Y a todo esto sigue lloviendo, en una de las más feraces primaveras que recuerdo. Insiste la lluvia fina y sobre el huerto nievan los pétalos de la sakura, la flor del cerezo que sucumbe al empuje de las primeras hojas y vuela entre ráfagas de viento, rociadas por la luz que se filtra entre las nubes. Los membrillos, al contrario que el año pasado, que sufrieron heladas tardías, rebosan de flores sonrosadas. Los almendros se cargan de frutos tiernos, protegidos por la pruina. Brotan del suelo las primeras hojas de los dondiegos, los álamos verdean en las copas, ya están vestidos los perales, les siguen los ciruelos de hojas más menudas y los manzanos han abierto en pétalos blancos sus botones de color de rosa. Las hierbas crecen desmadradas, los avellanos han tupido el cuello de la acequia, los tallos nuevos de los rosales, gruesos, tirantes, del color del vino, sobresalen entre las parras que empiezan a sacar sus diminutas hojas estrelladas, rugosas de los mismos nervios que las harán tan elegantes cuando sean grandes. Llueve y su lento caer sobre el tejado nos consuela y nos anima, como si la tierra hubiese aprovechado la desbandada para hacer limpieza general. A fin de cuentas, tan solo se detiene nuestra vida. Los únicos frutos bordes, las únicas flores congeladas son las que escucho en el parte diario de defunciones, junto al engrudo estéril de las voces. La primavera estalla sin darnos más motivo para la tristeza que no ser como ella, enérgica y valiente, renovada en su fe de que no habrá más plagas este año que le quiten el aliento y el color. Los huertos duermen, abandonados, a la espera de que pueda uno ir a por planteros, cuando el labrador repasa los terrenos, los grumos desmenuza, que dice Virgilio. En las quiebras de las peñas asoman las manzanillas. Para los árboles es esta una primavera tranquila y salvaje, húmeda y reconfortante. Quizás es lo único real que invita al optimismo, y nos hemos pasado el encierro negándolo, dándole la espalda, como si por no tocarlo tampoco lo quisiéramos mirar.
Llueve mansamente y sin parar, llueve como toda la vida, antes de que viniéramos a secarla con nuestras emanaciones. No sé si habrá tenido más verdad, más realidad en su casa quien estos días al menos haya podido regar un tiesto de azaleas, que están ya a pocos días de reventar. En mi escritorio he puesto las primeras lilas.
Muy hermosa esta semblanza de una primavera que solo así leyendo, podemos disfrutar.
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