De modo
que, así, para entendernos, podemos hablar de tres clases, al menos en castellano,
de literatura campestre: la que considera, como decíamos, que en los pueblos
viven los hombres primitivos; la pastoril arcádica, ideal y jipi; y la mítica,
o sea Ferlosio. La más abundante, desde luego, es la literatura puertourraca,
jarrapelleja y cañasybarra, o sea la brutalidad rural, sea para denunciar el
caciquismo (Trigo, Blasco) o no más que para regodearse en la sangre y la
bilis. A principios de siglo esta literatura tremenda formaba parte de la
novela popular, sicalíptica (pues todo eran humores), y su último eco, que yo
sepa, fue en esa medio polémica que mantuvieron el crítico Miguel García Posada
y Camilo José Cela a propósito de Álvaro Retana y una novelilla suya que ya contaba
lo que luego contaría Cela en Pascual
Duarte. Cela publicó después en El
camaleón soltero (¿o fue en Desde el
palomar de Hita?) un sonrojante
papel con el que pretendía probar que a él se le había ocurrido la idea mucho
antes que a Retana.
La
anécdota tiene su interés. Un autor nuevo (Cela) utiliza un género ínfimo (el
que practicaba Retana) y lo borda de un castellano limpio y eterno. Desde luego
que no lo plagió: ¿cómo va a plagiar una historia tan simple? Se le ocurrió a
su mente sicalíptica y lo escribió con plumón de macho, eso es todo, y lo que
en algún momento pudo considerar original, luego se daría cuenta de que el ser
humsno lo lleva contando desde que aprendió a escribir, mucho antes que Retana.
El caso de Jesús Carrasco con Intemperie tiene un cierto parecido. Ha utilizado unos cuantos tópicos de película del oeste, ha usado una
historieta popular, de tebeo para adultos, salvaje y minuciosa, una trama de western
almeriense, con poco presupuesto, donde los malos son muñecos espantosos y hay
un Gandalf pastor de cabras que guía por las ruinas del desierto al futuro rey
de los pastores y le entrega la antorcha (en este caso una teta de cabra) como
el personaje de La carretera, el cómic
de Cormac McCarthy. Esas películas de muchas moscas en las que siempre hay un
tullido traidor que luego lleva en el bolsillo de la chaqueta el papel con la
recompensa y un alguacil tirano, corrupto, pervertido, sádico y amigo de
Bárcenas, con un ayudante borracho y pendenciero que siempre, siempre es
pelirrojo y se echa el sombrero para atrás en una España en la que solo había
boinas.
Eso, la estructura, la historia, es, digamos, el lado
Retana. Pero Carrasco, como Cela, ha envuelto la plantilla de tópicos pulp con un castellano brillante, tan
brillante como el de Cela en Pascual
Duarte, no tan puro, y tampoco tan natural, rico en palabras pero pobre en
fraseología. Del mismo modo que fue una estupidez por parte de García Posada no
darse cuenta de eso (y de Cela por entrar al trapo), ahora, con Carrasco, no ha
lugar siquiera, porque venimos de una tradición de cuatro décadas en las que la
revisión del género se ha convertido en coartada para no ser original en el
argumento. No sé hasta cuándo va a durar la posmodernidad de las narices,
aunque estoy seguro de que a Carrasco y a los lectores de Carrasco les importa
un bledo que sus personajes suenen a película de serie B, igual incluso lo ha
hecho adrede, porque lo importante era no usar ningún tópico al escribir, no al
componer. La prosa salva al libro porque está muy trabajada, pero si al libro
le quitamos la prosa, las frases, lo que queda no da para un largometraje, pero
es cine, y es cine de serie B. Los malos, incluso, de serie C. Y los buenos
también, porque son amigos inseparables desde antes casi de que empiece la
novela, y eso hace que el final no salga de la propia novela sino que sea lo que toca. El viejo cabrero es muy
interesante, sobre todo antes de que vengan los malos y las morcillas se
mezclen con los intestinos. Pero uno habría disfrutado más si no vienen los del
cine, si solo están el viejo y el niño, y no tienen miedo ni se ensucian tanto.
Los malos lo resuelven todo siempre. Los buenos tienen que ganarse su papel. El
niño bastante tiene con la de veces que se mea encima y lo que me le hacen a la
pobre criaturica, esa gente desalmada que había antes en los pueblos de secano.
El niño, en todo caso, es un personaje convincente, un buen personaje metido a
pasar penas, muchas más de las que un niño puede soportar. Hay muchos que las
soportan (universalidad del personaje, etc.), pero de eso prefiero que se encarguen
los periodistas. Los novelistas prefiero que me fascinen, que me hagan feliz.
La
novela está todo lo bien resuelta que pueda estar una película en la que al
final va a morir el bueno pero el otro bueno, que creíamos desaparecido,
aparece por una puerta con una escopeta y lo salva; un viejo, por cierto, que
pese a su extrema debilidad es capaz de hacer algo que ni aun con buena salud
habría podido. Sospechamos que nos escamotea lo que corre el riesgo de ser poco
verosímil, como sucede, páginas atrás, cuando el tullido, no sabemos cómo,
consigue maniatar al niño. Tan escrupuloso que es Carrasco para describirnos
todo, esta media docena de páginas -ni siquiera- se las guarda en el cajón.
Porque
una novela es todo. En una novela no hay nada que sea lo de menos. Una novela
es trama, es historia, es argumento, y también, sobre todo, es personajes. Cela
no sabía narrar porque escribía muy despacio, pendiente siempre de la
plasticidad de lo que escribía, y Carrasco, con todos mis respetos, tampoco.
Cela se encastilló en una monotonía brillante que excusaba a los críticos el
trabajo de leerse sus novelas, y a Carrasco le puede pasar lo mismo; de hecho,
todas las críticas que he leído abundan en algo que vale para la primera mitad
de la novela, pero nadie reseña con espíritu crítico el desarrollo y el final
de la novela. Y sería una lástima porque esa primera mitad es extraordinaria,
verdaderamente buena. Si hubiese seguido así las otras cien páginas, guiándose
por la historia y no por la plantilla, yo ahora estaría deshaciéndome en
halagos, porque la prosa (descontando esa manía de usar siempre el posesivo
para los miembros del cuerpo, que me pone malo) es realmente buena, y aún podía
ser mejor si, además, fluyese, si no se viesen las rebabas del cincel. Esto,
que al principio es una delicia, al final molesta un poco, porque este final
está escrito con la misma premeditación que todo el desarrollo, y con el mismo
estilo, y a la misma velocidad, por más que baje la cuota de tecnicismos
campestres. Hemingway escribió catorce veces el final de El viejo y el mar,
pero cada una de ellas la escribió de una sentada. El final lo tiene que dictar
la propia novela, no solo en su argumento, sino también en su escritura. No hay
nada más molesto que saber qué es lo que te queda pero seguir sometido al mismo
ritmo de frases contundentes y meticulosas descripciones de objetos y de
movimientos. En esas páginas la novela lleva dos velocidades distintas, la de
la prosa, que es el ritmo de siempre, y la del argumento, que se tiene que
parar constantemente hasta que Carrasco cierre el diccionario de Julio Casares.
Hay una especie de sometimiento poético que se carga la vida de la novela. La
vida está antes de que lleguen los malos. Lo que sigue son vueltas de tornillo
en una sola dirección.
No sé
por qué ensucia de cine barato una historia tan atractiva, tan estupendamente
bien escrita, cómo pringa de celuloide su escribir ascético y potente, plagado
de momentos buenos, de percepciones sutiles. Bueno, sí lo sé. Porque al final es
cine. Tardará poco en ser filmada, y en la segunda edición, cuando los
críticos, por fin, se la hayan leído, o hayan visto la película, pondrán por
delante las virtudes estilísticas, y dirán que, por lo demás, reflexiona sobre la violencia, que es lo
que suelen decir cuando se ponen a vender tripas. Yo creo que se pasa, y se pasa
porque quiere mantener la gradación ascendente y llega a narrar escenas
ridículas de tan pasadas de rosca (tanto tornillo), como es la razón de la
fuga, repulsiva, con lo bien que estábamos los lectores (y los críticos)
convencidos de que el autor no la iba a desvelar nunca, o incluso, sobre todo,
la pasión y muerte del tullido, por soplón. No, la desvela poco antes del
final, en el minuto 75 de un telefilme tan poéticamente narrado, instantes
antes de que los actores puedan por fin meterse en la ducha.
He leído western, Almería, serie B y Cela. Con esa mezcla y con esta excelente entrada hay que leerla, no hay duda.
ResponderEliminar¡Cuidadín! Fernando Aramburu ha proclamado que criticar una novela de éxito es de envidiosos. El éxito literario, no lo olvidemos, es la señal divina de que el autor ha sido predestinado para nacer gran escritor, ésa es la única señal de la calidad literaria.
ResponderEliminarBueno, pertenezco a un club de lectura que, precisamente ahora, va a comenzar a leer esta novela. Así he llegado hasta aquí.
ResponderEliminarSolo soy un aficionado a la lectura, supongo que como todos, pero conozco un libro para este tipo de entradas sobre "literatura campestre". Se trata de "Naturaleza virgen", de Robert Macfarlane. Yo tengo poco criterio, pero ya lo suplirá usted.
Un saludo
Terminé hace unos días de leerla y, en general me ha gustado. A los demás del club de lectura todavía más. Me cuesta reconocer el campo español en el libro, creo que muchos aspectos están potenciados de la misma manera que los aficionados a la fotografía potencian la realidad a través de Photoshop para hacerla más impactante, aunque entonces un paisaje de Sariñena parezca de Marte. Algo así parece que le ocurre al libro, pero la realidad debería ser suficiente.
ResponderEliminarComo aficionado a la fotografía, ya puestos, te dejo el enlace de mi blog.
Un abrazo
http://andan-dos.blogspot.com.es/
Muchas gracias, José Luis, por ambas recomendaciones. Esto sí que es duplicar la ganancia.
EliminarTambién yo la duplico contigo ya que he comenzado "Otoño ruso". Creo reconocer en "duplicar la ganancia" una expresión del mundo rural.
EliminarUn abrazo
Soy un escritor privilegiado. No publico en papel pero tengo la oportunidad de agradecer personalmente a mis lectores que dediquen algo de su tiempo a estos folletines. Te lo agradezco de veras. Tengo cariño a los cinco que escribí para el periódico, pero este, además, creo que no salió mal.
EliminarUn abrazo
Por cierto, José Luis: no sé si "duplicar la ganancia" será muy rural, pero yo sí he oído desde pequeño, y en ámbitos rurales, la expresión "no te arriendo la ganancia", siempre en ese tiempo verbal y dirigido a la segunda persona. Viene a ser lo mismo.
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