24.6.25

Rocío

Cuaderno de verano, 4



Tuvo que ser en 1973 porque aquel año San Juan cayó en domingo. Mi padre me despertó cuando apenas clareaba, como ahora que escribo estas líneas. De niño sólo madrugaba tanto cuando íbamos de viaje, para aprovechar el poco tráfico y la fresca, o para ver, en las fiestas de julio, el encierro del toro ensogado, que también era a las seis de la mañana. El amanecer me parecía entonces un paisaje inexplorado, la aventura de la luz. Mi padre era mucho más joven de lo que yo soy ahora. Estaba en lo que los griegos llamaban su acmé, la edad del máximo esplendor, en torno a los cuarenta, cuando se ha dejado de ser joven pero queda vida por delante, cuando se ha dejado de ser Paris y uno se convierte en Héctor. Recuerdo el niki gris perla que llevaba, sobre todo porque luego, cuando él ya lo había arrumbado, a mí me quedaba de lo más moderno. Recuerdo su paso firme y retenido cuando bajábamos por la Cuesta de los Gitanos, donde un par de años antes, por cierto, yo me había caído de culo en un cardo borriquero y hubo que sacarme las púas con unas pinzas de acero inoxidable que había en el baño, casi me quemo con la luz del flexo. Ese domingo no hubo percances y bajamos hasta el río, el mismo junto al que ahora vivo pero aguas abajo, por la carretera de Villaspesa. Por allí estuvimos caminando un rato y al llegar al ribazo de unos huertos vi cómo mi padre metía las manos bien abiertas entre las hierbas mojadas con el rocío de la noche, y luego se frotaba la cara y la cabeza, y aún le corrían por las sienes gotas transparentes al incorporarse. «Ahora, tú», me dijo, sonriente, y yo imité sus movimientos, sin tanta energía quizá, con más miedo a que hubiese algún bicho, o una zarza escondida entre las hierbas, y no me froté la cabeza con vigor homérico sino posando las manos mojadas encima de la piel. 
    Hace un rato, nada más levantarme, he bajado al jardín y he pasado una mano por las hierbas que salen entre los lirios sanjuaneros, esa flor naranja que es como una hoja del calendario, como los crisantemos de noviembre o la flor de los almendros en febrero. Me he palpado un poco la cara, aún quedaba algo de humedad.

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