26.2.24

Masía

Cuaderno de invierno, 68


En su tiempo debió de ser impresionante. No era solo el caserío agrícola de las masías. Cada uno de los edificios tenía porte de casona señorial, desde la balconada corrida y encarada al mediodía del piso alto del patio, al muro semicircular de poderosos contrafuertes que sujetaban en lo alto la era y el jardín; desde la reja curva de barrotes con punta de flecha entre pilares de ladrillo, a los altos palomares de planta octogonal, con tejadillos árabes y veletas historiadas. Una fea tapia de bloques grises ciega la entrada de los carros que venían de la vega, y salvaban el barranco por tendidos caminillos con barandas de hierro. La casa grande mira al sur, los aleros conservan las hiladas a serreta y los balcones los dinteles de ladrillo a sardinel con claves rematadas en mensulillas, como si fuera la fachada de un palacio de verano, una villa de recreo, cerca del río pero lejos de los mosquitos, donde airearse los veranos y curar la tisis en invierno. Se mantienen firmes los anchos muros encofrados con ladrillo y las paredes de mampostería de los pisos bajos, pero los tapiales de cal y canto se han hundido sin remedio, y algunos parece que perdieron sus alféizares adrede, cuando los animales sustituyeron a las personas y había que tirar pacas de paja desde las ventanas.
La ruina ya es irreversible. Desapareció la casa señorial, que en tiempos conservaba pesados muebles antiguos, largas mesas familiares y sillones de respaldo torneado. Pero continúa la casa de labor: donde antes dormían los carruajes, ahora se guardan los tractores, y en las caballerizas se amontonan los aperos de metal, las rejas y las gradas, los rulos y los rotovátores. En las cocinas que humeaban al llegar los fríos, se apilan ahora los sacos de pienso. Junto al corral antiguo se levanta una enorme nave de reciente construcción, con paredes de chapa y tejados de uralita, donde se recoge el ganado que por las tardes sigue bajando a pastar a los bancales de la vega.

Preside la ruina un hermoso chopo que quizás aún se alimente con los canalillos sobterráneos por donde se filtran los residuos húmedos de los ganados. Aunque todo siga funcionando, aunque en esta época no tenga hojas y alrededor el terreno esté descarnado y cubierto de piedras que se siguen desprendidendo de los muros, ese chopo es la única señal de vida.

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