13. Tormentas de invierno y primavera. Ritos de fecundidad. 311-350.
Qué diré de las estrellas y las tempestades
del Otoño, y en qué han de reparar los hombres
cuando afloja el calor y los días acortan,
o cuando la primavera se mete en lluvias,
cuando en los campos se erizan las espigas
y el trigo en leche se hincha, sobre la caña verde.
Yo he visto muchas veces, cuando el colono
llevaba al segador hasta los trigos royos
y ataba las gavillas con frágiles vencejos,
cómo se juntaban a luchar todos los vientos
que arrancaban de cuajo la preñada espiga
y la echaban por los aires: de este modo
se lleva la tormenta, en remolinos negros,
las pajas livianas y las cañas voladoras.
Muchas veces también se derrama de los cielos
una tromba de agua tremenda y las nubes,
que ya están en lo más alto acumuladas,
recrecen el horrible temporal de lluvias brunas.
El cielo se derrumba, y anega el diluvio
los campos feraces y el trabajo de los bueyes.
Se colman las fosas y los hondos ríos crecen
estruendosos y revueltas sus profundidades
hierve el mar. Con su diestra lanza el propio Júpiter
rayos que vibran en la noche de tormenta,
la tierra entera tiembla con estos embates,
huyen las fieras y un pánico avasallador
se apodera del corazón de los mortales.
Júpiter quebranta con su dardo refulgente
el Atos o el Ródope o las cumbres Ceraunias;
arrecian los Austros y es densísima la lluvia,
bosques y riberas claman con el vendaval.
Sin dejar de ser con esto muy meticuloso,
observa del cielo meses y constelaciones,
por dónde se oculta la frígida estrella
de Saturno, en qué órbitas del cielo errante
va el astro Cilenio. Rinde culto a los dioses
ante todo, y ofrece a la magna Ceres
sacrificios cada año en los hermosos prados
al fin del invierno, ya serena primavera.
Entonces es cuando están gordos los corderos
y suavísimos los vinos, los sueños son dulces,
espesas entonces las sombras en las montañas.
Mozos agrestes a Ceres contigo veneren:
dilúyeles panales en leche y vino dulce
y por tres veces pase la víctima propicia
en torno a las mieses nuevas. Y el coro entero
y todos la acompañen entre aclamaciones
e invoquen con gritos a Ceres en sus moradas,
y que no arrime nadie la falce a las espigas
si antes no danza y entona sus cantos a Ceres
con ramas de encina la frente coronada.
Qué diré de las estrellas y las tempestades
del Otoño, y en qué han de reparar los hombres
cuando afloja el calor y los días acortan,
o cuando la primavera se mete en lluvias,
cuando en los campos se erizan las espigas
y el trigo en leche se hincha, sobre la caña verde.
Yo he visto muchas veces, cuando el colono
llevaba al segador hasta los trigos royos
y ataba las gavillas con frágiles vencejos,
cómo se juntaban a luchar todos los vientos
que arrancaban de cuajo la preñada espiga
y la echaban por los aires: de este modo
se lleva la tormenta, en remolinos negros,
las pajas livianas y las cañas voladoras.
Muchas veces también se derrama de los cielos
una tromba de agua tremenda y las nubes,
que ya están en lo más alto acumuladas,
recrecen el horrible temporal de lluvias brunas.
El cielo se derrumba, y anega el diluvio
los campos feraces y el trabajo de los bueyes.
Se colman las fosas y los hondos ríos crecen
estruendosos y revueltas sus profundidades
hierve el mar. Con su diestra lanza el propio Júpiter
rayos que vibran en la noche de tormenta,
la tierra entera tiembla con estos embates,
huyen las fieras y un pánico avasallador
se apodera del corazón de los mortales.
Júpiter quebranta con su dardo refulgente
el Atos o el Ródope o las cumbres Ceraunias;
arrecian los Austros y es densísima la lluvia,
bosques y riberas claman con el vendaval.
Sin dejar de ser con esto muy meticuloso,
observa del cielo meses y constelaciones,
por dónde se oculta la frígida estrella
de Saturno, en qué órbitas del cielo errante
va el astro Cilenio. Rinde culto a los dioses
ante todo, y ofrece a la magna Ceres
sacrificios cada año en los hermosos prados
al fin del invierno, ya serena primavera.
Entonces es cuando están gordos los corderos
y suavísimos los vinos, los sueños son dulces,
espesas entonces las sombras en las montañas.
Mozos agrestes a Ceres contigo veneren:
dilúyeles panales en leche y vino dulce
y por tres veces pase la víctima propicia
en torno a las mieses nuevas. Y el coro entero
y todos la acompañen entre aclamaciones
e invoquen con gritos a Ceres en sus moradas,
y que no arrime nadie la falce a las espigas
si antes no danza y entona sus cantos a Ceres
con ramas de encina la frente coronada.
Eres una fiera!
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