Cuaderno de invierno, 86
Junto al prunus y al espino, rozagantes de flores, han echado flor casi todos los frutales, desde los primeros brotes de los manzanos hasta el impresionante ciruelo silvestre, que llevaba enredada una parra pero he renunciado a podarla porque cada vez que estiraba de un sarmiento caía una lluvia de pétalos, un hanafubuki como el de los cerezos, que nos ha llenado de confeti a Galán y a mí. Quedan por florecer precisamente los cerezos, y también los perales y los membrillos, pero el cambio de estación se ha consumado: la alfombra de grama, nuestro césped natural, tiene corros de un verde fresco, y hemos visto salir las primeras hojas de los frambuesos y no tardarán los groselleros. Pronto podremos pasearnos junto a ellos como en el libro admirable de Adalbert Stifter.
Por salir salen hasta pájaros que estaban escondidos o hibernando en otros parajes, y con ellos especies humanas que en el primer fin de semana vernal llenan el valle con sus gritos. Vienen familias que no han pisado la vega desde que acabó el verano, y se llaman a voces desde los ribazos como los pastores entre las lomas de las cañadas, con esas voces antiguas, como aullidos de un lenguaje primitivo, y preparan fogatas y paellas y tiran al sembrado las cabezas y las vísceras de un pollo y un conejo, que varios cernícalos astutos aguardan, suspendidos en el aire, no sea que se les adelanten los gatos. Pero no eran desagradables aquellos ecos pastoriles, el padre que abría el tajadero y avisaba al hijo de que ya corría el agua, que estuviese atento para conducirla con la azada. Más desagradable ha sido un pájaro piparro que allá lejos ha venido con un auto, ha abierto las puertas y ha puesto Cadena Dial a todo trapo mientras echaba de comer a sus lebreles. Gracias a Dios, esta infame turba, por mucho que salga de caza, es alérgica a la amenidad de los campos, y nada más echarles unas sobras a los pobres bichos en sus cubículos inmundos se ha ido con la música a otra parte.
A pesar de todo, este ha sido el invierno más templado desde 1870, y todo indica que nos espera un largo verano sahariano que se comerá buena parte de la primavera y del otoño. Ya sé que tanto colorido en el jardín debería subirme los ánimos, pero ese calor, ese ruido…
A veces me pregunto, ¿por qué no se comentan extraordianarias entradas como las de este blog? Y la respuesta es muy evidente: porque el autor de esta bitácora no acostumbra a dejar comentarios en los demás espacios. Nada que objetar. Está, estás en tu derecho.
ResponderEliminarSaludos cordiales
Muy buena entrada, gracias!
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