7.2.06

Provocación II


En medio del tumulto ha surgido una provocación menor, la de Gilbert & Georges, los artistas que en 1969 se presentaron en el Lyceum de Londres con la obra Escultura que canta, ellos mismos, muy serios, moviéndose como autómatas durante varios días. Había gente que dudaba de si eran personas o artefactos, pero formaba parte del incipiente mundo del body art. Quentin Crisp triunfaba con su autobiografía, El funcionario desnudo, gran título, donde hablaba mucho de sus experiencias como modelo de una escuela de arte, y Lucien Freud ya había dado con sus descarnadas carnosidades, mucho antes de que se le apareciese el gran modelo Leight Bowery.
La propuesta de G&G tenía un punto muy especial. Vestidos con traje de funcionario, se movían con extrema parsimonia entre la gente, canturreaban lentamente, tardaban largos momentos en esbozar un leve gesto en la mirada, siempre sin perder la expresión vacía de los que no están vivos, al menos no del todo. Debía de ser muy sugerente ver a un cuerpo sin demasiada vida interpretar con minuciosidad aquellos gestos nuestros que nos pasan desapercibidos, esos ángulos ciegos del espejo, tan reveladores. Quedan sus miradas, esa estupefacción serena, esa inmóvil incredulidad, ese mirar a lo lejos, el mirar a alguien más allá del sitio desde donde nos mira, algo que, tengo que decirlo, a la gente la desconcierta mucho.
Ahora, tantos años después, un proyecto suyo ha saltado al gran público. Es un conjunto de cuadros como vidrieras góticas con decenas de crucifijos que van formando los motivos y una propuesta común, la de la sexualidad de Cristo. En el momento del estreno, algún diputado conservador los acusó de blasfemos, pero con esa pachorra con que la gente civilizada se toma las ofensas a los símbolos. Lo que no se imaginaban ellos es que su apuesta iba a coincidir con el pavoroso asunto de las caricaturas. Su provocación se queda en nada, pero su gélida estupefacción es, me temo, el único modo de observar lo que está pasando.

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