por Lucina y los apareamientos
que sean menester, antes de los diez años
termina y empieza más allá de los cuatro.
Fuera de ese tiempo no valen para criar
ni tienen fuerzas para tirar de los arados.
Ese tiempo, que es lo que dura en el rebaño
la fértil juventud, dales suelta a los machos;
llévale el primero a Venus los ganados,
compensa las camadas sacando unas de otras.
Los primeros que huyen son los mejores días,
vienen males y penas y la triste vejez,
y arrebata el rigor de una muerte despiadada.
Reses habrá contino que prefieras cambiar,
Pues renueva contino, y no echarás en falta
las que hayas quitado si te adelantas y escoges
las crías cada año por el bien de la vacada.
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