28.12.20

Tradición

Cuaderno de invierno, 8


Hoy es el día de Baroja, una advocación pagana que cada año celebro leyendo un libro suyo. Por regla general escojo el título que el autor publicó a mi edad. Este año tocaba Los amores tardíos, una excelente novela (como toda la trilogía de Larrañaga) que sin embargo leí hace no demasiado tiempo, de modo que he empezado el día con Vitrina pintoresca, del año 34, mientras afuera, antes de amanecer, arreciaba la lluvia y el viento soplaba notas graves en las bajantes de las canaleras. 
El libro le viene bien a este cuaderno porque parte de lo pintoresco como aquello que da carácter, a los individuos y a los pueblos. Baroja pensaba que después del cemento armado lo pintoresco sería devorado por el turismo y eso del carácter ya no sería consustancial sino recreativo. Así ha sido, desde luego, pero a la altura de sus sesenta y dos años podía recordar los momentos de su infancia y juventud en los que el paisanaje estaba repleto de especies curiosas. En cierto modo a todos los que añoramos el prestigio del individuo nos pasa lo mismo. En sus breves reportajes sobre gitanos, verdugos, vagabundos o charlatanes abundan las anécdotas del tipo que asciende al grado de personaje. Forma parte de un grupo característico dentro del que él representa un mundo aparte, un sujeto irrepetible, cómicos y curanderos, estañadores y contrabandistas, que investían a sus oficiantes de una dignidad muy particular. 
    Lo que en tiempos de Baroja aún no se había perdido era la épica del ciudadano común, y no solo el hecho de que se pudiera vivir fuera de lo establecido, a salto de mata y a la buena de Dios, lejos de la existencia reglada, sino que aun en las vidas más anodinas a la gente se la recordaba por sus hechos, que ellos contaban ceremoniosamente y los demás rememoraban con admiración. Esa dignidad del hombre corriente, el que es capaz de representar su propia vida, es lo que ya se estaba perdiendo entonces y ahora está en las últimas. A la calle ya no puedes salir a ver cosas curiosas. Todo es uniforme y previsible. Así que merece la pena seguir leyendo a Baroja mientras la mañana ya está clara y el viento y la lluvia dejaron una nitidez de paisaje pintado con plumilla. Todavía se menean las ramas finas en lo alto de los álamos, aún hace demasiado frío.
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.