Geórgicas, IV, 251-280
Como
la vida trae nuestras calamidades
también
a las abejas, si acaso languidecen
sus
cuerpos con la triste enfermedad,
por
no dudosos síntomas podrás reconocerlo:
de
pronto a las enfermas les cambia la color,
les
deforma el aspecto una horrible delgadez,
sacan
luego los cuerpos que no verán la luz
de
sus casas y marchan en triste pompa fúnebre.
O
cuelgan del umbral trabadas con las patas
o
se juntan adentro, con las puertas cerradas,
desfallecidas
de hambre, encogidas de frío.
Entonces
se escucha un sonido más grave,
un
zumbido constante, como se oye silbar
alguna
vez al Austro frío entre los bosques,
como
brama el mar revuelto en el reflujo,
como
el fuego en los hornos cerrados se arrebata:
quemar
fragante gálbano entonces te aconsejo
y
acercarles la miel con canutos de caña,
animándolas
tú, llamando a las enfermas
al
manjar conocido. Aprovecha también
añadir
el sabor de agallas machacadas
rosas
secas o arrope, espeso a fuego lento,
o
racimos ya pasos de uva psitia, tomillo
cecropio
y hiel de tierra, de penetrante olor.
Hay
incluso una flor en los prados, la mielga,
la
llaman los labriegos, bien fácil de encontrar,
pues
de una sola cepa saca enorme mata;
tiene
el botón dorado, y en cambio en los pétalos,
que
se extienden copiosos por todo alrededor,
asoma
el color púrpura de la violeta negra;
a menudo se adornan las aras de los dioses
con
guirnaldas trenzadas; sabor acre a la boca;
la
cogen los pastores en valles repelados,
a
orillas del Mela y su corriente tortuosa;
pon
la raíz en vino aromado a cocer,
y
en las colmenas, delante de la puerta,
en
cestos bien cumplidos arrímales comida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario