La ilustre fregona son dos novelas en una, acaso dos demasiado breves que dieron una de las más largas de la serie, anudadas por una apoteosis de reencuentros y anagnórisis que pone todo en orden menos la persistente idea de que allí había dos historias diferentes, tantas como sus protagonistas, Carriazo y Avendaño, dos estudiantes con alma de pícaros que hoy en día podrían haber dado nombre a un bufete de abogados. Es inevitable pensar si estos dos pollos no serían una nueva página en la vida de Rinconete y Cortadillo, aunque nos lo quiten de la cabeza los ascendientes familiares, que son los que redondean la trama.
Lo que aquí llamo dos novelas no es más que un contraste bien fundido entre lo popular, folklórico incluso, y lo culto, idealista y señoril. Frente a las coplas bailables y entremesinas de los criados Cervantes escribe a la bella Constanza poemas de un idealismo culto y refinado. El contraste no es un apaño sino una técnica que llevará al extremo en el Quijote. En este caso la dama intocable es Constanza, de quien todos hablan menos ella, a quien se describe pero no se oye, en un afán idealizador que a Cervantes le viene muy bien para quedarse con sus deliciosos pormenores realistas: el mesón, las mozas, los aguadores, el bullicio que precede a la llegada de los figurones. Igual que en el Quijote, el mesón o venta es escenario por el que van pasando los personajes que reúne la casualidad. Así, el final es un zurcido en el que todas las piezas salen para saludar. El padre de Carriazo, que no hace mucho caso de las mujeres, resulta ser también el padre de Constanza, con cuya madre, en el descanso de una jornada de caza, yació mientras ella dormía, asunto al que no se le da más importancia que la de la casualidad campestre y la ascendencia noble de la protagonista, del mismo modo que todo son consuelos y comprensión hacia la madre que deja a su hija recién nacida con unos venteros pobres.
Como me sucede con otras historias, todo es delicioso hasta que toca recoger. A la crítica, en cambio, se le hace la boca agua con lo que no deja de ser un apaño. Es verdad que el pergamino roto en dos, con letras en cada uno de los pedazos que forman el mensaje verdadero, es un símbolo de la novela entera, que quizá por separado no tendría más gracia que, tratándose de Carriazo, recurrir al cuento del burro: el pícaro que se juega un burro por cuartos pero cuando lo pierde se niega a darlo porque no está claro a qué cuarto pertenece la cola, una treta que, mutatis mutandis, no deja de recordar a El mercader de Venecia; y que, tratándose de Avendaño, quedaría un poco rara con la aparición del padre porque obligaría a un incesto indeseable (algo que en el Persiles también tuvo que solucionar), de manera que Carriazo facilita que Avendaño pueda casarse con Constanza sin que el asunto se turbie de consanguinidad y Avendaño colabora en que Carriazo no siga su ruta picaresca rumbo a la almadraba y se quede recibiendo mamporros en su oficio de aguador.
Más allá de eso, las interpretaciones, tan profusas y variopintas como las de toda la obra cervantina, llegan en La ilustre fregona al parasismo, sobre todo cuando asoman (asomaban) los críticos psicoanalistas, que nadan en las aguas de los cántaros como en los líquidos amnióticos de sus delirios y levantan un obelisco historiado con la cola del burro perdido a cuartos. Lo cierto es que ya en el título da pie Cervantes a todo tipo de especulaciones, empezando por si es o no es una paradoja lo de ilustre fregona, habida cuenta de que en la época la fregona solía dedicarse a la prostitución, y el lustre se refería solo al de la nobleza de sangre, no al de los suelos, ni siquiera al de las vajillas, que es del que se ocupa Constanza. Para muchos ese título es como los dos trozos del pergamino que hay que juntar para que se sepa la verdad, es decir, dos partes distintas, independientes pero complementarias, y para otros es tan natural y coherente como la historia misma, incluso más edificante: tan ilustre es Constanza como Carriazo. A la una la llevó un cuento de hadas a una venta donde abundan los arrieros, y el otro quiso huir de la nobleza ilustrada y engolfarse con los pícaros, pero la lealtad hacia el amigo enamorado impidió que continuase con su novela. Qué sería de las novelas de Cervantes sin ese sentido de la amistad.
Miguel de Cervantes, La ilustre fregona, en Novelas ejemplares, ed. Jorge García, Galaxia Gutenberg, pp. 371-440
Buen recurso el de los contrastes y buena reseña, la tuya. Como siempre.
ResponderEliminarSaludos cordiales