No es muy frecuente salir decepcionado del cine, listo para olvidar, y acostarse pensando en otra cosa y a la mañana siguiente, cuando las imágenes han reposado, desandar los pensamientos, observar en la memoria la película como quien no admira pero se siente atraído, y no podérsela quitar uno ya de la cabeza como si le hubiese gustado mucho. Es lo que me ha pasado con Bright Star, aunque buena parte de culpa la tiene el poeta John Keats, claro.
Pero esa culpa ya la había yo expiado la misma noche de la película, cuando volví a casa y cogí el tomo de Odas y sonetos y escribí una bernardina tópica sobre por qué no me había gustado la película. Lo tópico es considerar que no han tratado bien a uno de tus poetas. Y eso hace que uno haya visto la película como de lado, como viendo solo la mitad de la pantalla en la que aparecía Keats, cuando la pantalla entera era de Fanny. “I finnaly wrote a screenplay of the love affair from Fanny’s point of view, entitled Bright Star”, dice Jane Campion, la directora de la película, en un prólogo que escribió para el libro So Bright and Delicate, una antología con cartas que Keats le escribió y poemas que compuso mientras duró su amor.
La cuestión es que Fanny tampoco podía ver, envuelta en gasas de amor, el poema que Keats estaba escribiendo con su vida. Las cartas son interesantísimas. Como un héroe griego que menta su destino con despreocupación juvenil, pero luego se cumple, en la primera carta ya entona, y al parecer todavía sin verdadero sentimiento, la sustancia de su tragedia: “Casi deseo que fuésemos mariposas y no viviéramos más que tres días, tres días contigo que yo iba a llenar de más felicidad de la que puedan contener cincuenta años de vida en común”. Estremece pensar que era eso exactamente lo que ocurría. Keats estaba siendo una mariposa que mariposeaba en torno a su amor durante los pocos meses que le quedaban de vida. La otra mariposa, Fanny, vivió cincuenta años más, y se casó y tuvo hijos. Keats fue para ella el gran amor de su vida, perfecto porque duró tanto como la breve juventud. Para Keats fue la inmolación, la pasión y muerte, porque la resurrección vendría cuando tiempo después empezase a ser reconocida su genialidad.
Las mismas cartas empiezan con estos mariposeos conceptuales en los que Keats no demuestra ser del todo sincero. Incluso juega con la idea de haber descubierto el amor: que un poeta trascendente te diga “No puedo concebir ningún comienzo para un amor como el que yo te tengo salvo el de la Belleza”, a poca desconfianza que una tenga en las palabras, no debe de ser como para volverla loca de pasión.
Mucho más impactante resulta esa manera de insistir en su destino: “Tengo dos lujos que rumiar en mis paseos, tu encanto y la hora de mi muerte. Ah, si pudiera poseerlos juntos al mismo tiempo”, un deseo, por cierto, que se cumpliría sin cumplirse. Keats todavía estaba en su mundo, quizás en esa parte de su mundo que Fanny no amaba especialmente. Por eso, para amar ese mundo, Fanny necesitaba que Keats le enseñase poesía. Del mismo modo Keats se habría burlado al principio de un amor tan clásico. Y así, como en esos proemios realistas con que Keats describe lo que ve antes de trascenderloen poesía, el poeta habla en unos términos que, aunque sinceros, no parecen verdaderos. Es decir, en esas primeras cartas Keats todavía no ha salido de la voluntad de amar, de esa elección quijotesca para la que la persona amada es la encarnación de un deseo, la prueba física. El poeta decide amar la Belleza y escoge su encarnación. Él cree amar, pero yo no sé si quien ama de verdad es absolutamente sincero cuando dice: “Si fuese a verte hoy, se destruiría este cómodo resentimiento de que ahora disfruto en absoluta perplejidad”. O bien: “Soy un cobarde, no puedo soportar la pena de ser feliz”.
La película quizá debería haber hurgado un poco más en lo que puede pensar una mujer cuando lee eso. El defecto que recuerdo ahora es que el amor de Fanny es tan constante y claro al principio como al final, y que en el dulce rostro de Keats no cabían estas macanas de poeta. En su amor también hubo un preámbulo realista, un baile nupcial conceptuoso.
Esto es así, en las cartas, desde principios de julio hasta mediados de septiembre de 1889. En octubre, el día 11, aparece una carta sin retórica floreada, hecha con la convulsa parataxis del amor. “Hoy sigue siendo ayer. Pasé todo el día en una fascinación absoluta. Me siento a tu merced. Escríbeme aunque solo sea unas líneas y dime que nunca jamás serás menos encantadora de lo que fuiste ayer. Me deslumbras. No hay nada en el mundo tan brillante y delicado”. No es casual que esta hemorragia de amor sin idealismos hegelianos haya dado nombre a la antología.
Quizá es eso lo que no vi en el Keats de Campion, lo que andaba yo buscando en esa poca expresividad, demasiado atenta a la economía emocional británica. Otro asunto, dicho sea de paso, sería considerar que Jane Campion es australiana. Quizá por eso el ritmo es deliberadamente más tendido. No recuerdo claras las líneas de la tragedia. Es más, por un momento tuve la incómoda sensación de que ni se muere ni cenamos, y eso es fatal para una tragedia. En Keats siempre hay una intensidad que lucha por manifestarse con toda su desnudez. Por momentos pensé que la exquisita puesta en escena estaba tapando un poco las vértebras de ese amor-poema que Keats vivió en su vida-poema.
Quizá es eso lo que me fallaba, que la película no terminaba de ser un poema. Pero es del tipo de fallos que me animan a volver a verla. No sería la primera vez que vuelvo a ver una película porque no me ha terminado de gustar. Me falta Fanny, ver solo a Fanny, ver la película como en realidad está hecha. Yo solo vi una chica que se enamora de un poeta, y que una hora después se echa a llorar. Obviando a Keats quizá vea las cambiantes aristas del sentimiento, las muchas facetas que la hacen brillar.
Antonio, tras las vacaciones, has venido pletórico. Nos estás deleitando con entradas muy interesantes, profundas y con criterio.
ResponderEliminarPersonalmente, tengo muy en cuenta las recomendaciones que haces sobre libros, cine, etc. Inspiras confianza.
Un cordial slaudo y feliz comienzo de curso