El año empieza hoy, con el solsticio de invierno. Hoy nace el sol, acontecimiento que en la antigüedad era una fiesta de más arraigo que el nacimiento de Cristo, celebrado, en los tiempos primitivos, el día 6 de enero. Pero los doctores de la iglesia se percataron de que era difícil postergar el encendido de las luminarias en las calles, de modo que pusieron encima la Natividad y se aprovecharon de la decoración. San Agustín recomendaba no celebrar tanto al sol como a quien lo hizo. Apolo quedó para siempre como una figurita de Belén.
Esta mañana teníamos dos grados bajo cero, los mastines han dormido juntos en un recodo del seto de aligustres, debajo de un pino, dándose calor. La lluvia les mojó la cama de hojas y se han echado en la tierra. Los he visto juguetones mientras les daba de merendar, a lo mejor la luz más clara los ha rejuvenecido, y ellos también han arrastrado las hojas húmedas y casi negras de los álamos como si arasen su lecho. Yo mismo he hecho desaparecer de mi escritorio los últimos papeles, todo brilla y nace con el nuevo sol bajo un cielo de azules más tiernos, todo es un poco infantil, o lo volvemos a ver nosotros con aquella luz tan clara del principio. Seguramente sea esta necesidad de limpieza profunda la responsable de que sigamos adelante, la ocasión que el sol nos brinda de olvidar.
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