Una intervención quirúrgica a corazón abierto tiene que tener su dificultad, pero pintar el cuarto de la caldera no es moco de pavo. Los albañiles, como era el espacio más humilde de la casa, el que solo servía para echar el gasoil y guardar cuatro artefactos roñosos, no se esmeraron en el acabado. Solo dos paredes están lucidas con cemento basto, y las otras dos son de cemento sin lucir, llenas de bochas, que es como llaman aquí a los pequeños cráteres que salen en la superficie del muro cuando se quita el encofrado. Los tubos estaban metidos en la pared de cualquier manera, por todas partes hay rebabas, esquinas sin rematar, pelladas de cemento para tapar un hueco. Uno se pone a pintar tan alegre la pared y en el primer brochazo resulta que la pared es tan irregular que no ha pintado nada. Los rodillos no ruedan, las brochas se despellejan. Y las gotas caen al suelo.
Pero hasta en esos trabajos tan desagradecidos (seguramente la hicieron así para que nadie la adecentase nunca) hay una necesidad del espíritu que es el orden y el aseo. Una pared blanqueada es una pared limpia de pecado por mucho que digan en el Evangelio a propósito de los sepulcros. Acabada la pintura puse unas estanterías grandes, de almacén de ferretería, donde ir almacenando todo aquello que sé que no volveré a utilizar.
Cuando viajo a Madrid, a la altura de Anquela del Ducado, en mitad del páramo frío de la provincia de Guadalajara, hay una casa grande, habitada, con sábanas tendidas y una parra que sube hasta las ventanas. Y sin pintar. Lleva así por lo menos veinte años, con el color de tierra gris del cemento, y el aspecto desastrado de un almacén de maquinaria. Qué importante es pintar. Para un homo inhabilis como yo, el cuarto de la calefacción asciende un grado en la memoria futura una vez que le he pegado cuatro brochazos: ya es un cuarto que alguien pintó, y quiso tener ordenado, recogido, aunque no lo viera nadie, y precisamente por eso, porque solo la conciencia de haberlo pintado pertenece y pertenecerá a quien perdió el tiempo pintándolo con paciencia y primor. Al repartidor del gasoil, que es el único aparte de nosotros que lo visita, le da igual que lo pinte o que lo deje sin pintar.
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