15.7.25

Lagerstroemia

Cuaderno de verano, 25



Han salido ya las flores de la lagerstroemia, el árbol de Júpiter, que lucirán sus racimos de pétalos ondulados todo lo que queda del verano. Aquí plantamos una en homenaje a Julio Caro. En la fachada de Itzea, la casa familiar de los Baroja en Vera de Bidasoa, vimos dos enormes lagerstroemias que llegan hasta el tejado, arbustos de dos troncos principales que por estas fechas ya están llenos de flores. Desde el mismo balcón las cogerán para preparar un ramo que llevar al cementerio, cuando ahora en agosto sea el aniversario de su fallecimiento.
Allí no cometieron el error que ha condenado a las lagerstroemias a la condición de arbolito en casi cualquier manual de jardinería. El rosa fuerte de sus flores, su resistencia y su maleabilidad han hecho de él una especie urbana, un árbol chupachups, de copas compactas, para que no molesten a los transeúntes que caminan por las aceras ni se metan por las ventanas de las callejuelas. Las plantan en hileras en las medianas, en minúsculos jardincillos, hasta en macetas donde crecen como árboles enanos. Se adaptan a casi cualquier terreno y no necesitan más que un poco de sol, suficiente para que se las trate como si fueran de plástico.
Sin embargo, como casi todas las especies que a su aire crecen como arbustos (los avellanos o los membrillos, sin ir más lejos, porque aquí tenemos unos cuantos), cuando se las deja que formen el porte que les es propio se convierten en ejemplares imponentes, frondosos, coloridos, con ese aire desparramado, esa rubusta languidez, digamos, que les da un aire romántico a medida que las hojas van cambiando de color, del ocre vinoso de cuando van creciendo al verde oscuro y brillante de cuando están en su apogeo. 
La nuestra la hemos dejado tres o cuatro años que arraigase bien y rompiese a crecer como quisiera, hasta que ha ensanchado tanto por abajo que invade el paseo junto al que la plantamos, de modo que a finales del invierno que viene, sin domesticarla como el árbol que no es, habrá que quitarle las ramas horizontales más cercanas al suelo y dejar dos o tres mástiles derechos que crezcan hasta la ventana, desde donde ya se empiezan a ver las flores. En poco tiempo las cogeremos nosotros también con solo alargar el brazo en el balcón, y haremos también un ramo que llevar al cementerio.

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