12.3.24

Valla

Cuaderno de invierno, 83


Lo dice Virgilio:

Hasta en días festivos unas cuantas labores 

permiten las divinas y las humanas leyes: 

ninguna religión vedó encauzar arroyos, 

o cercas ir tendiendo en el sembrado, construir 

las trampas de los pájaros, o ir a quemar yerbas 

y chapuzar la grey balante en agua sana. 


A los pájaros y a las ovejas los dejaremos en paz, y de momento ha llovido lo bastante como para no abrir el tajadero. Quedan, eso sí, algunas yerbas que quemar y que estos días de viento fuimos dejando hasta que el tiempo se calmara. Pero hoy, que también era festivo, hemos subido a reparar un recodo de la cerca, la que da al pilar del entradero, que se había quedado sin cañizo y las ramas de las arizónicas se habían metido en la alambrada, y algunas incluso crecían abrazando un alambre y había que serrarlas por ambos lados e ir astillándolas con las pinzas de podar. Tampoco hace tanto tiempo que renovamos el cañizo de esa parte de la valla, pero el viento y la lluvia lo decoloran enseguida, y por más que lo sujetemos con alambre y varillas de hierro, cada pocos años toca renovarla por completo. 

Me acordaba, mientras desenrollábamos el cañizo y lo asentábamos al bordillo del gallipuente, de cuando ayudé a mi padre a levantar esa parte de la valla. Entonces los niños no eran de cristal y nada impedía que bajaran piedras del sembrado de arriba, que aún ahora, cada vez que lo aran, saca unos piedrolos a la superficie que a veces subo a recoger para marcar el círculo de los alcorques; ni tampoco amasar cemento, llenar una gaveta y llevarla, apoyada en las haldas, hasta el sitio donde mi padre iba colocando las piedras encima del cemento, de manera que no tocasen las unas con las otras ni tampoco con los tableros del encofrado. La paleta tintineaba en la mañana soleada como un pajarillo más.

Éramos niños pero plantábamos árboles que veríamos crecidos y ayudábamos a levantar las cercas en la medida de nuestras fuerzas, y no nos pasaba nada. Hoy apenas podía con el rollo de cañizo y se me cansaba la mano de darle vueltas al alambre con los alicates. La valla luce otra vez como recién estrenada, no salen ramas al camino ni quedan agujeros por los que chafardear. Está como quedó hace medio siglo, cuando la terminamos por primera vez.

3 comentarios:

  1. Anónimo8:17 p. m.

    Si además pasabas los fines de semana y las vacaciones en el pueblo, te volvías de hierro. Y qué bien lo pasabas. Gracias, Antonio, he pasado un agradable rato de sana melancolía mientras te leía.
    Teresa

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    1. Antonio Castellote1:10 p. m.

      Qué bien, Teresa. Sobre todo, que sea sana.

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  2. Como Teresa, yo también disfruto con esta prosa tan poética que enhebra recuerdos y naturaleza. Hay muchas cosas que me gustan, quizá la más divertida sea el que no hayáis dejado agujeros para chafardear. Poner juntos abrazar y alambre me parece muy chocante, pero a una planta debe parecerle muy sugerente... y lo mejor, creo, es lo de recordarnos que hubo un tiempo en que los niños no éramos de cristal y no pasaba nada, o sí, pasaba que por eso hoy podemos disfrutar de lecturas como esta. Gracias. Inma.

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