Diario de Teruel, 3 de enero de 2008
Estrené la nueva carretera de Valencia para ver los cuadros de Sorolla, la espléndida Visión de España que han traído de la Hispanic Society de Nueva York. Cuando Sorolla la terminó, y pese a su enorme prestigio, muchos pensadores oficiales del Problema de España o del Problema de la Pintura se le echaron encima. Unos le criticaban no haber buscado en esos cuadros de paisajes y tipos regionales la esencia de lo español; otros, que su pintoresquismo sólo pensara en lo que se puede pintar para que salga hermoso, no en el arte como denuncia severa ni como recurso filosófico.
Y en ambos sentidos era Sorolla más moderno que muchos de los que le criticaban. Su visión de España coincidía con la de su amigo Blasco Ibáñez, una suma relajada y valenciana de cosas que no tienen nada que ver. España no era una filosofía resumible sino gente que se comporta como el clima y no sabe nada de los pueblos que tiene alrededor. Castilla no encerraba más secreto de lo español que Andalucía o Galicia, y buscar algo que los identificase a todos como una nación podía valer como ejercicio intelectual, pero era bastante inútil. Lo único que une a todos estos pueblos, retratados para el extranjero, vestidos de domingo, peinados para las visitas, es una noble aspiración a la luz. Sorolla no pinta mejores ni peores de lo que son a esos tipos embutidos en sus trajes regionales. Los rostros duros, ceñudos y de labios prietos son los mismos que pintaría el gran Solana. Con los mismos mimbres podía pintarse una España Negra y una España Luminosa, no con más luces pero sí mejor iluminada.
Cierta crítica del 98 estuvo también viciada del carácter algo recocido de sus intelectuales. Mucha de la miseria moral que veían ya estaba impresa en su mirar inquisitivo, abotonado y rancio. Pero Sorolla es alegría, Sorolla regala luz como quien airea la casa y saca las sábanas a las ventanas; busca en lo que hay, no engaña ni juzga ni sermonea; pinta lo mejor posible, con soles de fiesta y trajes de colores, y eso es tan digno como el retrato antropológico de la miseria. Vio gente humilde, solo gente humilde, y se fijó en lo que hacían los lunes y los domingos, y se empeñó en sacarlos favorecidos. Como esencia de lo español a mí me basta, sobre todo si está tan bien pintada.
Y en ambos sentidos era Sorolla más moderno que muchos de los que le criticaban. Su visión de España coincidía con la de su amigo Blasco Ibáñez, una suma relajada y valenciana de cosas que no tienen nada que ver. España no era una filosofía resumible sino gente que se comporta como el clima y no sabe nada de los pueblos que tiene alrededor. Castilla no encerraba más secreto de lo español que Andalucía o Galicia, y buscar algo que los identificase a todos como una nación podía valer como ejercicio intelectual, pero era bastante inútil. Lo único que une a todos estos pueblos, retratados para el extranjero, vestidos de domingo, peinados para las visitas, es una noble aspiración a la luz. Sorolla no pinta mejores ni peores de lo que son a esos tipos embutidos en sus trajes regionales. Los rostros duros, ceñudos y de labios prietos son los mismos que pintaría el gran Solana. Con los mismos mimbres podía pintarse una España Negra y una España Luminosa, no con más luces pero sí mejor iluminada.
Cierta crítica del 98 estuvo también viciada del carácter algo recocido de sus intelectuales. Mucha de la miseria moral que veían ya estaba impresa en su mirar inquisitivo, abotonado y rancio. Pero Sorolla es alegría, Sorolla regala luz como quien airea la casa y saca las sábanas a las ventanas; busca en lo que hay, no engaña ni juzga ni sermonea; pinta lo mejor posible, con soles de fiesta y trajes de colores, y eso es tan digno como el retrato antropológico de la miseria. Vio gente humilde, solo gente humilde, y se fijó en lo que hacían los lunes y los domingos, y se empeñó en sacarlos favorecidos. Como esencia de lo español a mí me basta, sobre todo si está tan bien pintada.
Genial artículo, Castellote.
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