Y también, por cierto, está por estudiar la de veces que en todos estos años, mientras mirábamos por encima del hombro a los manifestantes pacíficos, insistíamos en el incontrovertible argumento de que, teniendo libertad para expresarse, no había necesidad alguna de violencia. Ese argumento se alimenta con lo que está pasando en Cataluña, que, nos guste o no, no va nunca más allá de las palabras, pero se desinfla si nos tomamos este alto el fuego de ETA como un fin, como una solución. Ya dijo el escritor Bernardo Atxaga que el problema vasco tenía descripción, no solución, y a ETA no la han terminado de convencer las palabras de nadie sino una barbaridad todavía más gorda que las que ella solía cometer, una caída del caballo que no fue provocada por el fulgor de la verdad sino por el estallido de las bombas de Atocha.
Aquel único artículo que publiqué sobre la ETA se tituló Excepción porque era, en efecto, una excepción a mis queridos temas menores, y en él me limitaba a reivindicar mi derecho a no estar saturado por la propaganda del terror. Ahora la excepción es la palabra, y el optimismo, a pesar de todo, una cuestión de coherencia.
Diario de Teruel, 23/3/2006
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