16.9.10

Bodegón de primavera



Una gran noticia me ha alegrado la mañana: ha sido localizado el séptimo bodegón de Sánchez Cotán, Bodegón con flores, hortalizas y un cesto de cerezas, que se expone en una galería en Madrid y que ardo en deseos de contemplar. La noticia introducía un dato sorprendente y un par de apreciaciones llamativas. El dato es que Sánchez-Cotán entró en la Cartuja a los 43 años. Sería una excepción, porque, como se sabe, más allá de los 42 ya no entra nadie, aunque sepa latín y cante como los ángeles.


El artículo también identifica bodegones con “naturalezas muertas”, que es como en rigor se denominan, pero no suena muy justo llamar a todos los bodegones naturalezas muertas ni a las flores o a los frutos “cosa inanimada”, como en efecto hace también la Academia. Precisamente porque hay flores en el bodegón, y eso, para el periódico, lo convierte en rarísimo, y que esas flores no están dejadas caer como los nabos, no están lacias de haberles abandonado la vida, sino que están metidas en hermosos búcaros llenos de agua y componen una frescura muy distinta (aún, pero por poco tiempo) de la imagen de la muerte; precisamente por eso el bodegón, aunque medita sobre la muerte, no forma parte de ella. El bodegón es una representación del tiempo. Las flores empiezan a morir desde que se las corta, pero en la planta o maceta no habrían resistido mucho tiempo más: incluso menos, a lo peor, si es que les faltaba riego.


Lo llamativo es que haya flores, pero lo esencial es otra cosa. Lo que hace raro este bodegón es que se trata de un bodegón de primavera, no de otoño-invierno, como sucede en los otros seis bodegones de Sánchez-Cotán. De los siete que conocemos, cuatro llevan cardo, cardos ya hechos de finales de noviembre como poco, unos más pasados que otros. Dos de estos bodegones con cardo incluyen caza, patos, perdices, francolines (el francolín que en Grecia se asaba para agasajar a los héroes), más un palo de pajaritos con sus plumas caudales y su cabeza casi marcial, formados en la misma posición en que murieron, con las patas pegadas a la rama, haciendo por volar. Son como mínimo de octubre.



De los otros dos sin cardo, uno tiene membrillo, repollo, melón y pepino. En realidad es idéntico a otro relleno con cuatro aves de caza, pero pasado por el tiempo, cuando ya no están las aves y los verdes se acentúan y la superficie de los frutos se seca, se oxida, pierde el brillo, y la pérdida de agua hace que la cáscara se repliegue blanda sobre la carne, como en una herida que hubiese intentado cicatrizar. Pero eso es el tiempo de los frutos con respecto a sí mismos, a sus pocos días de vida; con respecto al año, y en un clima benigno, el cuadro es del mes de setiembre, y aun así habría que pensar que se trata de un membrillo muy temprano y un repollo todavía más. Es un bodegón de entretiempo, de finales de agosto al principio del otoño; sus piezas, por orden temporal, son el pepino –que ya está pocho–, el melón, el membrillo y el repollo.



Más fechable es el Bodegón con frutas y verduras, donde está el hermosísimo repollo que preside esta entrada. Todas aquí son frutas y verduras de invierno, el limón esta un poco reseco y la calabaza dura, el cardo empieza a blandear, no tiene la lozanía de otros cuadros, y la escarola ya esta lacia y amarilla, incluso se adivina por debajo un poco de agüilla marrón. Pero las zanahorias y el repollo conservan la entereza. No están recién cogidas, como sucede en el Bodegón con caza, hortalizas y frutas; están más bien cansadas del invierno pero todavía pueden aguantar en buenas condiciones.
Hay que anotar, de paso, que las frutas y las verduras (y no digamos las aves) suelen estar colgadas de un hilo, tanto por afán compositivo cuanto porque sigue siendo, a falta de frigorífico, el mejor modo de conservarlas.


Digamos, en fin, que los bodegones conocidos iban de finales de septiembre al invierno crudo. Quizá el más hermoso siga siendo el impresionante Bodegón con cardo y zanahorias, seguramente el más profundo de todos. Conviven en él tan solo un cardo de pencas blanquísimas, hace ya tiempo hurtadas a la luz, pero todavía duras. A su lado, en el suelo, cuatro zanahorias ya feas, depositadas con extremo cuidado, negra ya la piel, aunque la carne, si no lozana, todavía es comestible, como esas zanahorias difíciles de pelar que dejan en la piel jirones de fruto blando. Se conserva mejor el cardo, no hay duda, pero el cardo durará poco, y las zanahorias, otras zanahorias, seguirán creciendo hasta mucho después de que el cardo esté podrido. Aparte de esto, la intensidad, la cercanía de este cuadro habla más del tiempo vivo que de la presencia de la muerte. Son frutos todavía comestibles, a los que la austeridad les alargó la vida.


Pues bien, nada de esto hay en el nuevo hallazgo floral, un cuadro de primavera-verano en el que se puede incluso establecer una sucesión temporal como con el melón y el pepino. Aquí hay lirios, habas, claveles y rosas de mayo, aunque también cerezas de junio y azucenas que salen hasta julio. Pero es más primaveral que otra cosa, menos extendidos sus elementos en el tiempo. Y sin embargo las recias habas y los trigueros pardos sí están en el mismo punto de sazón que el repollo impresionante, son verduras adultas, todavía tiesas, aunque cada vez menos tersas, más ajadas. Son, la mayoría de los bodegones, frutos otoñales en el otoño de su vida, desnudos en el tiempo. También en este, aparte de las habas, hay flores en todos sus momentos, capullos de azucena y lirios decaídos, rosas muy abiertas y claveles prietos. Sí, es primaveral, pero si no contuviese todas las edades, toda la vida y muerte de la primavera, igual no sería de Sánchez-Cotán.




5 comentarios:

  1. Antonio:

    Paso por este espacio con frecuencia y casi siempre me quedo pasmado de la profundidad y calidad de tus entradas.

    Estoy convencido de que muchos, como es mi caso, no dejamos comentarios por temor a no estar a la altura.

    Aprovecho para decirte que ya estoy leyendo el libro que me recomendaste de Ian McEwan. En catalán se titula: "Ala platja de Chesil"

    Un abrazo

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  2. El libro me interesó porque hablaba de cómo eran las cosas antes del 68 en un país no gobernado por los curas. Aparte de eso, es una gran novela. Y, en fin, qué voy a decir. Eres muy generoso, como siempre.

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  3. Anónimo9:39 p. m.

    Con esa velocidad de actualización del Blog no nos da para leerlo todo.

    Se nota que has estado este verano de pluma caida.

    Coincido con Luis Antonio en la apreciación de la calidad y profundidad delos contenidos que, a pesar de los años que ya son muchos, no deja de sorprenderme.

    ¡Estoy abrumado!

    Un abrazo.

    Juan Carlos

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  4. Anónimo1:00 p. m.

    ¡Qué gusto leerte y más sobre el apreciado Sánchez Cotán! La verdad es que los primeros treinta años del siglo XVII son los que han dado los frutos más suculentos, contenidos y significativos del barroco español en cuanto a naturalezas muertas. Si te das cuenta hay una diferencia compositiva y no sé si algo más en los bodegones anteriores y éste nuevo: el punto de vista. En aquéllos vemos el alfeizar de la ventana, aquí estamos situados tan bajos que lo vemos elevado. De todas formas me quedo con el de cardo y zanahorias. Por cierto, no están negras. Las zanahorias tal como las conocemos ahora, tan nítidamente naranjas, son resultado de selección de especies y cultivo. Tradicionalmente han sido moradas o violáceas, con el extremo inferior blanquecino. Aquí en Teruel, antes, se utilizaba el término carlota para las naranjas y el de zanahoria para las moradas. Hoy es muy difícil encontrar éstas pero su sabor siempre quedará en la memoria infantil.
    En cuanto a las denominaciones que tiene este género, me gusta especialmente la inglesa que además se ajusta bien a Sánchez Cotán (o a Zurbarán): Still Life.
    Este cuadro fue portada en el catálogo que se editó en 1983 sobre una exposición antológica en el Prado con estudio de Pérez Sánchez. Para mí una referencia básica en el género.
    Un saludo MJ

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  5. Qué lujo de comentario, María Jesús. Debería remeterlo en la entrada como si lo hubiera escrito yo, y entonces sí que quedaría un artículo interesante.
    Yo empecé a interesarme por los bodegones en su vertiente literaria con artículos como este:
    http://cvc.cervantes.es/lengua/thesaurus/pdf/23/TH_23_002_014_0.pdf
    Es un mundo estético que me apasiona: los bodegones, pintados y escritos, las geórgicas, la ascesis contemplativa, los cartujos... Algún día me gustaría encontrar un modo de ensamblarlo todo.
    En fin, Mariaje, lo del 'still life' me ha dado la vida. También la 'british country life' forma parte de ese mundo tan querido.

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