2.2.24

Vara

Cuaderno de invierno, 44


Junto a las varas recién cortadas, de un gris azulado y madera clara, humeda de savia, están las que corté el año pasado y sirvieron de rodrigones para los tomates y las judías. Las fui arrancando para preparar la tierra (se acerca el menguante de febrero) y las dejé al pie de la valla de madreselva. Las varas frescas están separadas por tamaños, unas, las más largas, para las judías, las medianas para los tomates y las más cortas para los frambuesos y los groselleros, y también para ir armando los tutores a media altura y en la parte superior. Todas ocuparán su discreto lugar hasta que hagan falta, pero antes tengo que cortar las varas viejas en palitroques de un par de palmos de largo para encender la chimenea. Los vamos cortando, los metemos en los sacos vacíos de pienso de los mastines y los dejamos abiertos a la intemperie, a que sigan secándose unos meses más, hasta que se empiecen a pudrir. Entre las varas viejas y las nuevas quedan los arces desmochados, el tronco más robusto cada año, pero ni siquiera los muñones de tres o cuatro ramas para que la sombra se extienda paralela al suelo. Interesan más las ramas verticales, las que nacen del tronco mismo, o del principio de un ramón cortado, porque luego se hacen más rectas, más gruesas y más duras. 
Cuando termino la escabechina, cubierto de serrín blanco, nevado de madera fresca, me bajo de la escalera y contemplo la copa repelada. Leo en un libro muy romántico de Benjamín Labatut que Fritz Haber, descubridor de pesticidas y fertilizantes, al final de su vida no lamentaba haber patentado el Zyklon, que luego aprovecharían los nazis, sino haber conseguido, con sus extracciones de nitrógeno y reducciones de amoniaco, que las plantas se alimentaran sin control, y fue consciente de que, si la humanidad no las mantuviese a raya, inundarían el planeta entero hasta asfixiarlo. Estos arces míos no contribuirán a ese verdor terrible, desde luego, pero sí es cierto que cuando deje de podarlos cada año se desparramarán como árboles disformes, su ramaje crecerá desproporcionado, no como un río con sus meandros sino como un erizo de púas monstruosas, las ramas finas se ovillarán y él mismo acabará estrangulado antes de hora. Su pervivencia depende del cultivo, de negarle un desarrollo natural para que sea útil. Con las personas pasa lo mismo.

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