13.7.25

Lluvia

Cuaderno de verano, 23



Lo bueno del calor son estas tormentas de lluvia fina, al menos para quien pueda pasarse la tarde mirando cómo cae, y no doblar el espinazo para quitar las hierbas o aporcar las cebolletas. Antiguamente, en las tierras de secano, las lluvias a principios de julio eran temibles, a veces desastrosas, si aún no se había segado la mies. La labor quedaba interrumpida porque el grano mojado podía fermentar, de modo que había que esperar a que volviese a secarlo el sol. Siempre había huertos y animales que atender en los días de lluvia, pero estos chaparrones imprevistos eran como una tregua de los cielos, inquietantes porque (hoy no es el caso) podían ir acompañadas de pedrisco y estropear la cosecha, y con ella el sustento del año. Aquí sólo significa que baja un poco la temperatura y que no hace falta regar, y que mientras dure el chaparrón tampoco se puede acudir a las otras labores que teníamos previstas. Quizá fuera tiempo de guarecerse en el cobertizo y reparar algún apero, de proseguir con las faenas aplazadas con el desparrame del buen tiempo: la estantería que quedó a medio armar, la manivela que iba dura… Pero uno se deja llevar por la tentación de un agosto anticipado, cuando las tormentas son frecuentes y estas tardes barruntan el sosiego del otoño, el flexo encendido, su luz amarillenta sobre el libro abierto y las cuartillas con caligrafía diminuta. No iremos a segar, y miramos al cielo y nos encogemos de hombros, como aquel que no se siente culpable de hacer el vago por un día.
El huerto lo agradece. Las judías han tomado un verde más intenso, se las ve más tersas, como con más ganas de medrar. Si sigue lloviendo hasta la noche, mañana ya habrán crecido lo bastante para que saquemos las cañas viejas, pero todavía resistentes, y poco después de terminar las tomateras empecemos a rodrigar judías. Hoy, además, la tormenta viene sin violencia. No apedrea ni cae tan fuerte como el otro día, es lluvia fina y constante, rumor sin salpicaduras, los chorros no golpean en las piedras, tan sólo se oyen caer las gotas en las hojas de los árboles, sin moverlas siquiera, como si las acariciasen. Los truenos no desgarran el cielo, no vibran los cristales, es un rumor inofensivo. La lluvia no sólo nos ha dado fiesta sino que también nos ha traído paz.

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