11.11.19

Rodrigón


Las varas de arce que empleamos para rodrigar las judías y los tomates ya están amontonadas para ser pasto de las llamas, unas en el bidón donde esta semana empezaré a quemar la broza y otras en la chimenea, como avivadores de la primeras llamas frágiles de los sarmientos, de los que también hemos llenado una espuerta en la leñera. Iba tirando al suelo los tutores y hacían un ruido hueco y agudo, como si por dentro ya estuvieran secos. Les quitaba la maraña de tallos filamentosos y algún grumo de tierra pegado a la base para contemplar el ocre que ha sustituido al gris verdoso de cuando los cortamos. No los guardamos de un año para otro. Aparte de que se partirían con la primera tormenta o a medida que se hiciesen gordos los tomates, forman parte del carácter transitorio de la huerta, hasta el punto de que bastaría con estar pendiente del color y la textura de su corteza, algo más arrugada, como si por dentro la madera se hubiera sunsido, para saber el grado de madurez de los frutos que sostiene.
En el caso de las judías estas varas son más lógicas, a fin de cuentas son enredaderas, aunque nosotros usamos pocas, las suficientes para mantener otra vara horizontal a un metro setenta de altura, aproximadamente. En vez de acribillar el suelo con las cañas, preferimos colgar hilos blancos de cocina de la vara transversal, para que las judías tiernas se enrosquen en ellos. Una vez que han alcanzado las barras horizontales, cortamos el hilo, y la sensación es que han ido creciendo por sí mismas y arriba forman una gruesa viga vegetal, de la que penden, soleadas, las vainas de las judías.
Los tomates son más raros, plantas incapaces de mantenerse erguidas cuando se llenan de fruto, a las que hay que armar un exoesqueleto a base de palos que asoman casi un metro, tiesos como velas, a los que vamos atando partes del tallo y de las ramas más desarrolladas. Asimismo atamos los tutores entre ellos con una beta de esparto para que las ramas se apoyen como apoya uno los brazos en el borde de la bañera.
Hoy, con la tijera, cortaré las varas en fragmentos de poco más de un palmo, los que acumulo en forma de tipi en torno al montoncito de sarmientos, antes de colocar los primeros palos de carrasca.

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