14.3.06
Naufragio
Me gustan las historias de rotos y descosidos, las parejas que se encontraron flotando en una riada de capitulaciones. Me gustan porque no hay mejor forma de tolerancia que la del superviviente, aquél que ha aspirado a todo y después de las inevitables decepciones, de los palos y los fracasos, encuentra el auténtico valor de su existencia en hacer la vida fácil a los otros. Esa gente sabe tomarse a los demás en serio, sean quienes sean y sientan lo que sientan; forman núcleos familiares de aluvión, basados en la compañía y el respeto, pero no exactamente –no siempre– en lo que una sociedad fanática, reprimida y cada vez más perturbada les exige, ella sabrá con qué derecho.
Estos temas son muy habituales en los libros de Paul Auster, pero pocas veces el resultado es tan brillante como en Brooklyn Follies. Aparte de su prosa clara y absorbente (cada vez más) y de su sano gusto por la peripecia, hay en este libro un bellísimo alegato a favor de la gente que hace lo que puede, que se cae y se levanta, que se equivoca y se redime, que necesita una segunda oportunidad pero también está dispuesta a concederla. Pocos idilios tan intensos como los amores imprevistos. Pocos afectos tan duraderos como los que no vienen impuestos por la ley ni por la sangre, sino por ese sentimiento tan difuso que uno llamaría solidaridad si la palabra no estuviese a estas alturas tan emputecida.
Auster ha escrito un libro político, claro. Uno tiene la impresión de que sólo con sentido del humor se puede hablar del “golpe de Estado legal” que dio Bush en Estados Unidos cuando le robó a Al Gore las elecciones y convirtió medio país en una piscifactoría de tiburones pasados de rosca que se desayunan con bilis y mean gasolina, algo inquietantemente parecido a lo que está sucediendo en España, por cierto. En medio de semejante ruido de hienas, en medio de tanto salvaje iluminado, este libro es como una cálida habitación donde nadie quiere hacerte daño. Auster escribe como si te estuviera echando una mano en mitad de una mudanza: sin pedir explicaciones, sin pedir dinero, sonriéndole a lo poco, o lo mucho, nunca se sabe, que nos quede por vivir en este mundo.
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También soy fan de Paul Auster y estoy definitivamente unida a él desde que leí que uno de sus protagonistas soñaba uno de mis sueños más impactantes: un médico daba como única solución a mi enfermedad que me muriera inmediatamente, como yo ni siquiera me sentía mal ni sabía porque estaba ahí, salía huyendo. A su personaje le recomendaban lo mismo y reaccionaba igual.
ResponderEliminarPaul Auster y las casualidades...