7.11.08
Exordio
No abundan las buenas piezas oratorias, ni mucho menos las piezas históricas. Pero en ocasiones eso no sólo es una posibilidad sin una exigencia. Entre las facetas de la legendaria ingenuidad americana que más me gustan, en sitio principal está su confianza en la oratoria. El sistema religioso norteamericano no suele estar basado en las plúmbeas homilías que se acostumbran a este lado del océano. Allí los discursos de los pastores conservan las viejas técnicas del enardecimiento. Lo que para nosotros es un pesado salmo responsorial del que sólo se entienden los bisbiseos, para ellos significa un método catártico de reafirmación. Los europeos (salvo las comunidades evangélicas) tenemos un sentido introspectivo del discurso. Es inconcebible ver a una masa de fieles repitiendo enfervorizados las consignas de Rouco Varela, y mira que lo intentan, pero hay un resquemor elitista, un sentido del ridículo clasista que les impide apurar el valor emotivo de la palabra. Y el resultado es tan sólo que los discursos suelen ser un rollo.
Me he entretenido en indagar un poco en la carpintería retórica del discurso que Barack Obama pronunció el 4 de noviembre en Chicago. El mundo entero (es un decir) esperaba una gran pieza. Que un licenciado en Harvard echase un mal discurso el día en que lo eligen presidente habría sido un descrédito no para Obama sino para la nación entera. Es decir, parte con la garantía de ser un modelo de retórica contemporánea, a medio camino entre el mitin y el sermón, con un toque gospel en la última parte que a lomos del yes we can dispara los últimos fuegos artificiales.
El discurso estuvo claramente dividido en siete partes más un epifonema, todas ellas debidamente atadas por una breve transición, salvo las dos primeras. La primera me ha llevado a usarla como ejemplo de exordio epidíctico, casi un epinicio, y he tomado unas notas que transcribo aquí. No creo que me queden ganas de continuar con las otras seis partes, aunque la verdad es que no tienen desperdicio. El esquema es siempre el mismo: grupos de tres anáforas con cláusulas en gradación, pero muy variadas y sujetas a distintas estructuras, aunque predominan los cuerpos tripartitos, separados entre sí por lemas.
El exordio dice así:
Si todavía queda alguien por ahí que aún duda de que Estados Unidos es un lugar donde todo es posible, quien todavía se pregunta si el sueño de nuestros fundadores sigue vivo en nuestros tiempos, quien todavía cuestiona la fuerza de nuestra democracia, esta noche es su respuesta.
Es la respuesta dada por las colas que se extendieron alrededor de escuelas e iglesias en un número cómo esta nación jamás ha visto, por las personas que esperaron tres horas y cuatro horas, muchas de ellas por primera vez en sus vidas, porque creían que esta vez tenía que ser distinta, y que sus voces podrían suponer esa diferencia.
Es la respuesta pronunciada por los jóvenes y los ancianos, ricos y pobres, demócratas y republicanos, negros, blancos, hispanos, indígenas, homosexuales, heterosexuales, discapacitados o no discapacitados. Estadounidenses que transmitieron al mundo el mensaje de que nunca hemos sido simplemente una colección de individuos ni una colección de estados rojos y estados azules.
Somos, y siempre seremos, los Estados Unidos de América.
Es la respuesta que condujo a aquellos que durante tanto tiempo han sido aconsejados a ser escépticos y temerosos y dudosos sobre lo que podemos lograr, a poner manos al arco de la Historia y torcerlo una vez más hacia la esperanza en un día mejor.
Ha tardado tiempo en llegar, pero esta noche, debido a lo que hicimos en esta fecha, en estas elecciones, en este momento decisivo, el cambio ha venido a Estados Unidos.
Es un llamamiento al sueño americano, el de sus fundadores, y a la fuerza de su democracia. Empieza con un típico tres más uno, es decir, tres preguntas retóricas anafóricas que se resuelven en una contundente afirmación de cierre:
-Si todavía queda alguien por ahí que aún duda de que Estados unidos es un lugar donde todo es posible,
-quien todavía se pregunta si el sueño de nuestros fundadores sigue vivo en nuestros tiempos,
-quien todavía cuestiona la fuerza de nuestra democracia
-esta noche es su respuesta.
En realidad es una acumulación de tres mensajes articulados con musculatura retórica. Son tres lemas, el resumen de la mentalidad americana. Pero la anáfora se construye a través de la palabra todavía, apoyada en el queda alguien por ahí. Ese por ahí es fundamental. Aporta cercanía con su auditorio, reta simbólicamente a quien pueda no estar de acuerdo, con lo que reafirma su posición de fuerza. Los lemas son los previsibles en cualquier político, pero ese por ahí está dicho por el héroe que se sube a una silla en las películas, con esa franqueza con que todavía hablan muchos norteamericanos antes de subirse los pantalones muy seguros de sí mismos. Por ahí entra el imaginario americano. Aparte de esas concesiones necesarias al auditorio, la variación léxica es impecable: duda, se pregunta, cuestiona. Es España estamos acostumbrados a que las anáforas se alarguen interminablemente y lleven una conclusión mínima al cabo de cada periodo que luego no se resuelve en un final suficientemente fuerte. Repiten al pie de la letra una frase y luego nombran una palabra. Pero las anáforas continuadas deben guardar equilibrio, son como versos partidos por la mitad, el segundo de los cuales está lleno de contenido y el primero de intención, de cercanía.
Estas anáforas deben ser, además, de índole creciente. Es el final, la conclusión, lo sustantivo de lo que se dice, no una reafirmación de lo ya dicho. Pasa como en la presentación de los púgiles, que el nombre se dice al final. Es la mejor manera de que la gente aplauda sin necesidad de que se lo mande el jefe de la claque. Tonight is your answer, dice el remate, y en sí mismo es un slogan que contrasta con los otros tres sloganes anteriores en que aquellos eran concretos (all things are posible, the dream of founders is alive, the power of our democracy), y este es una sencilla metáfora de programa de televisión nocturno, que implica al oyente y lo traslada a esa gloriosa celebración del presente como momento histórico (el presente como pasado del futuro, que ya tiene huevos) en que se iba a convertir el discurso.
Pero la anáfora continúa. Es ahora la palabra answer, la que concluía la primera serie, la que da cuerpo a la segunda, que se desarrolla en tres períodos más amplios; es decir, cada uno de la misma extensión que el primer párrafo, donde las tres estaban juntas para dar mayor intensidad.
El primero de estos tres períodos contiene, por primera vez, uno de los rasgos que más me han gustado del discurso. Son hermosos versículos que perfuman el discurso con un aire Whitman muy propio para la ocasión. Me detengo un poco en el primero:
It’s the answer told by lines that stretched around schools and churches in numbers this nation has never seenEs la respuesta dada por las colas que se extendieron alrededor de escuelas e iglesias en un número como esta nación jamás ha visto.
Llama la atención la oratio numerosa, el ritmo final de cada periodo:
Schóols and chúrches in númbers this nátion has never séen.
El ritmo es una especie de dáctilo que en Whitman (o en Ginsberg, o en Kerouac, o en MacCarthy, o en Agee) suena muy a menudo y que es algo así como el sello de la prosa épica norteamericana. Los últimos dos acentos están convenientemente distanciados para marcar el final del período. El inglés se siente más cómodo que el castellano en estos ritmos muy marcados. A lo mejor lo que pasa es que aquí no lo saben usar.
Pero este verso es también el primer buen ejemplo del método metonímico que emplea en todo el discurso para humanizar las ideas, concretarlas en personas o en objetos que identifican a las personas, y que se despliega de manera particularmente intensa en el párrafo que dedica luego a repasar la historia del país, a través de un ser humano (la anciana de 106 años que votó) y nombrando sólo iconos, autobuses, mangueras, puentes, metonimias fotografiadas, cultura colectiva. La palabra colas es aquí muy importante. Está dando un dato hiperbólico que además es cierto, y por eso puede utilizar la hermosa hipérbole narrativa this nation has never seen. Lo nunca visto. Y la palabra nation por delante, claro. Y ese eco del the trouble I’ve seen, sonando a veces como un fondo de blues. Después la hipérbole se agranda en pleonasmos (las personas que esperaron tres horas y cuatro horas), lo que provoca un hermoso remate aliterado en líricas íes, algo que el castellano conserva incluso más exagerado.
La cláusula segunda de la anáfora es una larga enumeratio estructurada en tres parejas con cópula y cuatro sin ella. De ese modo se divide en dos partes para que no resulte ni remotamente tediosa; mientras que la primera es plana y exacta (los jóvenes y los ancianos, ricos y pobres, demócratas y republicanos), la segunda, al retirar las cópulas, disipa sus contrarios: ya no es black and white, latino and asian, sino una sola enumeración que se amalgama en un solo concepto. Por cierto, que la enumeración se termina con una lítotes doble (o sea, un eufemismo al cuadrado) que da idea de los rizos a que puede llegar la cultura de la corrección política: discapacitados y no discapacitados. Esta enumeración, en fin, coge carrerilla para la larga declaración sin pausas de la segunda parte de la cláusula, que termina con un contundente rataplán: Somos, y siempre seremos, los Estados Unidos de América.
La tercera cláusula es más breve pero también se divide en dos: un llamamiento a aquellos que durante tanto tiempo han sido acosejados para ser escépticos y temerosos y dudosos sobre lo que podemos lograr, valga la perífrasis respetuosa, que se resuelve en una metáfora digna del mismísimo Ulises: poner manos al arco de la Historia. La frase empuja la anticadencia de su primera parte con un polisíndeton y deja caer la metáfora como otro de esos versos whitmanianos que lo llenan todo de alegría sin segundas.
El exordio termina como empezó, con una triple anáfora muy apretada que vuelve a poner el dedo encima de la condición histórica y termina con la actualización, por fin, del principal mensaje de la campaña. La frase sube con esta noche, esta fecha, estas elecciones, y por primera vez amplía las secuencias tripartitas con un elemento más, este momento decisivo, de modo que la frase culminante, change has come to America, no deja ninguna posibilidad a una transición hilada. Debe caer como un mazo encima de la mesa de los jueces del mundo, algo que, por cierto, no tardó muchas líneas en decir.
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Con esa brillantísima disección filológica del discurso de Obama has enfriado casi del todo mis ya escasas y tibias emociones tras la resaca del escrutinio.Y tu corazón ¿qué siente, Antonio?
ResponderEliminarYo disfruto mucho con la retórica, Luis, y la verdad es que el discurso es técnicamente muy interesante, precisamente por ser muy sencillo. En cuanto al corazón, supongo que siente el recuerdo (valga la redundancia) de cuando me fui una tarde a la calle Génova a acordarme de la madre que parió Aznar. Es curioso ver la cantidad de paralelismo que guarda con lo que sucedió en España en 2004. Y es difícil no emocionarse cuando, en efecto, hay pocas dudas de que vas viendo pasar la historia a tu lado. Quiero decir que a la emoción de sentirte testigo de algo como eso se suma la de ver corroboradas tus opiniones. Yo ya me he bajado del escepticismo puritano. Sí confío en que este tipo puede hacer las cosas de un modo un poco más racional. Lo bueno de la historia es que cuando sus sujetos tienen conciencia histórica suelen provocar cambios por el mero hecho de creer que se están produciendo. Algo como la crisis (que la gente, en alguna medida, provoca crisis por el hecho de creer que hay crisis) pero al revés.
ResponderEliminarPerdón, 'a Aznar'.
ResponderEliminarQue conste que tu disfrute es contagioso. Comparto los matices que haces en tu contestación menos lo de pedir perdón a Aznar...
ResponderEliminarPerdón, a Antonio.
ResponderEliminarLuis Antonio, vuelve a leer.
ResponderEliminarSirwood.