31.3.20

La contagión, 16


¿Cómo contarán los novelistas esta historia? Para empezar, ¿cuentan los novelistas lo que sucede? Pocos, ciertamente. Es más fácil usar una plantilla o fusilar la wikipedia, imaginar villanos de tebeo, parafrasear historias antiguas o contar su vida. Pero, aun a resguardo, aun en un escalón inferior, aquellos que cuentan el mundo en el que viven y no copian nada siguen siendo los cronistas de los que después habrá que echar mano. Oí decir a Muñoz Molina el otro día que la labor del escritor era recopilar ahora cuantos más detalles cotidianos mejor, para que después se pueda, más que saber, hacerse cargo de lo que ocurrió. Para saber lo que pasó en la Gloriosa leo a Fernández Almagro; para sentirlo, a Galdós, y para soñarlo, a Baroja.
Me imagino a productores de series trabajando en las pobres ideas de siempre: o bien una vacuna que salva a la humanidad después de una persecución y varios polvos, o bien un regodeo morboso en las entrañas del mal. La realidad es que las vacunas llegarán tarde y que, afortunadamente, no podemos presenciar con palomitas el sufrimiento de nadie. Tan solo tenemos que sentirlo, que hacernos cargo. La realidad es invisible y mayoritaria. Aquellos que se atrevan, ¿trazarán un arco interclasista con algún médico, por ejemplo, o se dedicarán al collage de historias mínimas? ¿Se podría escribir una visión panorámica de todo lo sucesivo a través de una sola pequeña historia?
Estamos en época de mensajes gratuitos. Prevalecerá el valor del ser humano y tal y cual, pero no el valor de lo que cuesta sino de lo que es capaz. Será difícil meter en un libro este peculiar encuentro con uno mismo. Lo más realista sería que unos se han dado cuenta de que llevan años viviendo en estado de excepción y otros han tenido que cortar en seco sus pequeños vicios. Los que viven de flor en flor están hartos de ver el estampado de las cortinas, los que llevan una vida normal tampoco han notado mucho el cambio. Nada excepcional más allá del hecho de pensar en ello. Nada, hoy en día, novelesco. Lo real de esta epidemia no es una descripción expresionista de sus estragos (un género ilustre, por otra parte), sino más bien la imagen de un mundo en el que cada cual se aferra como puede a lo que sigue considerando bueno no solo para sí mismo.

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