25.2.06

Preterición


Si tuviera que establecer un primer modelo para este género de la bernardina, supongo que, aunque sólo sea por afecto personal, me quedaría con Plinio el Joven, cuyas Cartas acaban de ser publicadas en la editorial Gredos. Y ya era hora, porque la única traducción completa en castellano databa de 1891, por más que su inagotable arsenal de frases célebres haya poblado los repertorios de citas que se compran en los grandes almacenes. Era mucho más fácil hacerse con el original en latín, que publicó la editorial Coloquio, que en español (al catalán sí estaba traducido, mira).
Plinio se inspiraba en las Cartas a Ático de Cicerón, pero en todo lo que hacía Cicerón estaba siempre Cicerón con su grave voz y su potente ego, y las bernardinas son, ante todo, leves. Estas otras cartas de Plinio están llenas de anécdotas que se van tornasolando en sentencias graves o narraciones intensas, palomas que cogen vuelo y se dejan llevar unas líneas, y luego se vuelven a posar. A veces da la sensación de que Plinio hubiese querido escribir un breviario de placeres cotidianos y de frases útiles para casi todo. Ahora te describe con exquisito detalle las dependencias de una villa y sus baños termales, luego cuenta una historia ejemplar, después el pormenor de un pleito y de vez en cuando alguna anécdota de su proceloso tío, el autor de la Historia Natural.
Yo no sabría ir mucho más atrás en la arqueología del género. Comparas una buena carta de Plinio con un buen articulillo de Cunqueiro, o incluso con aquellos vuelos sin motor de César González Ruano, y el rostro los delata, no hace falta ir al ADN del estilo. El caso es que leo ahora a Plinio por una cuestión de supervivencia estética. La actualidad es a veces tan obvia y machacona que lo leve se confunde con lo frívolo. Cuando todo el mundo habla de lo mismo, entramos en una especie de estado de excepción de la realidad. Todas las bernardinas que no he colgado estos días son las que iban a nombrar los temas candentes, la rabiosa actualidad, que además de rabiosa es contagiosa, como la gripe del pollo. A ver si echo los sapos y me vuelvo a interesar por las cosas sin importancia. Plinio, por las tardes, ayuda mucho. Paciencia.

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