16.9.06
Diógenes 3
Mi tía lejana era más de la parte de Ramón Gómez de la Serna, cuya tarea de escritor también consistió en una acumulación compulsiva de frases sueltas, y su casa era como una tienda del Rastro en domingo de lluvia. Ramón no limpiaba, le limpiaban, se supone, y por eso nadie ha reparado en que también pudiera sufrir un ramalazo literario del síndrome de Diógenes. Menos mal, porque si no el propio Gaudí, que pasó sus últimos años en un cuartucho lleno de gallinas disecadas y fetos de escayola, habría caído definitivamente en los manuales de psiquiatría.
Charles Dickens también iría en esa lista. En Nuestro común amigo, un personaje intenta meter en vereda a otro y para eso pone en medio de una cocina llena de trastos: "¿no te he dicho mil veces que no se trata de la utilidad material de los objetos domésticos, sino de su influencia moral?”. El personaje, Eugene, enumera prolijamente los objetos, se detiene un momento y dice: “Casi diré que ya siento nacer en mí las virtudes domésticas”.
Dickens tiene algo de escritor ropavejero, cualquier excusa le basta para enumerarnos un catálogo de objetos o para rellenar un par de páginas con una conversación que no va a ningún sitio. Y es lo mejor que tiene, desde luego, aunque ahora nadie aceptaría a un escritor que acumulara hermosas páginas inútiles dentro de un interesante relato, como es el caso de Nuestro común amigo, una historia de pescadores de herencias; ahora debe ser inútil todo, pero presentar un aspecto saludable y no rebasar determinado número de páginas. La excepción quizá sea el Dickens actual, John Irving, por más que Tom Wolf, también americano, no inglés, qué vergüenza, le haya intentado quitar el puesto.
La ropavejería de Dickens, esa acumulación compulsiva de barro y bruma, de detalles, historias y personajes; esa manera de escribir pictórica que consiste en ir rellenando espacios de color sin dar nunca la paliza con la más mínima monserga, sino haciendo desfilar un ejército de monigotes, todavía sigue vigente porque es a la novela lo que Heródoto a la historia. Entre nosotros, determina lo mejor de Galdós y de Baroja. Creo que Umbral hablaba también de la ropavejería de Baroja. Umbral, otro Diógenes del ombligo, suele dar en el clavo, lo malo es que luego no sabe qué colgar en él.
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