16.7.25

Tresbolillo

 Cuaderno de verano, 26


Mientras sacábamos los ajos, siempre con la aprensión de que la tierra estuviese demasiado húmeda, pero también con el recelo de que vuelva a llover estos días, al ir clavando la laya para levantar los caballones pensaba que quizás este año hayan salido tan gordos y tan majos porque tomé la precaución de plantarlos al tresbolillo, el quincunce que decían los antiguos, palabra que deriva de los cinco puntos tal y como se disponen en la cara de un dado, y que van formando rombos con dos ángulos ligeramente más obtusos. Nada más poner los ajos a secar, en una disposición que parecía la de las tibias de un osario, he ido corriendo a buscar mi edición de El jardín de Ciro, de Thomas Brown, un canto al tresbolillo, orden que el gran barroco inglés defiende como el más antiguo y el más sabio, no solo para plantar árboles desde antes de Noé, sino para disponer las formaciones de combate en el ejército romano, como ya sabíamos por Julio César y también, claro, por Virgilio, cuando recomienda plantar así las vides y pone el ejemplo de las legiones, cuyas diferentes filas quedaban compactadas con sólo retroceder o avanzar unos pocos pasos, y fue así como Escipión evitó en la batalla de Zama que los elefantes cartagineses penetraran entre sus cohortes. Pero pocas criaturas de la naturaleza son ajenas al losange, desde las bardanas y la flor de los saúcos que comentábamos a la piel de los lagartos, la tela de las arañas, las protuberancias de las piñas o la espina dorsal del pejesapo. A nadie escapa que, junto a la proporción áurea, el más grande descubrimiento geométrico de la antigüedad fue sin duda alguna el tresbolillo. Pero, como dice Brown, antes fue el jardín que el jardinero, y quién sabe si los ajos no han salido así de hermosos este año por esa natural disposición, a pesar de las tormentas a destiempo, que inundaban el huerto cuando tocaba dejarlos estar hasta que la tierra se secase, y de que hubiera que sacarlos prematuramente, sin esperar a la fiesta de Santiago, aun a riesgo de que no se hubieran terminado de hacer. Vecinos hortelanos se quejaban con amargura de que este año las cabezas les habían salido blandas y pequeñas, cuando no ajas de un solo diente.  Pocos podrían aprovechar para plantarlos cuando llegue el invierno, comentaban abatidos por el desconsuelo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.